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Entrevista

Juan Cruz: "El periodista es un ser humano sin paliativos"

Juan Cruz: "El periodista es un ser humano sin paliativos"

El periodista y escritor tinerfeño Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, 1948) publicó en mayo el libro Un golpe de vida (Alfaguara, 2017), un relato autobiográfico que abraza la vida desde todas sus aristas y la profesión a que se debe, y a la que pese a su "jubilación activa" no tiene intención de abandonar. Un mes después de salir a la calle Un golpe de vida, que recorre medio siglo de un oficio que se mezcla con su propios avatares personales, Juan Cruz, premio Azorín de Novela y Nacional de Periodismo Cultural, recibe mañana el Premio de Honor que entrega la Asociación de la Prensa de Madrid en reconocimiento a toda una trayectoria de más de 50 años como periodista.

Acaba de publicar el libro Un golpe de vida (Alfaguara, 2017) en el que recorre episodios de su vida y de la profesión de periodista. Y lo hace desde su posición de una "jubilación activa".

Creo que me parezco a mi padre, en la estatura, el pelo blanco y en eso, porque nunca he tenido la sensación de estar jubilado. Con respecto a mi edad y a mi tiempo, siento una especie de distopía, una inconciencia del tiempo. Eso a me lleva al entusiamo y a la vez a la melancolía, a las dos cosas a la vez.

Dice usted en el libro que un periodista jubilado es una contradicción en sí misma.

Si, yo estoy siempre pensando en qué hacer y muchas veces creo que debo de hacer esto o lo otro, y otro en mí va diciendo que ya no te corresponde, déjate de machadas, que tú eres ya un viejo.

Cuando la profesión se convierte en la vida de uno difícilmente se puede poner un punto y final...

De las personas que hablo en el libro, hay tres periodistas Manu Leguineche, Manuel Vázquez Montalban y Feliciano Fidalgo, que tenían esa actitud con respecto al periodismo. Creían siempre que tenían que seguir, y la reacción de cada uno fue distinta: Vázquez Montalbán viajaba; Fidalgo, que fue también un gran viajero, iba a la redacción como si se la fuera a apropiar, como si no quisiera que alguien le quitara la mesa;y Leguineche, sin embargo, cuando ya se sintió disminuido y a pesar de que seguía de vez en cuando dictando algunos artículos, el horizonte quiso que fuera la cocina de la casa. Pero el mío no lo sé, no sé todavía cuál es mi horizonte, no sé cuándo paro.

El libro es fruto de su estancia en el castillo medieval Civitella Ranieri, en la región italiana de Umbría. Un marco excepcional para reconstruir su vida con un proyecto que comenzó con el título provisional de ´El oficio invencible´ y que derivó en el definitivo 'Un golpe de vida'.

La idea fue que me invitaron a ese sitio junto con otros artistas de todo el mundo, y yo pensaba ir mes y medio, luego quince días, y al cabo de una semana ocurrió un incidente con la salud de mi hija y me vine a Madrid. Después, al mes siguiente, hubo otro incidente grave que fue la enfermedad de mi hermana, y en medio de todo eso iba a ser la historia de un escritor, de un periodista que a lo largo del tiempo se dedicó a buscar casi en el baúl del futuro las noticias, y todas las anécdotas que vinieron y forman parte de mi bagaje profesional, las pensé juntar, y pasaron estas cosas. Y no solo conté eso sino lo que fue aconteciendo en mi vida. Para mí constituye el retrato de un periodista como ser humano.

La muerte del escritor y crítico Rafael Chirbes, al que le dedica espacio en el libro, no sólo fue sentida sino que activó al periodista de nuevo mientras cumplía con esa residencia artística.

Si, en efecto. En aquella quietud, y además era un día realmente quieto del verano, fue un 15 de agosto [de 2015] y cuando parece que no va a pasar nada, pasa y ocurren cosas graves. Luego vino lo de mi hija, todo se juntó. El periodista es un ser humano sin paliativos, sin vuelta atrás, nos pasan cosas, no podemos retraernos a eso, y de esto mismo va el libro, del golpe de vida que constituye la vida cuando menos te lo esperas.

Hace una declaración de amor hacia el oficio de periodista y con la mirada puesta en la vorágine digital, de cómo las redes sociales trastocan los principios del hecho comunicativo tal como lo aprendieron los profesionales de su generación.

La amenaza no es solo tecnológica, todo el concepto del periodismo ha sido atacado por este virus, un virus que no deja viva ninguna de las células que constituyen el fundamento del periodismo. Los fundamentos del periodismo son muy claros: la verificación, la comprobación y el contraste, y luego la escritura. La escritura está dañada porque ahora no es imprescindible escribir, con que digas en 140 caracteres lo que ha pasado, eso ya parece suficiente. Desde el punto de vista de la comprobación es notorio que ahora se dicen mentiras en la red o en cualquier sitio, y todos nos creemos esas mentiras aunque se desmientan. La comprobación no es un requisito, y digamos que las cinco incógnitas que hay que despejar para hacer una noticia ya no son precisas, y entonces la naturaleza, la esencia del periodismo ha sido desprendida de su base.

¿Está el oficio de herido de muerte, como asegura? ¿El periodismo ya no se contamina de la literatura y de la poesía?

Ojalá que sea contaminado por la literatura; ha sido contaminado por la facilidad de decir cosas que no es imprescindible comprobar.

¿Qué le recomendaría a los jóvenes que tengan vocación de comunicadores en el nuevo contexto de la información?

Le hice una entrevista antes de que muriera a Miguel Ángel Basternier y le hice la misma pregunta, y el me dijo: leer por encima de todo. Leer historia, ensayo,..., y en mi caso añado leer poesía, porque la poesía da un ritmo musical al trabajo y a la conversación, a la vida. Leer es fundamental, y un periodista que no lee nunca acabará bien una metáfora. Yo he recomendado en estos días libros como Los cínicos no sirven para este oficio, de Kapuscinski; El abogado de las mentiras, de Vargas Llosa; Las grandes entrevistas de la historia,de Christopher Silvester; o Cartas a un joven poeta, de Rilke. Los jóvenes no tienen el hábito de leer y desgraciadamente forma parte del hábito de la vida. Leer no da credito. Y el problema que tienen los periodistas hoy es que no hay exigencia personal para hacerlo mejor. Cuando uno escribe tiene que medirse con los grandes.

En su caso, ¿ha sido fácil cambiar el periodismo por la literatura sin renunciar al periodismo, a la manera de García Márquez?

Hombre, yo creo que tengo dos o más personalidades. Una es la de periodista, nunca uso el periódico para hacer literatura, excepto cuando hago entrevistas a literatos, pero hago también literatura, pero va por otros caminos. Este libro lo explica muy bien. Yo estuve en Jerusalén con Vargas Llosa, en Cuba en los años peores de la revolución, y lo cuento ahí. Pero no lo cuento como un reportaje periodístico porque en un reportaje yo nunca aparecería en primera persona. La literatura para mí es una cosa muy seria, pero el periodismo también lo es en grado sumo, y procuro no mezclarlo. En un tiempo cuando trabajé en Tenerife, en el periódico El Día, si lo mezclaba porque yo era el que llevaba la página literaria que se llamaba Tagoror y a veces fallaban colaboradores, y tenía quehacer relatos para llenar esos huecos.

La gimnasia de la lectura y la escritura es una constante en su vida. Una actitud que ilustra con la afirmación: "me da vergüenza si no leo, me siento desperdiciado como persona, si no escribo me siento sucio".

Todo eso me pasa. Soy una persona que nunca ha dejado de sentir lo que sentía Vázquez Montalbán, que si no trabajaba, no cumplía. Cuando llevo cuatro días fuera del periódico siempre tengo la sensación de que incumplo mi deber. Eso le pasaba también a Vázquez Montalbán, a Manu Leguineche, y a Fidalgo. Y le pasaba a mi padre. Cogió vacaciones solo una vez, fue a Las Palmas, y ¿sabes cuánto tiempo estuvo de vacaciones?, un día. Parecía que estaba defraudando a alguien, y yo también soy así.

¿Este relato, híbrido de autobiografía y memoria sentimental y profesional, se puede entender como un manual de supervivencia en el periodismo?

No lo he hecho con este propósito, más bien como la explicación de mi voluntad de seguir, de seguir desde el primer día, no de ahora. Cuando era un joven periodista tenía las mismas sensaciones. Hace unos días me escribió Joaquín Estefanía, que fue director de El País, me ha dicho que ha leído el libro y que la diferencia entre el chico de Crónica de la Nada hecha pedazos (1973), que fue mi primer libro, a éste es casi nula, porque sigo teniendo las mismas obsesiones, los mismos modos de activar mi imaginación a partir de lo que ocurre. Y tiene razón. Siempre tuve una constancia del dolor y de la pérdida, y siempre he tenido ese espíritu melancólico que por otra parte no lo puedo exhibir cuando hago una entrevista o una crónica, pero en la literatura sí.

¿Ha marcado esto su carácter?

Creo que sí. Hay algo que me reprochaba Carmen Balcells, el hecho de que yo nunca he dejado de sentirme un adolescente.

Eso es bueno...

Ella me decía que era fatal. Digamos que yo no imposto mi carácter. No voy por aquí diciendo una cosa y en otro lado, otra.

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