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Crítica musical

Estrellas, lobos, mares, brujos€

Serenates 2017

centre cultural la nau (valència)

Orquestra de València y Orquestra Filharmònica de la Universitat de València. Programa: Obras de Prokófiev («Pedro y el Lobo», para narrador y orquesta), Dukas («El aprendiz de brujo») y Debussy («El mar»). Narrador: Àngel Fígols. Director: Albert Gonzálvez Cardós. ­Entrada: Alrededor de 400 personas. Fecha: 29 junio de 2017.

Son muy agradables los conciertos veraniegos que desde hace años organiza la Universitat de València en el «marco incomparable» del Centre Cultural de la Nau, su sede desde nada menos que finales del siglo XV. Con la estatua de Lluís Vives como testigo mudo en el centro del magnífico claustro tan representativo de la arquitectura neoclásica valenciana, la Orquestra de València ha vuelto a actuar en estos conciertos del ciclo universitario Serenates. Y lo hizo en esta ocasión bien aumentada con la savia poderosa y juvenil de músicos de la Orquestra Filharmònica de la Universitat. Todos actuaron bajo la dirección del joven y novel director valenciano Albert Gonzálvez Cardós (1988).

La noche prometía. Las estrellas, temperatura más que agradable, suave brisa y un silencio propicio que parecía negar la realidad de estar en el mismísimo centro de la ciudad. El programa, además, era exigente y comprometido para cualquier orquesta y director. Comenzó ya pasadas las 22.30 horas. En los atriles, nada menos que tres retos como Pedro y Lobo de Prokófiev, El aprendiz de brujo de Dukas y El mar de Debussy.

Pero el sortilegio de la noche de estío mediterráneo se fracturó paradójicamente cuando comenzó la música. El reto -retazo-, era excesivo para el espacio, para el conglomerado de músicos y, sobre todo, para el novel maestro. Nadie que conozca un poco este curioso negocio de la música ignora que El mar de Debussy es una de las obras más difíciles, delicadas y exigentes para cualquier orquesta y director. Sus sonoridades extremadamente delicadas, las dinámicas extremas e infinitamente estratificadas, y el propio virtuosismo instrumental de sus tan maravillosos como peligrosos pentagramas casan mal con los «marcos incomparables» y con la mediocridad. El crítico ignora quien tuvo el atrevimiento y la disparatada idea de programar El mar precisamente en este concierto al aire libre, con un orquestón de mezcla y con un director a todas luces poco ducho. El resultado, como era previsible, no fue malo, sino peor. Nada de lo que pinta Debussy apareció ni por asomo en la noche equivocada.

Algo muy parecido pasó con El aprendiz de brujo, poema sinfónico mucho más valioso de lo que bastantes melómanos piensan. Complejo como pocos. Fue una versión sin magia, ni chispa, ni sutileza. De brocha gorda, en la que ni la fantasía onomatopéyica de Dukas ni la de la balada homónima de Goethe que lo inspira (Der Zauberlehrling) hicieron acto de presencia. Ni siquiera las estupendas intervenciones de algunos solistas -fagot, contrafagot, clarinete bajo- pudieron rescatar la versión de la mediocridad.

Pedro y el Lobo es un cuento musical para niños con una escritura exigente que es cualquier cosa menos «infantil». Se produjeron, como en el resto del programa, frecuentes desajustes, imprecisiones y hasta confusiones. Nuevamente brillaron algunos solistas -la obra está cargada de solos instrumentales-. También brilló el actor Àngel Fígols como sobresaliente narrador en valenciano. Al final del concierto, ya de madrugada, las estrellas de finales de junio seguían allí arriba, tan maravillosas como al principio, como si no hubieran escuchado nada. Lluís Vives, congelado en su estatua, con la mirada fija en el escenario, ni las miró. ¡Pobre!

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