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Dos lecciones de Victorino

Basta recordar lo sucedido en la Universidad de Salamanca esta semana para comprender que el discurso antitaurino ha hecho mella en parte de la sociedad hasta derribar, con sus falacias, las otrora infranqueables puertas del templo de la sabiduría. La suspensión del acto inaugural de la Cátedra de Tauromaquia es un triste ejemplo de que se puede perder la partida aun teniendo la razón de tu parte.

Como las malas noticias nunca vienen solas, el programa televisivo «La línea roja» anunciaba para el estreno de la temporada el manido debate entre partidarios y detractores de la fiesta. Peor no podía pintar la semana. Tras el habitual intercambio de dardos envenenados entre ambos bandos, apareció en escena Victorino Martín para desmontar el paupérrimo argumentario de la veterinaria contraria a las toros con la inteligencia natural que Dios ha dotado a esta familia de ganaderos. La virtud de su intervención fue conectar el análisis -lo racional- con lo emocional, lo que le permitió dejar en evidencia a una enmudecida contrincante que había subestimado la entidad del rival y persuadir, de paso, a la audiencia.

Victorino ha demostrado que puede convencer sin traicionar sus principios, seducir a partidarios e indecisos mediante una defensa realista de la tauromaquia, con sus luces y sombras; desde la experiencia de quien lleva criando toros bravos toda la vida. Ante el relato antitaurino -que remite las bondades de una supuesta abolición a un hipotético futuro en el que los animales vivirán mejor y que es imposible comprobar- solo cabe luchar por el presente de una actividad que, además de artística, es salvaguarda de un animal único, y en la que no se esconde la muerte.

La segunda lección hay que leerla en clave interna. Sucedió en el coso de La Ribera de Logroño el sábado 23 de septiembre. Se lidiaba el segundo de la tarde, un victorino de nombre «Verdadero», que resultó bravo. Su lidiador intentaba por todos los medios que indultaran al toro ante la petición de parte del público. Entonces surgió potente la voz del ganadero en el callejón exigiéndole que matara al animal, al que se le premió con la vuelta al ruedo póstuma. Con ese gesto tan honrado, tan de buen aficionado, Victorino ha desmontado la barraca triunfalista que ha estado urdiendo el taurineo toda la temporada y cuyo eje es, precisamente, considerar el indulto como un trofeo más y no como la excepción con que se distingue a los astados que, por su comportamiento sobresaliente en el ruedo, logran que se les perdone la vida para trasmitir los caracteres a su descendencia y colaborar a que perviva la raza.

Ojalá cunda el ejemplo de Victorino y se alcen más voces en la defensa cabal de la tauromaquia. Igual no tenemos que lamentar que se repitan episodios como los vividos en Salamanca.

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