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«Mu buena gente»

Concierto inauguración temporada | Orquesta de València- Palau de la Música

«Mu buena gente»

Solista: Guillermo Pastrana (violonchelo). Director: Miguel Harth Bedoya. Pro­gra­ma: Obras de Matilde Salvador, Shostakóvich y Brahms. Lugar: Palau de la Música. Entra­da: Alre­de­dor de 1700 perso­nas (prácticamente lleno). Fe­cha: Sábado, 21 octubre 2017.

La Sala Iturbi del Palau de la Música apareció el sábado tan florida como en los mejores tiempos de Mayrén Beneyto. Buenos euros se han debido de gastar los nuevos gestores en florear tan ostentosamente el escenario, que casi parecía el Musikverein en Concierto de Año Nuevo. En el fondo, subyacía en esta inauguración de temporada con alcalde incluido -por acostumbrada, la presencia del melómano Joan Ribó en el Palau de la Música no es noticia- un laudatorio aire fallesco que también asomaba en la incontinencia verbal de todos: desde el concertino de la Orquesta de València Enrique Palomares, que hizo de Yaron Traub y micrófono en mano se lanzó a largar al respetable cuatro lugares comunes en castellano, valenciano y hasta en inglés -»bienvenidos al Palau de la Música, fantástico programa, estupendas obras, espero que disfruten tanto como nosotros, Welcome to the Palau de la Música?, etc, etc.»-, hasta del mismísimo solista invitado, Guillermo Pastrana, quien, después de la proeza de tocar una notabilísima versión del Primer concierto para violonchelo de Shostakóvich, se marcó un discursito cargado de floripondios en los que, con su marcado desparpajo granadino, habló hasta del café que se tomó antes de salir al escenario, «invitado por un valenciano mu buena gente». Como le dijo un amigo al anormal crítico: «Es que a la gente normal le gusta que le hablen». ¡Pues muy bien! Parlem!

Tanta verbosidad fue el preludio del que, con diferencia, supuso el momento de mayor calado artístico de todo el concierto. Apenas tres minutos: los que dura la Nana de Falla que Pastrana tocó como propina con un fraseo, un sonido y una expresividad que congelaron de inmediato tanta charlatanería. Se impuso el misterio -»alma» lo llamaba Arturo Rubinstein- que hace que la música se imponga sobre todo y viaje directamente del pentagrama inerte a lo más recóndito de la sensibilidad del oyente. Ni las mil y una filigranas y alardes que tan admirablemente hizo con el concierto de Shostakóvich llegaron a emocionar tanto, a impactar tan intensamente, como la esencia susurrada, sencilla, sentida y popular de la escueta nana fallesca.

Guillermo Pastrana (Granada, 1983) se ha agigantado desde que hace ahora exactamente diez años -en noviembre de 2007- deslumbrara y ganara muy merecidamente el Premio Pedro Bote de Villafranca de los Barros (Badajoz). El impulso juvenil de aquel prometedor instrumentista ha cuajado en un artista de sólido y sopesado criterio, que sin embargo, mantiene intacta aquella arrolladora fuerza juvenil -a lo Jacqueline du Pré- que tanto impactó entonces. Hoy, a sus 33 años, es un músico hecho y derecho que ahonda en los dramáticos compases shostakovichianos con el mismo aliento y naturalidad con que entonces tocaba la Sonata de Rajmáninov o la Suite de Cassadó. Y mantiene también esa frescura, cualidad y calidad de «buena gente» que siempre le ha distinguido. A él y a sus interpretaciones.

En València contó con el acompañamiento cómplice y profesionalizado del peruano Miguel Harth Bedoya (Lima, 1968), maestro de dilatada carrera, que tuvo el detalle de iniciar el programa con una selección de fragmentos del ballet El ruiseñor y la rosa, compuesto en 1958 por la castellonense Matilde Salvador, figura clave de la música valenciana de la segunda mitad del siglo XX, fallecida hace ahora exactamente diez años y de cuyo nacimiento el próximo mes de marzo se cumplirá el centenario. Cuenta César Rus en sus como siempre bien documentadas notas al programa de mano que para escribir El ruiseñor y la rosa Salvador se inspiró en el cuento homónimo de Oscar Wilde. La bien recordada compositora -aún habita en la memoria cercana su presencia espigada en casi todos los conciertos del Palau de la Música- vuelca su oficio y esa personalidad creadora -tan valenciana y tan universal- que distingue su hacer creativo.

La segunda parte estuvo toda ella dedicada a la Cuarta sinfonía de Brahms, una de las cúspides incuestionables del repertorio orquestal. Harth Bedoya planteó una versión más nerviosa y viva que honda y densa, en la que se echó de menos una mayor amplitud en las dinámicas, que casi siempre discurrieron entre el mezzoforte y el fortísimo. Faltó también vuelo lírico, parsimonia y sosiego. Quizá por ello el prodigio de la passacaglia final quedó difuminado, y ello pese a la notable prestación de la Orquesta de València, que respondió con dispuesta precisión a las exigencias del maestro y lució toda la tarde un sonido empastado, cuidado y de innegable brillantez y pulso. Sobresaliente el flauta solista Salvador Martínez. Como también el trompa Santiago Pla, que hizo doblete defendiendo dos partes solistas tan sustanciales como las del concierto de Shostakóvich y la sinfonía de Brahms. El público, que abarrotó la Sala Iturbi, refrendó con su largo y encendido aplauso el éxito de esta jornada inaugural.

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