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Música | Crítica

Hubiera sido...

Hubiera sido...

Obras de Schubert y Bartók

Palau de la Música

ORQUESTA DE VALÈNCIA. Solistas: Rinat Shaham (mezzosoprano), Matthias Goerne (barítono). Director: Yaron Traub. Pro­gra­ma: Obras de Schubert (Sinfonía Inacabada) y Bartók (El castillo del duque Barbazul). Lugar: Palau de la Música. Entra­da: Alre­de­dor de 1700 personas. Fe­cha: Viernes, 24 noviembre 2017.

Hubiera sido un concierto excepcional, quizá hasta tanto tanto como el ofrecido hace apenas unas semanas por Pinchas Steinberg y la Orquesta de València, dirigida en esta ocasión -también estupendamente- por Yaron Traub, quien bordó una de sus mejores tardes al frente de la orquesta de la que fue titular durante doce largos años. El abismo entre el «hubiera» y el «fue» responde al error de abordar la Incompleta de Schubert con una bruckneriana plantilla de cuerda cuya musculosa sonoridad se revelaba a todas luces irreconciliable con el universo sencillo y transparente que distingue su temprano romanticismo. También a la errática decisión de optar como solistas para la sobrecogedora y genial ópera de Bartók El castillo del duque Barbazul por dos voces tan inapropiadas como las de la mezzosoprano Rinat Shaham y la del barítono Matthias Goerne, ajenas a la proyección y corpulencia que requiere la fastuosa orquestación bartoquiana.

Excepcional sí fue el mimo y cuidado que puso Traub en cada detalle de la Incompleta. Cuajó así una lectura -sonoridades y excesos acústicos apartes- de franca calidad, en la que el delicado tejido contrapuntístico y melódico quedó atinadamente administrado. Rica en detalles, y en la que la cuerda lució afinación, empaste y una articulación homogénea y bien trabajada. El maestro israelí tuvo, además, la virtud de invitar a los solistas de la Orquesta de València a explayarse en la maravillosa escritura schubertiana, siempre tan cercana a la música de cámara. Especialmente remarcable la adecuada y cristalina sonoridad del oboe protagonista de Roberto Turlo y de la trompa de María Rubio.

Pero el plato fuerte de la velada se sirvió en la segunda parte, con esa absoluta obra maestra del siglo XX que es la ópera en un acto El castillo del duque Barbazul, creada por Bartók en 1911 a partir de un dramático libreto de su amigo, tocayo y paisano el poeta húngaro Béla Balázs. Fue una versión impactante y sobrecogedora, de enorme poderío orquestal y asfixiante intensidad emocional. De gran teatralidad. Que nada tiene que envidiar a la dirigida en el mismo escenario y orquesta por Josep Pons el 27 de marzo de 2010.

Traub se impregnó de la profundidad dramática de la ópera y la transmitió con veraz convicción a músicos y espectadores. Lástima que faltara la contención decibélica a la que estaba obligado dadas las inadecuadas características de los cantantes, lo que provocó que con frecuencia ambos solistas quedaran enmudecidos por el caudaloso torrente sinfónico. Ni la mezzo Rinat Shaham ni el barítono lírico Matthias Goerne tienen la proyección, el peso vocal y el registro idóneos para ser Judith y Barbazul. La solidez de músicos-artistas entregados a la fascinación de la partitura no bastó para que -cuando se las oía- sus voces no lograran estremecer a nadie. Piensen en Éva Marton y László Polgár; en Kolos Kováts e Ildikó Komlósi; en John Tomlinson y Sylvia Sass, o en Christa Ludwig y Fischer-Dieskau, barítono lírico como Goerne, sí, pero que poseía una proyección vocal incomparablemente más poderosa.

La versión se presentó precedida del prólogo que tantas veces se omite. Un acierto, enfatizado por la formidable intervención de la flautista húngara Anna Fazekas, profesora de la orquesta de València, que desde dentro mismo de la orquesta, ante su atril de flautista y micrófono en mano, narró en su lengua nativa como una verdadera diva de la escena teatral los imprescindibles versos introductorios de Balázs. Acierto fue también incorporar la cuidada sobretitulación de toda la ópera. Recitadora, cantantes, maestro y orquesta recogieron al final de tan buen concierto el aplauso merecido -pero no vehemente- de un público que casi alcanzó a llenar el Palau de la Música. Aunque algunos, con prisas o quizá aburridos, o demasiado conservadores o acaso ya algo sordos, se fueron marchando en forma de goteo durante los últimos minutos del concierto. Fea costumbre, por decirlo de modo elegante.

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