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Josu de Solaun, un pianistazo

Obras de Shostakóvich, Prokófiev y Rajmáninov

palau de la música (valencia)

ORQUESTA DE VALÈNCIA. Solista: Josu de Solaun (piano). Director: Ramón Tebar. Pro­gra­ma: Obras de Shostakóvich (Obertura festival), Prokófiev (Concierto para piano y orquesta número 2, en sol, opus 16), y Rajmáninov (Segunda sinfonía). Lugar: Palau de la Música. Entra­da: Alre­de­dor de 1800 perso­nas (lleno). Fe­cha: Viernes, 9 febrero 2018.

En absoluto defraudó el pianista Josu de Solaun (1981) las muchas expectativas e incertidumbres generadas por el anuncio de su interpretación del endemoniado Segundo concierto de Prokófiev junto a la Orquesta de València y la dirección de Ramón Tebar. Solaun rebasó las más optimistas especulaciones y bordó una versión sencillamente excepcional. Apoyado en un pianismo poderoso, sabio, de exquisita factura y grandiosa musicalidad, protagonizó una versión de referencia de la vanguardista obra maestra. Después de esta interpretación memorable, hay que afirmar sin tapujos ni más rodeos que estamos ante uno de los más interesantes y prometedores valores del teclado contemporáneo.

Estrenado en 1913 -el mismo año que La consagración de la primavera-, el Segundo concierto para piano de Prokófiev supuso un impacto tan radical y novedoso como el del ballet de Stravinski. Su vanguardismo rompedor, valiente, atrevido y revolucionario, al que se aúnan unas dificultades técnicas inéditas hasta entonces y que son únicamente equiparables a las del Segundo concierto de Bartók y el Tercero de Rajmáninov-, lo convierten en una obra inaccesible para la mayoría de los pianistas, razón por la que rara vez se escucha en las salas de concierto.

Pocos pianistas del circuito internacional existen tan capacitados para abordar este desafío como De Solaun, dominador de una resplandeciente técnica de intenso calado dramático, en la que asoman con fuerza el origen soviético de su depurada escuela pianística -Horacio Gutiérrez, cubano formado en Moscú; Nina Svetlanova, alumna de Heinrich Neuhaus- y una cultura pianística, una capacidad de trabajo y un talento natural absolutamente excepcionales.

Fue así una versión de intenso fundamento pianístico, como exige el tremendo caballo de batalla que supone afrontar en una sala de conciertos una obra de semejante dificultad, y que alcanzó su paroxismo en la imponente cadencia del primer movimiento, la más extensa y quizá también compleja de todo el repertorio pianístico. Josu de Solaun la afrontó con la naturalidad, fortaleza, poderío, opulencia sonora y sentido expresivo que iluminó toda su actuación. El público -que no es sordo a pesar de tanta tos y tanto aplauso a destiempo- captó de inmediato el prodigio que se produjo en el escenario, al que en absoluto fue ajeno el atento e involucrado acompañamiento brindado por Ramón Tebar y los profesores de la OV. La ovación al pianistazo fue clamorosa, propia de las grandes ocasiones, y posibilitó la audición, ya fuera de programa, de una tiernísima y coloreada versión de La Maja y el ruiseñor de Granados que llevó al límite las dinámicas más tenues y sutiles del piano. Fue el anticlímax perfecto al intenso fuego prokofieviano, y preludio de la segunda propina, una Ondine cargada de reflejos y transparencias que remitía al más puro Debussy. ¡Inolvidable!

Fue esto lo más y casi único relevante de un programa en el que también se escucharon la hueca y rutilante Obertura festiva de Shostakóvich y la peligrosísima Segunda sinfonía de Rajmáninov, en la que Tebar tuvo la virtud de no caer en los almibaramientos ante los que suelen sucumbir la mayoría de directores que se adentran en esta sinfonía larga, tardochaikovsquiana y nacida a destiempo. Pero no pasó de una lectura vertiginosa, de trazo grueso, precipitada y exenta del aire imprescindible para expandir melodías y armonías. Faltó morbidez, temple y mimo al detalle. Sobraron vértigo y decibelios. Sobre la música se impuso el forte y el ¡vamos para adelante que ya queda menos!

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