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El pianista

Recital de Grígori Sokolov | València

El pianista

Desde el primer instante del recital, con ese sencillo tresillo de semicorcheas que inaugura en forma de anacrusa la Sonata en sol menor de Haydn, Grígori Sokolov (San Petersburgo, 1950) impuso el reino del silencio y de la concentración. Música en estado de pureza. Sin adjetivar y casi sin interpretación. Bastó al genio del teclado susurrar esas tres notas en piano para establecer un inconfundible universo sonoro en el que la verdad sin artificios impone su rotunda ley. Los impertinentes caramelos, abanicos y toses de siempre cayeron fulminados por el hipnótico poder de un artista que atrapa la atención del público y genera en el auditorio esos silencios sin aliento que delatan que algo muy excepcional ocurre.

Y muy excepcional, fue, efectivamente, lo que escuchó y vivió el Palau de la Música el sábado con esta nueva y siempre bienvenida visita de Sokolov. ¡El Pianista! El pianista «soberbio y único» que se erige como una de las figuras más perfectas y singulares de la historia del teclado. Ningún otro alcanza sus cimas de concentración y perfección. A media luz, casi en penumbras, el oyente se sumerge en la música pura que brota de sus manos. Difícil pensar algo diferente. Tal es el implacable poder de seducción y convicción de sus interpretaciones, frutos más de un servidor que de un virtuoso. Bach, Prokófiev, Couperin, Komitas, Franck, Beethoven, Froberger, Chopin, Rajmáninov, Stravinski, Schubert, Mozart, Rameau, Brahms, Schumann? Todo adquiere el máximo rango en manos de este artista versátil y absoluto, que se adentra en todos los repertorios para marcar siempre referencia. Sokolov, el Pianista, es el intérprete más completo, interesante y perfecto de las últimas décadas.

Todo lo pone este antidivo al servicio de la Música. Su Haydn rompe moldes para convertirse en incesante sucesión de originalidades, que se perciben dentro de un rigor tan absoluto como libre y exento de cualquier rigidez. Las tres sonatas que conformaron la primera parte del programa llegaron cargadas de bellezas pianísticas y convicciones estéticas. Cada articulación, cada fraseo, cada desarrollo suponía una nueva sensación, una renovada invitación a disfrutar de las sutiles bellezas de la música. Arraigado en su tiempo y desposeído de monsergas historicistas, el gozoso Haydn de Sokolov apunta al futuro. Su visión es la de un pianista del siglo XXI que se adentra en el gran compositor clásico con sabia adoración a su tiempo y estética, pero desde la perspectiva de un pianista moderno que no renuncia a los fabulosos recursos de un instrumento cargado de posibilidades.

A la formidable respuesta del nuevo Steinway gran cola adquirido recientemente por el Palau de la Música contribuyó decisivamente la artesanal preparación específica para Sokolov efectuada por el técnico Javier Clemente. Colores, registros, respuesta mecánica en las repeticiones, escapes, calibrado del teclado y pedal... La conjunción de El Pianista con un instrumento de tanta calidad y tan cuidadosamente preparado posibilitó que se percibieran efectos tímbricos, trinos, notas repetidas y dinámicas ciertamente insólitas.

Tampoco Schubert hubiera imaginado jamás un instrumento y un intérprete como los disfrutados por el público que abarrotaba el Palau de la Música. Menos aún una versión tan formidable de sus Cuatro impromptus opus 142 como la escuchada en la segunda parte de este recital tan memorable y único como todos los de Sokolov. Fue un Schubert lento, lírico, desnudo, esencializado, bien recreado en sus abstractas referencias populares, de gigantesco preciosismo sonoro y centrado en esas sutilezas melódicas que tanto distinguen al compositor vienés. Sokolov enfatizó las aristas expresivas y técnicas de un Schubert que fue dramático, luminoso, cantable, ligero, algo clásico y bastante romántico. Cada repetición se sintió imbuida de renovadas siluetas y registros que no hacían sino enriquecer la estructura unitaria de cada impromptu. Interpretaciones libres - «improvisaciones»- basadas en el absoluto control de los recursos del instrumento, en una disciplina a prueba de todo, en una inmensa sabiduría musical, en un talento único y en la honestidad y fidelidad sin fisuras que distinguen todas las interpretaciones de El Pianista. Como siempre, el éxito fue verdaderamente colosal. Y una vez más, la actuación se prolongó fuera de programa con la consabida tercera parte a base de propinas. Seis en total. Chopin, Rameau, Scriabin, un valsecito en mi menor de su paisano Alexánder Griboyédov? Lo mejor, el lentísimo y deleitado hasta lo imposible -en plan viejo Celibidache- Preludio en Re bemol Mayor de Chopin. Más que mallorquinas gotas de agua, las notas repetidas -La bemol- de este preludio compuesto en Valldemossa parecían simbolizar translúcidos copos de nieve balanceándose en el aire. ¡Increíble!

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