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Estrellas de leyenda

El rebelde indómito

Diez años después de la muerte de Paul Newman en la memoria quedan películas como «La gata sobre el tejado de zinc»

Con Elisabeth Taylor, en «La gata sobre el tejado de zinc». reuters

el actor y director estadounidense Paul Newman, uno de los iconos hollywoodienses más reverenciados de la historia, murió a los 83 años hace ahora una década. Protagonizó decenas de películas legendarias y obtuvo tres Oscars, siendo nominado en ocho ocasiones más. Ni el más contumaz de sus fans rechazó nunca su decisión de apartarse de platós y escenarios cuando cumplió los 80. Nada de lo que se cocía en aquel Hollywood motivaba lo suficiente a Newman (Cleveland, Ohio, 1925-Connecticut, 2008) para prolongar su trayectoria. Ni las sustanciosas ofertas que aún seguía recibiendo de los grandes estudios lograron disuadirle de su determinación, impulsada en parte por una salud dañada por el cáncer pulmonar que padecía.

Él mismo dio por concluida una trayectoria iniciada en 1954 y cuajada de éxitos. Su figura, sin embargo, no ha cesado de crecer con el paso del tiempo y muchas de sus películas siguen agitando la memoria cinéfila y recordando que el suyo constituye uno de los itinerarios artísticos más fecundos, originales y creativos que ha registrado Hollywood en toda su historia. Habría que apartar el polvo de la calidad de la paja de la mediocridad para situar en su justo lugar el papel que desempeñó bajo batutas como las de Robert Wise, Michael Curtiz, Arthur Penn, Otto Preminger, Martin Ritt, Mark Robson, Leo McCarey, John Huston, Alfred Hitchcock, Stuart Rosenberg, George Roy Hill, Robert Altman, Daniel Petrie, James Ivory, Roland Joffe o Martin Scorsese y demostrar que un intérprete provisto de técnica e intensidad dramática como las suyas puede descollar, incluso en medio de películas mediocres, como no pocas de las más de 70 en las que intervino.

Con su filmografía, que incluye filmes más o menos estimables, como El Premio ( The Prize, 1962), de Robson; Un hombre ( Hombre, 1967), de Ritt; Harper, investigador privado ( Harper, 1966), de Jack Smight; Dos hombres y un destino ( Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), de Roy Hill, o Quinteto ( Quintet, 1979), de Altman; algunas obras maestras, como Marcado por el odio ( Somebody Up There Likes Me, 1956), de Robson; El juez de la horca ( The Life and the Times of Judge Roy Bean, 1972), de Huston; Dulce pájaro de juventud ( Sweet Bird of Youth, 1962), de Richard Brooks; La gata sobre el tejado de zinc ( Cat on a Hot Tin Roof, 1958), de Richard Brooks; Éxodo ( Exodus, 1960), de Otto Preminger; Un día volveré ( Paris Blues, 1961), de Martin Ritt o Ausencia de malicia ( Absense of Malice, 1981); así como títulos prescindibles, como Cuando se tienen veinte años ( Hemingway's Adventures of a Young Man, 1962), de Ritt; Comando secreto ( The Secret War of Harry Frigg, 1968), de Smight; 500 millas ( Winning, 1969), de James Goldstone; El coloso en llamas (The Towering Inferno, 1974), de John Guillermin, o El día del fin del mundo ( When Time Ran Out, 1979), de Goldstone, Newman demostró su versatilidad y su capacidad para encarnar antihéroes tan dispares como el Eddie Nelson de El buscavidas ( The Hustler, 1961), el atormentado Chance Wayne de Dulce pájaro de juventud; el detective nihilista y expeditivo de Harper, investigador privado; el perseverante Luke Jackson de La leyenda del indomable; el abogado decadente y melancólico de Veredicto final o el carismático Butch Cassidy de Dos hombres y un destino.

Actor's Studio

Newman fue uno de los hombres que mejor plasmó la gran sabiduría escénica legada por Lee Strasberg, el artífice, junto con Elia Kazan, Robert Lewis y Cerril Crawford, del legendario Actor's Studio neoyorquino y, sin duda, el mito de un Hollywood que hoy ya no es más que un pálido reflejo de lo que fue.

Cada vez que mostraba su imagen seductora en la pantalla o contemplábamos en la televisión algunos de sus viejos éxitos, provocaba en el espectador ese sentimiento devocional que inspiran siempre las verdaderas leyendas del cine: una mezcla de fidelidad a su trayectoria artística, respeto por su insobornable coherencia personal y política y un culto creciente a un perfil profesional extremadamente sugestivo, refrendado por la nominación al Oscar en once ocasiones y por un rosario de galardones internacionales, entre los que figuran el Premio al Mejor Actor en Cannes por su composición de un joven errante e inadaptado en El largo y cálido verano ( The Long Hot Summer, 1958), de Martin Ritt, una de las mejores adaptaciones cinematográficas de William Faulkner realizadas por Hollywood en toda su historia.

Hijo de un próspero comerciante judío alemán y de una católica de ascendencia húngara, casado desde 1958 con la actriz estadounidense Joanne Woodward, a quien dirigió en cuatro de sus cinco filmes como director, Newman fue uno de los ídolos más admirados por el público femenino entre los 50 y los 90, circunstancia que contribuyó a forjar esa sólida imagen de galán que proyectó sobre el público desde su desafortunado debut en El cáliz de plata ( The Silver Chalice, 1954), de Victor Saville, un peplum sin el menor calado del que abominaba hasta el propio actor. Años después vendrían muchos títulos, en los que supo empeñarse a fondo hasta imprimirle a sus personajes esa verdad y esa emoción orgánica que solo estrellas de su talla han sabido expresar con tanto poder de persuasión.

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