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Aniversario

75 años de vida sinfónica

La Orquesta de València cumple el miércoles tres cuartos de siglo - Los músicos piden una modernización de la estructura y la reposición de plazas

75 años de vida sinfónica

La Orquesta de València está de cumpleaños. Será el próximo miércoles cuando la formación residente del Palau de la Música «sople» 75 velas. Para entender su historia, la de una institución dedicada en cuerpo y alma a la vida sinfónica de la ciudad, hay que volver la mirada a 1943. Entonces, por iniciativa del compositor José Moreno Gans y el concejal de cultura del Ayuntamiento de València, Martín Domínguez, la Orquesta Municipal de Valencia (así se llamaba entonces) inició su andadura con Joan Lamote de Grignon como director musical y su hijo Ricard como subdirector.

El conjunto comenzó sus primeros ensayos el 8 de abril de ese año y poco más de un mes después, el 30 de mayo, debutó en el Teatro Principal de la ciudad. Para su presentación en sociedad, Lamote de Grignon escogió dos preludios y fugas de Bach, la Sinfonía nº 8, «Inacabada» de Schubert y dos danzas españolas de Granados. Era un concierto, como rezaba el programa, en honor del Ministro Secretario General del Partido.

Ahora 75 años después, la orquesta no se ancla al pasado y prefiere abordar con ilusión -pero no sin críticas- su presente y futuro. Así lo han hecho para Levante-EMV, en representación de los miembros del conjunto y sus compañeros, Enrique Artiga (clarinete) -el más veterano con más de 30 años de trayectoria en la orquesta-, Iván Balaguer (chelo) y los concertinos Enrique Palomares y Anabel García, hija de Enrique García Asensio.

Para Artiga la OV ha evolucionado «muy positivamente en lo artístico» y para él ha sido «un privilegio» tocar en ella. Palomares , más joven, recuerda como de niño su padre le llevaba al Teatro Principal a ver a la orquesta: «Mi sueño era tocar en ella. Para los valencianos que tenemos un sentimiento de pertenencia es un placer doble: ser músico profesional y en esta orquesta que ves desde pequeño», dice este músico que entró en 1994 en la formación.

Para Balaguer, la profesión «por excelencia en València es la música y es un privilegio. Los que hemos conseguido una plaza somos unos afortunados», señala Balaguer, segunda generación (entró en el año 2000) de su familia en formar parte de la OV, ya que su padre fue flauta solista desde 1973.

Para García, hija de exdirector de la OV, «es también un honor pertenecer a la Orquesta de València», posiblemente «una de las instituciones con mas glamur y mas comprometidas con la sociedad civil», añade Balaguer.

Pese a los piropos, los cuatro músicos son conscientes de las debilidades de la orquesta, que si bien «para nada» son artísticas sí son estructurales. «Le falta transformar la estructura con la que se creo hace 75 años y poner una estructura moderna del siglo XXI. Está anticuada y no es flexible», lamentan. «En el año 45 no había conciertos en streaming, giras, grabaciones...», ponen como ejemplo. Y hasta en materia «contractual, como organismo público, necesita una revisión», apuntan.

Artiga, desde la experiencia que dan los años sobre el escenario, aunque está de acuerdo con los más jóvenes, prioriza lo artístico. «Hay que potenciar la música y dentro de la orquesta, por ejemplo, hacer música de cámara que es complicado por incompatibilidades y es esencial para la formación de un profesional. Espero que en el futuro haya más flexibilidad», pide el clarinetista.

En los últimos años, los profesores de la OV han visto como el número de plazas se ha ido reduciendo sin solución de sustituciones fijas. Y aunque dicen que «no existe un número ideal de plazas», sí matizan que el idóneo va «en función del repertorio que se quiere abordar». «Si quieres hacer un sinfónico, hay que tener de 100 para arriba. Ahora mismo pasamos un poco de los 80, y eso hace que haya que contratar gente semanalmente», explican.

Recuerdan que en el año 2000, la OV contaba con 108 músicos. Muchos se han ido jubilando y «la famosa ley de reposición ha hecho que no se puedan sacar plazas suficientes». «Nuestro trabajo se ve perjudicado por una leyes que están hechas para otros colectivos», lamentan. «Un músico y una orquesta necesita un estabilidad para desarrollarse y si tenemos gente itinerante eso hace que la orquesta no se nutra como grupo». Y van más allá: «Tener tantos interinos tantos años es inaceptable».

Respecto a la «etapa dorada» de la orquesta, Artiga prefiere no decantarse por ninguna y señala que «cada director ha aportado lo mejor que ha tenido; es verdad que ahora estamos en un buen momento artístico, pero todo es mejorable». Mientras, sus compañeros sí destacan los últimos 10 años del conjunto. «La gente nos dice que antes venía al Palau para escuchar a otras grandes orquestas y ahora nos dicen que nosotros lo hacemos mejor. Eso tiene un nombre, pero también es resultado de una etapa más importante, de los 10 años anteriores. Fue la época de las audiciones de Miguel Ángel Gómez Martínez. Fueron años de prosperidad. Pero la línea es ascendente», coinciden, al tiempo que señalan que en cuanto al repertorio que abarca la OV, «no le falta nada, lo aborda todo y sin mayor problema».

Cuando miran al patio de butacas reconocen que la música clásica «tiene un público a partir de cierta edad, aunque también hay gente más joven. Pero empiezan a venir a partir de los 30 años, el público se renueva a partir de una edad». Aplauden los músicos las iniciativas que se están poniendo en marcha para atraer nuevos públicos, pero inciden en que «la clave está en la educación».

Al hilo de esta cuestión, Artiga se pregunta o más bien «pregunto a los responsables: ¿dónde están los alumnos de los conservatorios? Los que quieren ser músicos. No vienen. Solo vienen cuando hay un concierto de su especialidad. Es muy preocupante», lamenta el veterano clarinetista.

Sobre la nueva era que se ha abierto en la OV con la llegada de Ramón Tebar a la dirección de la formación, aseguran que «las nuevas etapas siempre son esperanzadoras, aunque lo importante es ver qué ha aportado cada director». Mientras, siguen subiéndose al escenario en cada concierto con no pocos nervios. «Quien diga que no se pone nervioso, miente», aseguran entre risas. «Se crea una magia -continúan- porque no solo eres ´obrero´ de la música, sino que, además, -concluyen- has hecho de tu vocación tu profesión».

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