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Crónica

'El Gato Montés' triunfa en su estreno alemán

El público del Pfalztheater acoge con quince minutos de aplausos y bravos la obra estrenada hace 102 años en el Principal de València

'El Gato Montés' triunfa en su estreno alemán

Ha sido el activo Pfalztheater de la localidad de Kaiserslautern, situada en el sur del land de Renania-Palatinado, el que ha tenido el coraje de estrenar en la rodada escena alemana una ópera de temática taurina que, asombrosamente, permanecía inédita en un país en el que cada día se representan cientos de óperas.

El impulsor del triunfal estreno -más de quince minutos de aplausos y bravos que propiciaron incontables subidas de telón- ha sido el director de orquesta sevillano Rodrigo Tomillo, afincando desde hace 21 años en Alemania, donde goza de enorme reconocimiento. «Me enamoré de El Gato Montés cuando era aún casi un niño, tras escucharla en Sevilla, en el Teatro Maestranza, durante la Expo de 1992, cantada por Plácido Domingo. Desde entonces, siempre soñé con dirigirla. Creo que es una ópera verista al más alto nivel, y, sin duda, uno de los títulos de referencia de la música española».

Y no ha cejado hasta conseguir hacer realidad su sueño de adolescente, que al cabo de los años ha convertido en triunfo. La entusiasta reacción del veterano público alemán certifica sus palabras. Ni siquiera la temática taurina que inspira la obra ha podido menguar tan estupenda acogida. Incluso tras la interpretación del pasaje más célebre de la ópera, el conocido pasodoble que entonan el torero Rafael y su amada Soleá en el segundo acto, desde la platea se escucharon algunos espontáneos y garbosos «olé» con más acento alemán que español.

Han tenido que transcurrir 102 largos años -los que median desde su estreno absoluto en el Teatro Principal de València, el 23 de febrero de 1916, hasta ahora- para que El Gato Montés recupere su original fuerza dramática. Rodrigo Tomillo ha cargado de brío, opulencia orquestal, raigambre popular e intenso lirismo verista una ópera que ha encontrado en este estreno su verdadera dimensión escénica y musical, con un soberbio tercer acto pleno de dramatismo en el que brilló con fuerza el barítono estadounidense de origen español Daniel de Vicente. En el reparto destacaron igualmente el veterano tenor español Antonio Carlos Moreno (Rafael), el bajo polaco Bartolomeo Stasch (divertido Padre Antón, que sacó adelante con gracia y magisterio escénico y vocal la conocida lectura de la reseña taurina) y la soprano sudafricana de color Andiswa Makana, una Soleá tan excepcional desde el punto de vista vocal como inadecuada presencia escénica. Tampoco la ayudaron un vestuario que la asemejaba más a una folclórica morava o transilvana que a una gitana de Sevilla, ni su inexistente dicción española. Sobresalieron el Hormigón de Daniel Böhm, la Gitana de Rosario Chávez y la bien caracterizada Frasquita de Polina Artsis.

El otro pilar de este exitazo ha sido el trabajo escénico de Alfonso Romero, que ha cargado de entidad y redondez teatral los tres actos de la ópera. Devolvió su protagonismo evidente al personaje de Juanillo, El Gato Montés, con una sobrecogedora escena final, metido él mismo en la tumba de su amada Soleá, junto al cadáver. Excepcional monólogo y excepcional también el extenso solo de violonchelo que lo precede. Españolísimos a todas luces -parecían casi de Jerez de la Frontera- la más que notable orquesta titular del Teatro de Kaiserslautern y su versátil coro, que igual te canta un Parsifal que esta ópera torera.

Sin en absoluto eludir los tópicos taurinos y flamencos, y sin tampoco prescindir de elementos tan característicos como banderillas, imágenes de vírgenes, la enseña nacional, un gigantesco corazón atravesado por varios estoques o los cuernos como navajas (que acaban matando a Rafael y Soleá en una logradísima escena), Alfonso Romero concilia ese pintoresquismo con un concepto que explica y lleva la acción con brillantez, amenidad y fuerza teatral, muy a tono con la escenografía de Ricardo Sánchez y el vestuario costumbrista y modernillo a un tiempo de Rosa García Andújar.

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