"El hombre nada" es un monólogo, un show de variedades. ¿Se ha cansado de hacer discos?

Es un formato nuevo que junta todas las cosas que medianamente sé hacer: hablar, escribir, tocar los restos del rock. Es un espectáculo claramente de humor, aunque toca algún tema no demasiado cómico. Es un humor complicado, aunque el espectáculo es sencillo, y acompañado con canciones con un organito electrónico a pilas, parodiando el rock, aunque un rato tocando en serio.

"Parodiando el rock", "Restos del rock" ¿Ya damos por finiquitado el movimiento cultural éste que nos gusta tanto?

Yo no doy nada por finiquitado, aunque sí es verdad que no grabo un disco de rock desde hace 20 años. Tampoco consumo rock. Hay algo en el género y en la juventud que muestra que el rock ya pasó. Sin embargo, cuando me subo a un escenario a hacer rock con los amigos de siempre soy completamente feliz. Pero por edad y por gustos ya no me puedo definir como un rockero.

Hombre, si es por edad es usted bastante más joven que Keith Richards.

Sí, sí. Lo que pasa es que para seguir siendo rockero a partir de los 40 años hay una condición básica que es que te tiene que ir bien. No puedes ir con una edad por los garitos cargando equipos y perdiendo plata. Entiendo que los que ganan mucho dinero con el rock sean rockeros hasta que se mueran.

¿Está más cerca a estas alturas de su admirado Boris Vian que de los Rolling?

Sí, me siento más cerca de él o de Albert Pla que de cualquier banda de rock. Eso no quita que si quisiera salir cualquier noche de fiesta preferiría hacerlo con Richards, y que si los Stones me invitaran a tocar una canción en uno de sus conciertos sería mucho más feliz que con los mejores actores que el planeta.

Los Zigarros fueron teloneros de los Stones y me decían que haber respirado el mismo aire que ellos era una cima.

Yo una vez estaba alojado en un hotel donde también estaban los Stones. Al día siguiente, cuando limpiaban la suit de Keith Richards me colé y revisé el tacho de basura que había en el salón. Saqué una botella vacía de vodka y veinte fax que le había enviado a la mujer. Al parecer iba pedo, porque los veinte faxes eran el mismo.

¿Y que ponía?

Le preguntaba por las niñas, que habían ido a un festival en Bloomsbury o un sitio de estos, y que parecía que había llovido y se preocupaba por ellas. Y a la mujer le llamaba "pequeño guisante" o una de estas cosas patéticas que se dicen las parejas. Fue muy lindo. La verdad es que revisé la basura no por fan sino con la esperanza de que con las prisas hubiese dejado algo digno de ser reciclado por el humilde Chango.

Volvamos al espectáculo.

No, esto es importante porque el espectáculo contiene algún que otro recuerdo. Esto que estoy haciendo de contar anécdotas es prácticamente lo que hago en el espectáculo. La faceta del contador de cuentos.

¿Cómo ve desde la distancia el Chango que se presentó en España como músico y politoxicómano?

Todos los disparates que hice en mi vida los recuerdo con cariño. Aquel personaje era yo y lo sigo teniendo dentro pero macerado por los años y -la palabra es horrible- por cierto tipo de madurez.

¿Por qué es horrible la madurez?

Porque es una manera distinta de decir que estoy hecho un viejo chocho. Ojalá tuviera el cuerpo privilegiado y resistente de hace 20 años y ya veríamos si mi conducta no sería la misma.

¿Cómo ha influido su experiencia de televisión en este espectáculo?

Fueron dos años muy positivos en lo laboral pero que me dejaron muy quemado. Había mucha presión así que tenía una necesidad imperiosa de escribir mis propios textos y hablar de lo que yo quisiera. De ahí sale este espectáculo, de la necesidad absoluta de despotricar contra todos.

¿Ha sido difícil prepararse como actor?

La verdad es que no me siento como un actor. Cada cosa que hago la hago a mi manera, con mi identidad y con respeto a la gente que desde hace años trabaja en un oficio que aparentemente es complicado. Digo aparentemente, porque en mi caso no lo es, tampoco estoy haciendo Shakespeare. Tuve la ayuda de un director, Pepe Miravete, que dirigió el último espectáculo de Albert Pla. Me hizo un intensivo, me torturó, me quitó todos los clics, y de ahí salieron cosas interesantes que han quedado plasmadas en el espectáculo.

¿Le da más respeto ser músico que actor?

Cuando estoy en el camerino antes de salir sigo sintiendo un vértigo, que espero seguir sintiendo hasta el día en que me muera. El día que salga sin sentir nada me apuntaré a funcionario, aunque seguro que después de hacerme tres preguntas ya me dejan fuera del proceso.

Rock, jazz, radio, tele. Si sigue gastando facetas le va a tocar hacer algún trabajo normal.

Una vez hace 30 años estaba mal de dinero y traté de trabajar de camarero. Me echaron por borracho.

¿Dónde es más difícil reírse de ciertas cosas, en España o en Argentina?

Me suelo reír de temas universales, aunque en cada país reemplazo dos o tres monólogos. En España hablo de la monarquía y la inmigración, que son temas más españoles, y en Argentina los cambio por la droga y la Policía, que son temas más argentinos.

Usted ha vivido en Argentina, después en España, después en Argentina y ahora en España. Uno diría que se aburre bastante en los países.

Sí, podría parecer que me divierto yendo de aquí para allá, pero cada dos o tres años me aburro de donde estoy.

¿Hace mucho que no viene a València?

Sí, hace siglos y tengo recuerdos hermosos. Recuerdo el Roxy, y en el show cuento alguna anécdota como aquel día que le vomité las fundas de guitarra a Paul Weller, el padrino del brit-pop. Pero fue sin mala intención.

Madre mía, conozco a unos cuantos mods que cuando lean esto van a ir a buscarle a la puerta del 16 Toneladas.

Bueno, menos mal que son mods y no son skinheads.