Quizá lo fácil será que les diga quiénes no han estado en el Festival de les Arts de València. No han estado los mods ni los rockers ni los heavys ni los siniestros. No ha habido punks ni bakalas ni skins ni hip-hoperos. Dudo incluso de que haya habido indies, aunque alguno se lo hiciera para pasar el rato. En el Festival de les Arts no hay ninguna de las tribus urbanas que desde mediados del siglo XX le han dado una identidad a millones de jóvenes a través del amor a la música.

En les Arts, como en cualquier otro festival veraniego y multitudinario, hay jóvenes (unos más que otros) y hay música, y seguramente también hay identidad. Más de 40.000 identidades, si hacemos caso a las cifras de asistencia que han hecho públicas los organizadores del evento que ha concluido esta madrugada con la actuación (prevista al cierre de esta edición) de Lori Meyers. Pero las tres cosas (juventud, música e identidad) no tienen por qué ir siempre juntas. Como ocurre desde que el mundo es tal, la música popular ha cambiado y los festivales son la penúltima muestra de ello.

Supongo que he escrito lo de arriba para mostrarles las dudas que le provoca a este clasicorro cronista musical comprobar que hay miles de personas que acuden a un evento como el de les Arts a otras cosas: a sonreír hacia un lugar infinito para salir bello y misterioso en Instagram, a hablar a voz en grito para que en un círculo de cinco metros se oiga más tu voz que la del cantante de turno, a trasegar chupitos de Jaggermaster, a cortar con tu pareja, a lucir camisa floreada a juego con las actuaciones de Crystal Fighters y Carlos Sadness? Es decir, que en un festival como el de Les Arts para muchos la música es lo de menos. Y eso no es bueno ni malo y ni siquiera es nuevo (pónganse algún documental sobre Woodstock y ya me cuentan) pero creo que es paradójico y hay que reseñarlo.

Cánticos que hacen llorar

Pese a todo lo anterior, la música está y sigue siendo algo más que la excusa porque sigue provocando emociones. Emocionada estaba la chica a la que el viernes Pau Roca (La Habitación Roja) le dedicó un mensaje de ánimo cuando la vio llorar mientras la banda interpretaba «Indestructibles». Emocionadas coreaban miles de personas el «Te quierooooo» de Perales que reinterpretaron Los Elefantes. Emocionadas esperaban otras tantas miles de personas el instante anterior a que El Columpio Asesino cantase eso de «Te voy a hacer bailar, toda la noche». Y emocionados se confesaron los Navvier al ver a algo más que a un puñado de amigos desafiar a los elementos (unos algo mustios Dorian en el escenario grande) y dar saltos con sus canciones. Incluso es emocionante (porque emociona ver que el pueblo es magnánimo) que a tanta gente le diera igual que el sonido del escenario principal fuese regulero en varios conciertos o que Nancys Rubias abusasen del play-back.

Pues eso, que aunque ha habido mucha gente posando para Instagram o haciendo equilibrios con el cubalitro, muchos niños (sí, niños con padres y camisetas de los Ramones) haciendo el «swish swish» mientras tocaban Viva Suecia y muchos adultos haciendo cola en el puesto de hamburguesas de la zona vip, en el Festival de les Arts ha habido artistas, canciones y sobre todo himnos (los festivales están hechos para los himnos) que provocan esos momentos de emoción colectiva que acercan al público a las antiguas tribus de salvajes amantes de la música.