Supongo que ya están ustedes al tanto: Joaquín Sabina decidió suspender el concierto que estaba ofreciendo el pasado sábado en el WinZik Center de Madrid y alegó que se había quedado sin voz. Bueno, lo alegó Pacho Varona, su lugarteniente, el encargado de transmitir el mensaje al respetable ya que el artista jienense había desaparecido del escenario mientras intentaba cantar "Y sin embargo" para no volver. Su público, uno de los más condescendientes del mundo, tuvo que volverse por donde había venido sin muchas más expliciones.

De momento, y tal como ha anunciado esta misma tarde a través de un comunicado, Sabina se ha visto obligado a cancelar los cuatro conciertos restantes de su gira 'Lo Niego Todo', previstos en A Coruña (21 de junio), Córdoba (30 de junio), Albacete (7 de julio) y Granada (14 de julio). El artista se ha sometido esta tarde a una revisión médica y ha sido diagnosticado con una "disfonía aguda consecuencia de un proceso vírico", informa el comunicado. Y aún añade su oficina: "Le han prescrito un reposo de 30 días que le impide realizar los últimos cuatro conciertos programados de esta gira. Tanto el artista como todo el equipo de la gira lamentan profundamente las molestias ocasionadas".

Así las cosas, se abre a partir de este martes día 19 de junio el proceso de devolución de las entradas para lo cual los interesados deben dirigirse al canal de venta donde fueron adquiridas.

Que Sabina no goza de buena salud es algo normal y cada vez más patente. No sabemos cómo lo llevará en casa, pero está claro que a la hora de trabajar su estado físico más bien precario le está perjudicando. Antes que el de Madrid ya había suspendido un concierto en A Coruña por un trombo en una pierna y por el mismo percance dejó de dar un concierto en Canarias. También ha suspendido recientemente conciertos en México, aunque antes que la "espantá" por la afonía, la interrupción más sonada fue la de 2014 en Madrid por el famoso ataque de miedo escénico o "Pastora Soler", como él mismo lo bautizó.

Por contra, y tal como recuerda hoy mismo Juan Puchades en la revista digital Efe Eme, la gira ha incluido otros 79 conciertos (entre ellos uno en el Olimpya de Paris, otro en el Royal Albert Hall de Londres, nueve en México DF y once en Buenos Aires) en los que no ha pasado nada más que la música, que al final es de lo que se trata.

Pero, más allá de estos hechos puntuales y de cuánto se magnifica todo lo que suceda en Madrid, y teniendo en cuenta de que cada uno es libre de hacer lo que quiera con su mala salud, cabría preguntarse si últimamente vale la pena ver a Sabina en directo. Ojo, cabría preguntárselo a los no sabinistas, porque estoy seguro de que para los sabinista ya puede el maestro cantar en eructos que van a decir que nadie canta en eructos como él. Pero el resto de mortales a los que la música de Sabina nos puede gustar más o menos sí podemos tener en cuenta a qué nos vamos a enfrentar después de pagar entre 45 y algo más de 100 euros que suelen costar las entradas en la última gira del artista.

Una gira que ya no volverá a pasar por València después de haberlo hecho en dos ocasiones el pasado año, dándonos además dos perspectivas del estado anímico y físico con el que Sabina está ofreciendo últimamente sus conciertos. En el de hace casi un año (julio de 2017) en la Plaza de Toros, el cantautor actuó con la voz justita, cara de estar cansado y escaso entusiasmo (incluso pidió disculpas porque iba a "torturar" a la audiencia con canciones del nuevo disco). Tras interpretar el repertorio previsto dejó al público con cara de pobre huerfanito al no ofrecer ninguno de los bises que forman parte desde tiempos ignotos del ritual de cualquier artista popular, incluido de su ritual, tal como había demostrado en otros conciertos de la misma gira.

Apenas unos meses después, en septiembre, Sabina volvió a la Plaza de Toros de València y lo hizo con otro ánimo. También en esta ocasión pidió disculpas, pero lo hizo "por lo de la otra vez", en referencia al concierto de julio. Le echó la culpa al "calor de mil pares de diablos" que aplastaba aquella noche la ciudad, agradeció a Alfons Cervera y al Flaco haber "defendido lo indefendible" (es decir, aquel concierto), relató que tras aquello le hicieron pruebas y que el médico le anunció que lo único que le pasaba es que tenía "menopausia". "No es cosa de aplaudir, sino de llorar", lamentó ante la reacción del público con esa sonrisita de cabrón marca de la casa. Esta vez nos obligaremos a hacerlo bien, vino a decir, "y que sea lo que Dios quiera".

Y fue un buen concierto, vive dios, para muchos el mejor que había dado en València en los últimos años. Sabina se enrabietó y actuó crecido, con ganas de demostrar por qué es uno de los músicos en español más populares de todos los tiempos. Pero en algo coincidió el concierto de septiembre (el bueno) con el de julio (el regular tirando a malo), y es en las varias veces (dos al menos) que el protagonista, el artista que lleva a que el público pague una entrada, desaparece por un lado del escenario y pone a su banda a cantar. Que ojo, la banda canta muy bien, y el público aplaude a rabiar porque Varona y García de Diego y Jaime Adsua y Mara Barros son como colegas, pero a mí al menos estas "fuchinas" temporales se me siguen haciendo raras.

Dicho todo lo anterior, creo que no deberíamos precipitarnos en enterrar a Sabina ni magnificar lo ocurrido en pasado fin de semana en Madrid. Quizá lo que sí debería preguntarse el artista o la gente que maneja sus asuntos es si le vale la pena montar una gira tan extensa que no puede garantizar ofrecer un digno espectáculo en cada ciudad. O si vale la pena bajar el nivel hasta el punto de que sólo a sus fans les apetezca pagar por acudir a sus conciertos. Quizá Sabina sí debería parar y repensarse, quitarse responsabilidad y peso histórico (que creo que le afectan más que una afonía temporal) y aprovechar el culto al sabinismo para trabajar menos y bien. Ya nos gustaría a más de uno tener ese poder.