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Arte

Klimt se sale del lienzo

El Atelier Des Lumières de París rinde un homenaje digital a la Secesión de Viena

Pasteles elaborados por Christophe Michalak. E. Sancho

Sentirse flotando en pan de oro junto a los dos amantes de El Beso de Gustav Klimt ( Viena, 1862-1918), el mítico óleo aspirante a competir en categoría artística nada menos que con la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci, es una de las sorprendentes experiencias sensoriales que ofrece hasta mediados de noviembre en el centenario del fallecimiento del célebre pintor vienés el Atelier des Lumières, el primer centro de arte digital parisino.

Se trata de una antigua fábrica de fundición de hierro del siglo XIX reconvertida en espacio dedicado al arte con técnicas de nuestro tiempo en el distrito once de la ciudad del Sena, entre La Bastilla y la Plaza de la Nación, repleta ahora de bulliciosas terrazas donde parisinos y visitantes combaten la canícula con bebidas refrescantes y originalísimos dulces que evidencian la maestría de los galos en la repostería a la que este verano dedican un acaramelado festival.

En los 3.300 metros cuadrados de superficie del Atelier, a la orilla derecha del río Sena, Gianfranco Iannuzzi, director artístico y co-director de esta exhibición multimedia, ha colocado 140 proyectores y una sonorización espacial para rendir un merecido homenaje inmersivo a las principales figuras de la Secesión vienesa del siglo XX que revolucionaron la forma de pintar al actualizar las estrictas reglas académicas del clasicismo cuyos fundamentos sin embargo nunca dejaron de respetar al teñir sus lienzos.

«Lo más difícil ha sido orquestar de forma rigurosa pero fluida el contenido multimedia de esta exposición», reconoce Iannuzi, orgulloso de haber logrado levantar la instalación digital más grande del mundo con inmensas paredes panorámicas y proyecciones cilíndricas que introducen al visitante sentado en el suelo dentro de la obra del rebelde Klimt, marcada por la Secesión del siglo XX de la que fue incansable impulsor en un afán de renovación artística que ahora se sale del lienzo en busca del observador, gracias a las nuevas tecnologías, en este viejo barrio obrero reinventado desde hace unos años como lugar de ocio lleno de bares y discotecas para animar a los turistas en la Plaza de la Bastilla y en la calle Oberkampf.

Romántico empedernido, el modernismo de Klimt evolucionó hacia el impresionismo y el simbolismo, seguido muy de cerca por su discípulo Egon Schiele (1890-1918), otro de los grandes protagonistas de la exposición. Las obras de uno y otro maridan a la perfección con la música elegida por el pianista y compositor Luca Longobardi para evocar en el hangar de la fundición el espíritu secesionista con la genialidad de Beethoven, Strauss, Wagner y Mahler como música de fondo. Las partituras de los clásicos alternan con los acordes contemporáneos del estadounidense Kronos Quartet que acompañan la obra del «heredero de la Secesión», Friedensreic Hundertwasser (1928-2000), otro ejemplo de creatividad artística austriaca y padre del transautomatism que centra la segunda de las exposiciones inmersivas del Atelier des Lumières.

Esta impresionante combinación de imagen, sonido, luz y vídeos situada en el antiguo hangar de la fábrica de 1.500 metros cuadrados responde a un nuevo concepto de museo, orientado a descubrir el arte desde dentro de las propias obras gracias a la tecnología digital. «Con Klimt, Schiele y Hundertwasser hemos querido mostrar la obsesión de los tres en diferentes espacios de tiempo por liberarse de las formas y los contenidos impuestos por la Academia de Artistas Austriacos», explica Iannuzi antes de mostrar el estudio de 160 metros cuadrados donde se dan a conocer nuevos talentos y se proyecta Poetic_AI, de los turcos OUCHHH, que proponen un viaje onírico a través de la inteligencia artificial y las abrumadoras 20 millones de líneas de texto en paredes, suelo y techo en la conocida como ciudad de la luz, no por las horas de sol que disfruta al año, sino por la cantidad de intelectuales que con la Ilustración acogió en el siglo XVIII cuando se convirtió en la capital mundial de la filosofía, el pensamiento y la cultura.

Fue también en aquella época cuando surgió la alta pastelería parisina con el desarrollo del hojaldre que supuso el inicio de la repostería moderna, junto con la bollería vienesa y el croissant que con tanto éxito popularizó María Antonieta, famosa propagandista de los bollos por aconsejarlos a los hambrientos revolucionarios cuando protestaban porque no tenían pan. Los hornos más dulces de la ciudad exhiben hoy un renacido esplendor para agradar los paladares de los más golosos con infinidad de elaboraciones premiadas en todo el mundo.

Pierre Hermé, en el 40 Boulevard Haussmann y en el l'Occitane de los Campos Elíseos, fue reconocido el año pasado como el mejor pastelero del mundo, un Picasso de la bollería que deleita a sus clientes con su icónico Ispahan de frambuesa y litchi y sus inconfundibles macarrons.

«Tanto en la moda como en la pastelería no tenemos rival en las creaciones nobles y excelentes», presume sin ápice de falsa modestia Carole Metayer, experta gourmet que recorre altiva las principales boutiques de dulces de la capital francesa y se queda extasiada con el taller del mediático y televisivo Christophe Michalak, una de las principales figuras de la alta repostería parisina, excampeón mundial de pastelería, entregado a promocionar el lado más dulce de la gastronomía, que ofrece en originales vasitos e imparte emocionado masterclasses a los que se atreven a entrar en su azucarado templo. Ya en la Rue des Rosiers, en pleno corazón de París, un distrito, el de Marais, de los más antiguos que han puesto de moda los judíos y la comunidad gay, renace plagado de reposteros que han devuelto la nobleza al dulce. «El arte en París se siente y se saborea», concluye Metayer.

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