Quizá el título de Reina del Soul se le quede pequeño. Aretha Franklin ha sido una cantante excelsa, la madre de un estilo, una revolucionaria, una transmisora de orgullo de negritud y feminismo, una creadora de himnos, la artista que mejor reflejó una época convulsa. Sus discos de los años 60 y buena parte de los 70 recogieron siglos de tradición negra para destilarla en una sustancia musical perfecta que sobrepasó cualquier barrera generacional, cultural, geográfica, racial, sexual o estilística sin perder un ápice de pureza.

Es la artista con más números 1 en la lista de R&B -solo igualada por Stevie Wonder-, 18 premios Grammy, más de 75 millones de discos vendidos y canciones como «Think», «(You Make Me Feel Like A) Natural Woman», «Respect», «Chain of Fools», «I Say a Little Prayer»? Le faltan columnas a esta página para escribir de todas las grandes cosas que nos ha dejado.

Aretha Franklin falleció ayer a los 76 años en su casa de Detroit, según informó su representante, Gwendolyn Quinn. Murió rodeada de amigos y familiares, tras permanecer varios días en cuidados paliativos por el cáncer de páncreas que sufría y que le fue diagnosticado en 2010. El cáncer fue también la enfermedad que se llevó Erma y Carolyn Franklin, sus dos hermanas, que tantas veces le acompañaron haciéndole los coros.

Aretha nació en Memphis, creció en Detroit y era hija del reverendo C. L. Franklin, otra estrella que vendió miles de discos, aunque en su caso eran de encendidos sermones por los que era conocido como «la voz del millón de dólares». Su progenitor predicó desde el púlpito la teología de la liberación y se convirtió en una de las figuras clave del movimiento por los derechos civiles. Su casa acogió a líderes sociales como James Cleveland, Clara Ward y, por supuesto, Martin Luther King, a quien Aretha siguió por todo el país como adolescente estrella del góspel mientras el «doctor» predicaba el sueño por el que fue asesinado en 1968. Aretha cantó en su funeral.

El góspel marcó los inicios musicales de Aretha Franklin pero la fama tardó en llegar. Desoyendo las recomendaciones de Sam Cooke para que firmara con RCA y las ofertas de Berry Gordy para que lo hiciera por Motown, recaló en 1960 en Columbia Records, donde grabó nueve buenos álbumes de jazz, musicales y blues que, pese a todo, no reflejaban su potencial, no recogían la intensidad y trascendencia de su voz ni la belleza casi religiosa de sus interpretaciones.

Todo cambió un día de enero de 1967 cuando, tras dejar Columbia y fichar por Atlantic, entró en un pequeño estudio de grabación de una ciudad de Alabama llamada Muscle Shoals. Curiosamente, fue un productor blanco -el legendario Jerry Wexler-, y un grupo de músicos profesionales blancos -los del estudio Fame-, los que lograron sacar lo más profundo y puro de su genio ancestral. De aquella sesión -y pese a acabar como el rosario de la aurora precisamente por las diferencias raciales entre músicos y su mánager-marido, el temible Ted White- salió la canción que dio inicio a lo mejor de la carrera de Aretha: «I never loved a man». Aunque no volvió a Muscle Shoals y trasladó su cuartel al Nueva York, siguió contando con ese productor y esos músicos que supieron reflejar su aptitud y su actitud, elevando la portentosa manera de cantar de la artista con sonidos ásperos, intensos y auténticos.

Entre principios de 1967 y finales de 1968 logró colocar diez de sus canciones en el «top ten». Muchos vieron su éxito como un símbolo de la propia América negra que ella había mamado en casa, esa América que se mostraba cada vez con más confianza y orgullosa de sí misma. Quizá la mejor muestra de este simbolismo sea «Respect», un temazo que incluso mejoró el original de Otis Redding (casi nada) hasta convertirse en un himno conmovedor e inquebrantable por los derechos civiles y el feminismo.

En un estilo donde los «singles» tenían una importancia capital, Atlantic también le permitió trabajar en álbumes consistentes, elaborados y eclécticos, en los que combinaba sus fantásticas composiciones con versiones de góspel, blues, Sam Cooke, The Drifters, The Beatles o Simon & Garfunkel. De esta época son discos imprescindibles como «I Never Loved a Man the Way I Love You», «Lady Soul», «Aretha now» o «Soul '69».

De vuelta a la iglesia

El éxito comercial y artístico no disminuyó a principios de los 70, época en la que siguió cosechando éxitos como «Spanish Harlem» o «Day Dreaming» y publicando álbumes como «Live en Fillmore West» o «Amazing Grace», una maravilla con el que la hija del reverendo entraba de nuevo en la iglesia.

Quizá es a mediados de los 70 -poco antes de romper con Atlantic- cuando la estrella va apagándose pese a éxitos como «Angel», «Get it Right» y «Freeway of Love». En los 80 cantó a dúo con Luther Vandross, Narada Michael Walden o George Michael, con quién volvió a la cima de las listas. Sus canciones alimentaron bandas sonoras e incluso tuvo una aparición estelar cantando «Think» en Granujas a todo ritmo junto a Dan Aykroyd y John Belushi.

Sin salir de Estados Unidos por su fobia a volar, Aretha afrontó los años 90 y el siglo XXI sin dejar de trabajar aunque lejos ya de la transcendencia que había logrado en su juventud. Ya daba igual, el trono no se lo iba a quitar nadie.