Los Baroja conforman uno de los pocos clanes familiares en la historia de la cultura española, junto con los Machado, los Maeztu o los Goytisolo.

Francisco Fuster, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de València y especialista en la cultura española de la llamada Edad de Plata (1900-1939) y, más concretamente, en los intelectuales de la generación del 98 (Azorín, Unamuno y, sobre todo, Baroja, a quien dedicó su tesis doctoral y sobre quien ya ha escrito y publicado distintos trabajos académicos), acaba de publicar un libro en el que reconstruye las relaciones personales -la «historia íntima»- que se dieron entre los integrantes de esa célebre estirpe.

Un aire de familia que, como él explica, se corresponde con una forma de ser y una actitud ante la vida basada en tres principios irrenunciables, compartidos por todos los miembros de la gens barojiana: individualismo, liberalismo y afán de independencia.

Desde el punto de vista de su contenido, estamos ante un libro que tiene el innegable mérito de nutrirse de fuentes primarias; es decir, de basar sus análisis en los numerosos textos autobiográficos que, a lo largo de más de un siglo, nos han dejado los propios protagonistas.

Desde el patriarca y la matriarca del clan, Serafín Baroja y Carmen Nessi, hasta el propio Pío Baroja, pasando por los hermanos y sobrinos del gran escritor, Fuster elabora sus semblanzas barojianas partiendo de testimonios como las memorias del novelista vasco, publicadas en los años cuarenta; los Recuerdos de una mujer de la generación del 98 (1998), escritos por su hermana, Carmen Baroja; o el inolvidable retrato de familia que es Los Baroja (1972), de Julio Caro Baroja, entre otros muchos.

Todas las casas

Además de ese repaso a las personalidades de los Baroja, Fuster dedica un capítulo entero -«Todas las casas, la casa»- a las viviendas en las que residió la familia: la casa madrileña de la calle de Mendizábal, donde también estuvo el horno que regentaron y la sede de la Editorial Caro Raggio; el famoso piso de la calle Ruiz de Alarcón, donde tenía lugar la tertulia tan frecuentada por escritores coetáneos de don Pío, como Camilo José Cela o César González-Ruano; y, por supuesto, el caserón de Itzea, en el pueblo navarro de Vera de Bidasoa.

Y cierra su monografía con un capítulo en el que, partiendo de la figura de Pío Caro Baroja, jefe del clan hasta su reciente fallecimiento en 2015, describe la situación en la que quedó la familia durante la posguerra franquista y la Transición, cuando los herederos tuvieron que luchar por defender el honor del apellido familiar y la integridad de un legado artístico que sufrió varios ataques e intentos de «expolio». Páginas que tienen el mérito de romper con los tópicos que durante años se han asumido, sin ningún amago de cuestionamiento por quienes los perpetúan.