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Toros

Tarde de expectación y decepción en Bilbao

Ni la maestría de Ponce ni la inteligencia de Roca Rey salvan del naufragio uno de los carteles estrella de la Semana Grande

El valenciano Enrique Ponce con su primer toro, que se derrumbó en varias ocasiones. EFE/Luis Tejido

Tarde para el olvido en Bilbao. De la emoción de la víspera con los toros de Torrestrella pasamos sin solución de continuidad al bochornoso espectáculo de la corrida de Núñez del Cuvillo, bella por fuera y vacía por dentro; tan endeble y ausente de contenido que ni la inteligente actuación de la sensación del momento, Andrés Roca Rey, ni el compromiso de un valenciano inmarcesible salvaron del naufragio. Un muestrario de lo peor que trae esta nueva forma de entender la tauromaquia que, en palabras del ganadero responsable de los toros lidiados ayer, Álvaro de la Campa, «es muy simple, la gente paga por ver un espectáculo y divertirse. La gente no va a ver a un toro; va a ver toreros».

Desafortunada declaración y profético presagio de lo que aconteció ayer, menos en lo de divertirse, claro. Vimos toreros, pero intentando salvar lo que podían donde -efectivamente- no hubo toro ni sombra que se le pareciese; ni emoción por la que merezca la pena mantener encendida la llama de una afición que, cada vez con mayor frecuencia, abandona los tendidos de las plazas y que ayer no llenaba los de Bilbao en uno de los carteles estrella de su Semana Grande.

Enrique Ponce pechó de entrada con un inválido, sustituto de otro de igual condición, al que intentó mantener en pie, toreándolo con la muleta a media altura y sin ninguna obligación. Pero ni por esas. El animal se derrumbó estrepitosamente en la primera tanda, costó levantarlo un mundo, y obligó al valenciano a irse a por la espada y pasaportar al animal de una estocada habilidosa.

El diestro de Chiva demostró su compromiso ante el cuarto, al que imantó con su habitual maestría técnica. Otro ejemplar justo de fuerzas pero noble y repetidor, al que toreó sin obligarle apenas y aprovechando sus idas y venidas con sentido del ritmo. Se fue tras la espada como un jabato, pero el fallo con el descabello le privó del merecido trofeo y hubo de conformarse con una calurosa ovación.

Andrés Roca Rey firmó la labor más consistente de la mala corrida de Núñez del Cuvillo. Templó, sin un tirón, con limpieza y despaciosidad, la justísima pero enclasada condición del animal para conseguir los pasajes más sobresalientes de la tarde. El fallo a espadas le privó de la oreja. Con el que cerraba plaza, un ejemplar deslucido y sin posibilidades de triunfo, poco pudo hacer y su labor fue silenciada.

José María Manzanares intentó fijar la paupérrima condición del segundo de la tarde, otro astado falto de fuerzas que apenas fue castigado en el tercio de varas y que demostró su lamentable condición en banderillas. La debilidad del burel condicionó la obra del diestro alicantino, que apenas pudo plantearle más solución que retrasarle la muleta y hacerle lo poco que pudo por alto y sin ninguna posibilidad de lucimiento. Mató de una estocada suficiente y su labor fue silenciada. Al quinto se limitó a pasarlo de muleta con decoro.

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