D ean Wareham vuelve a València, ciudad con la que, a lo largo de más de veinte años de visitas con Luna o en formato Dean and Britta, ha contraído un importante vínculo afectivo. Sus discos se apreciaban mucho en la escena indie local, pero la banda no se prodigaba por aquí. Por eso había expectación absoluta cuando anunciaron su actuación en el tercer FIB, que se tornó en un disgusto cuando el vendaval derribó el escenario y acabó con cualquier posibilidad de verlos a ellos y a Yo La Tengo. El desastre dejó tan mal sabor de boca que ambos grupos fueron contratados para tocar en València a final de aquel otoño de 1997 y que nadie se quedara con las ganas. Los conciertos fueron impagables, de los que se tatúan en la memoria del aficionado.

Para apreciar el trabajo de Dean en toda su magnitud tienen que haber leído una soberbia autobiografía titulada Postales Negras, un libro como la vida misma, lleno de fracasos y algún pequeño éxito. Un recorrido agridulce y maravilloso, sincero hasta doler, tan bueno o mejor que cualquiera de sus discos. 400 páginas escritas por uno de los nuestros, de los que estamos cansados de fracasar, pero intentamos convertir las derrotas en empates con sabor a victoria.

Conociendo su manera de ser y de pensar, sus vicisitudes personales y profesionales, es cuando damos con la medida de un personaje que, a veces, puede resultarnos sombrío o desdichado a la hora de presentar sus trabajos, firmar libros y discos o hacerse fotos con sus fans. Cuando el ex Galaxie 500 tiene problemas, suele reflejarlo. El chico es transparente.

Durante el concierto de Luna en la Rambleta el 22 de abril de 2015, Dean estaba tan enfurruñado que discutió con su banda arriba del escenario. Britta Phillips, la bajista y su esposa, lo miraba dolida, como si no lo conociera. El guitarrista Sean Eden asistió al episodio con una desidia que revelaba que la conducta no era novedosa. La actuación fue corta, sin alma y con un final abrupto. Quién sabe qué se le pasaría por la cabeza para ofrecer aquel mascullado de «Sweet Child O'Mine» antes de callarse del todo y negarse a cantar la segunda mitad de la canción. Desolador. Parece ser que esa tarde la compañía aérea les había extraviado todo su equipaje y el enfado se hacía notar en cada cuerda que pulsaba y en cada frase que pronunciaba.

El 29 de ese mes, a 800 kilómetros, no hubo rastro del siniestro Mr. Dean. Esta vez fue el brillante Dr. Wareham quien salió al escenario para brindarnos a los asistentes del concierto que Luna dio en Huelva una de las más fenomenales lecciones de interacción entre una banda de rock y su público. Bien comido y aseado, vestido con la ropa limpia de su maleta recién recuperada, el autor de «Speedbumps», «Chinatown» o «Superfreaky memories» pidió al público que se levantara de sus asientos y que rellenara el gélido hueco de ocho metros que separaba al grupo de las butacas en primera fila. No se sentía bien sin el contacto de sus seguidores. Tras ese inicio, el concierto sólo podía ser perfecto y vaya si lo fue.

En octubre de 2017, Luna volvió a La Rambleta y ofreció una actuación madura y serena, a imagen de su fan medio, el que tiene cuarenta y tantos, descendencia y más responsabilidades de las que esperaba cuando la gota fría derribó aquel escenario del FIB. El fan que, como Dean narra en su libro, gestiona sus traumas y disgustos como puede e intenta ser feliz. En cierta medida él nos ha hecho felices a nosotros y lo seguirá haciendo porque con cada melodía y estribillo ha puesto banda sonora a aquella post adolescencia difícil y estresante. València no soporta verte infeliz, te quiere demasiado, Mr. Dean. Así que mañana háznos un favor y dedícanos una sonrisa.