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Análisis

Una marabunta de festivales

El nuevo modelo de conciertos obliga a revisar su impacto y las ayudas públicas

Los festivales y fiestas populares caracterizan el verano español, la farra comienza con el chupinazo de los Sanfermines... No podemos ni imaginarnos cuál sería la impresión de Hemingway si viera la envergadura de lo que hoy en día son y algunos de los deleznables actos que durante esta fiesta ocurren, incluidos los de la «manada».

La juerga, el baile, la pasión, la calle y la celebración son rasgos que definen la «idiosincrasia española», algo que en pleno siglo XXI seguimos exportando. La jarana nos define y nos hemos convertido en un parque temático al respecto. Es lo que más vendemos, no es de extrañar que las cifras de visitantes extranjeros crezcan cada año. Tras la burbuja del ladrillo, el sector turístico parece ser el mascarón de proa de la marca España, una de las piezas clave en el despegue de nuestra economía.

Y en ese barco vamos los valencianos, nuestra imagen de «festeros» y poco serios también se exporta. Algunos querríamos que la visión sobre nosotros en el resto del mundo fuera más acorde con la realidad actual de nuestro país. El PP hace y ha hecho mucho daño en este sentido. Nada mejor que repasar las hemerotecas o mirar vídeos en Youtube de cada vez que hemos presentado candidaturas como sedes deportivas o de capitalidad o ciudades para centros de eventos internacionales, nuestros políticos de la derecha siempre venden, además, la promesa de «juerga».

En los últimos años, el crecimiento de festejos y actividades, el «ocio dirigido», va cobrando un espacio desmedido, a un coste excesivo. Si tenemos en cuenta estos últimos años de crisis económica y las muchas necesidades existentes -parados de larga duración, escaso empleo de jóvenes, masiva llegada de inmigrantes, escasa inversión en investigación, escasez de medios en las aulas y de profesorado en la enseñanza media, sanidad cada vez más en precario, interminables listas de espera, embargos?-, son muchas las voces que se cuestionan sobre las inconveniencias de tanto festejo y la utilidad de los mismos.

Además de las tradiciones populares, desde hace años los festivales musicales van creciendo a diestro y siniestro por toda la geografía española, son negocio para los organizadores y publicidad para las localidades que los acogen o eso es lo que dicen. La Comunitat Valenciana alberga ya un buen número de ellos durante la temporada estival: el Arenal Sound en Borriana, el Medusa Sunbeach en Cullera, el Low en Benidorm, el FIB y el Rototom en Benicàssim...

De todos ellos el FIB es el más antiguo. Desde su primera edición en 1995, organizado por los hermanos Morán hasta este verano (la vigésimo cuarta), los cambios no han sido muchos, siguen fieles a su filosofía inicial y mantienen un buen nivel de audiencia, aunque 2009 fue el del éxito absoluto con la presencia de Oasis, aquel año el FIB tuvo más ingresos que nunca.

Al comienzo, el festival atrajo mucho interés sobre la localidad; Benicàssim lo acogió y supuso un buen aliciente para los pequeños comerciantes y la población en general que lo veía con simpatía. En el panorama español no existía nada parecido, fue un festival pionero y resultaba atractivo para jóvenes y amantes del pop y el rock.

Como dice el concejal portavoz en la oposición por Compromís, Joan Bonet, el FIB en su etapa de madurez es otra cosa, hay que estudiar el modo de evitar que la población aguante las molestias de la masificación. Bonet habla de cambios de fechas para alargar la temporada estival. En su opinión, la actitud del PP desde hace unos años es bajarse los pantalones y hacer todo lo que los organizadores del festival reclaman para no cargar con el desgaste político.

Antes, dice, cuando había zona de acampada y los 'fibers' bajaban a comprar al pueblo, el comercio obtenía algún beneficio, pero ahora ya no es así. Hay agencias que venden ya el pack con entrada, alojamiento y traslados hasta el recinto musical. Marina D'Or lo hace. Benicàssim, dice, no tiene capacidad hotelera para alojar a todos los «fibers», la estación de Renfe y los pocos trenes de cercanías suponen una gran contrariedad. Nos encontraremos algún día que frente a otros destinos más urbanos y mejor conectados también de sol y playa, la organización decida trasladar el festival. Puede ocurrir, por eso hay que trabajar con visión de futuro, pensar en beneficios y planificar para mejorar el municipio, ese es el debate.

Joan Bonet apunta con sensatez que el mundo de la música necesita de los festivales. Hoy en día internet facilita un consumo de música que antes se hacía a través de la venta de discos, por eso las bandas necesitan tocar en directo. Reflexivo y serio, el concejal ve que hay que planificar y no acceder a todo lo que piden los organizadores de festivales. El diálogo es fundamental para que no se solapen intereses. La irresponsabilidad genuina del PP, nos comenta, sigue la inercia, es la excusa para no trabajar y buscar soluciones.

En general, los «fibers» no molestan, la población de Benicàssim parece acostumbrada al incesante ir y venir de jóvenes durante los días del festival, cada vez se ven menos excesos o ya no se le prestan atención, no sorprenden ni los disfraces, ni las borracheras, ni los jóvenes dormitando en la playa y las zonas ajardinadas.

Lo contrario de lo que está sucediendo en Borriana con el Arenal Sound, dónde impera cierto incivismo, que desde la organización no han sabido acotar. Otra cosa es lo que ocurra dentro del recinto, en esta edición -que se ha dado en llamar por la prensa «la más segura»-, se registraron 1.500 visitas a los puntos violeta contra las agresiones sexistas. El FIB a imagen y semejanza del Rototom (un festival que se ha destacado por su compromiso medioambiental y social), ha optado por explotar la vertiente solidaria y este año contribuye con el programa Juntes de Cruz Roja y con Save the Children.

Por otra parte, el sector hostelero, parece haber asumido las estancias cortas en sus alojamientos, pero siguen pidiendo que se celebre en otras fechas que les permita así alargar la temporada turística y captar o recuperar otro tipo de cliente vacacional, más tranquilo que huye de las aglomeraciones y que ahora evita Benicàssim durante las fechas en las que el FIB y el Rototom se celebran.

La edición del FIB de este año ha sido algo menos numerosa, un total de 168.000 «fibers», frente a los 177.000 del año pasado durante los cuatro días. La mayoría de asistentes son jóvenes de entre 20 y 25 años, un 45 % españoles, el 55 % de Reino Unido e Irlanda y otras 25 nacionalidades diferentes. The Killers fueron la atracción de este año, como lo fue la polémica presencia, por primera vez, de un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez acudió con su mujer, ya lo había hecho en otras ocasiones aunque entonces no era un flamante presidente.

Los defensores del festival argumentan que este año ha supuesto la creación de 650 puestos de trabajo de forma directa en la Comunitat Valenciana. Lo cierto es que ese empleo es muy precario porque apenas dura dos semanas y no se ajusta a esa boyante realidad que pretenden mostrar. Engrasar la maquinaria del festival, requiere, por otra parte, de subvenciones y ayudas de las corporaciones locales. Benicàssim invierte 15.000 euros en concepto de esponsorización para cada festival, unos 400.000 euros de alquiler del recinto para todos los festivales. La Generalitat aporta unos 40.000 euros, las Diputaciones también ayudan y además habría que contar el gasto que supone los servicios de limpieza y los de seguridad. Este gasto llega hasta unos 80.000 euros de coste para el Ayuntamiento.

En Benicàssim una de las soluciones, según la oposición, pasaría por comprar a los propietarios particulares los terrenos donde realizan los festivales en lugar de alquilarlos. Eso rebajaría costes y además permitiría al consistorio obtener algunos ingresos.

Qué los festivales son negocio, no hay duda, la repercusión internacional y mediática está garantizada(en el FIB este año hubo unos 400 medios acreditados y unos 700 periodistas de Irlanda, Reino Unido, México, Argentina, Japón?). Lo más caro para los organizadores es el cartel de actuaciones si quieren traer lo mejor. La calidad de las infraestructuras también es importante pero las ayudas de las instituciones y patrocinadores colaboran en gran medida a que sean buenas, por eso los festivales producen buenos réditos.

Los hay que hacen las cosas relativamente bien el FIB, Rototom, Sónar, BBK Live, Primavera Sound, La Mar de Músicas, Pirineos Sur y otros muchos. Pero es todo un fenómeno que pronto o tarde habrá que acotar porque las empresas privadas que hay detrás de ellos tienen en ocasiones ayudas públicas desmedidas y aún reconociendo su buen hacer y el carácter dinamizador que propician, a nivel de Estado seguimos transmitiendo una imagen de fiesta y chirigota.

En la actualidad, hay una falsa idea generalizada de «animación» a cualquier precio en los destinos turísticos, cuando muchos de sus usuarios y por supuesto los propios ciudadanos de dichos destinos sufren unas consecuencias en sus bolsillos y a niveles ambientales que también tendrían que tenerse en cuenta. La sostenibilidad en el caso de los festivales y macro eventos internacionales debería ser un asunto a tener en cuenta.

Mientras tanto el verano seguirá llenándose de festivales. Es la tendencia, invierten y ganan, lo demás lo pone la población, la simpatía, el sol, sangría, cerveza, paellas y patatas bravas, noches eternas? España sigue siendo diferente, y los organizadores se reinventarán fórmulas y novedades para diferenciarse. El FIB anuncia que el 25º aniversario incorporará novedades organizativas y ambientalmente responsables y estudia recuperar la fiesta en la playa que cada lunes después del festival, daba por cerrada la edición. Dicha fiesta, gratuita y abierta para todo el público, se suspendió hace años porque era insostenible por la masificación en un espacio sensible como lo es cualquier playa de arena del litoral Mediterráneo.

¿Cómo solucionarán el caos de basura, suciedad, desperdicios que tardaba días en aclararse? No importa, seguimos con la fiesta y oyendo a lo lejos la música que llega desde el recinto del festival e invade las calurosas noches del verano en Benicàssim. Tarareamos para luchar contra el insomnio y los malos pensamientos la canción de Jimy Fontana que decía: gira el mundo gira en el espacio infinito, no se para ni un momento, su noche muere y llega el día?

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