Se quedó bastante lejos Raphael de llenar la plaza de toros de València ayer por la noche. No hace ni un año que estuvo por aquí para actuar en plan sinfónico tres días seguidos en el Palau de les Arts. El precio de las entradas, qué se le va a hacer, tampoco está al alcance de todo el mundo. Y el artista no se ha prestado a la promoción mediática pese a que en algo podríamos haber ayudado. A uno le sabe mal estar disfrutando de un concierto tan sobrado de todo, con 32 canciones y más de dos horas de actuación, y ver tantas sillas vacías. Uno se pone en plan padre y piensa "qué manera de derrochar un concierto magnífico".

Poco público, pues (unas 3.000 entradas vendidas para un aforo de 8.000), y poca gente joven en él, para qué vamos a engañarnos.Contrasta con la banda que acompaña a Raphael, que excepto por los dos teclistas (2) y el propio "aquel", no debe llegar ninguno de sus integrantes (dos guitarras, bajo, batería y percusión) a los 40. Y qué barbaridad, cómo tocan. Hubo un momento en el que "aquel" desapareció unos segundos por un lateral del escenario y su banda de acompañamiento se convirtió en los Allman Brothers. Qué bestias.

Lo cierto es que el concierto tuvo un tono rockero bastante evidente. Salvando todas las distancias que quieran, porque las canciones de Raphael no dejan de ser las canciones de Raphael, y él no puede evitar ser él mismo. Pero todo transcurrió al ritmo de un mediofondista keniata. El cantante sólo se dirigió al público en un par de ocasiones y entre canción y canción sólo daba pie a que el respetable le adorara durante unos segundos. En esos momentos Raphael se abría de brazos y se transformaba en divinidad casi translúcida.

Vayamos al asunto. Arrancó el concierto con una especie de explosión que provocó algún chillido y enseguida salió Raphael totalmente vestido de negro y con chaquetón de cuero idem, como invitándonos a entrar en su matrix de exceso y melodrama. Sonaba "Infinitos bailes", compuesta por Mikel Izal e incluida en el último disco del de Linares, con el que ha intentado rejuvenecer a su grey. De ese mismo disco de 2016 es el tema que vino a continuación, la un tanto caricaturesca "Aunque a veces duela" (composición de Dani Martín) y, la en este caso magníficamente histriónica, "Igual de loco por cantar", el traje a medida que le ha hecho Diego Cantero de Funambulistas.

Tres canciones y tres veces que se levantó el público, sobre todo las señoras que desafiaban la física moderna aplaudiendo a rabiar al mismo tiempo que cogían con fuerza el bolso. "Es un plaser estar en València. Una vez más y las que nos quedan", dijo Raphael. Atronadora ovación. "Estas canciones son de mi último disco, pero yo sé muy bien a qué han venido". ("Síiiiiii"). El artista se quita el disfraz de Keanu Reeves y empiezan a sonar los inconfundibles acordes de esa "Mi gran noche" que igual vale para animar geriátricos que para el cierre del garito más moderno.

Efectivamente, lo que vino a continuación durante dos horas de concierto fue una retahíla de clásicos raphaelinos y versiones ajenas raphaelizadas que se sucedían sin apenas tiempo para adorar a la divinidad raphaeliesca. Cantó "Ahora", cantó "Ella" (la de su "anochesido pelo"). "Está delgado", apreciaba una señora detrás de mí. "Está inmenso", le contraatacaba su acompañante. "Somos", "Digan lo que digan", "Provocación", "La noche". El público, incansable, se levanta, aplaude, grita guapo y se vuelve a sentar. "Volveré a nacer" (y otro verso impagable: "pasé de la niñes a los asuntos"), nueva ovación, se abre de brazos, luce piñata y la luz blanca del foco que le estira la cara le atraviesa la piel hasta volverle casi etéreo. La hipertremendista "Cuando tú no estás" y después "Yo sigo siendo aquel", que arranca con la banda sentada al fondo, dejando al cantante sólo ante el peligro, para a continuación, en el estribillo, levantarse todos los músicos a la vez mientras el artista aúlla "Seré Raphael el de siempreeeeeee". "Bravooooo", gritan las 3.000 personas que ya parecen 6.000 o más. "Bravooooooo", que es una expresión que nunca he escuchado en el FIB.

Me van a permitir este párrafo largo y abigarrado que hemos pasado y los que venga a continuación, porque uno (pobre iluso) intenta transmitir así el ritmo del concierto. Las canciones giraban como un carrusel temático de repertorio raphaeliano. Ante el público iba pasando el yo, la reafirmación del yo, el drama, el melodrama, el hiperdrama, el olvido, el no me acuerdo, el y tú más, el yo no he sido. La festiva "Maravilloso corazón", con bailecito trotón incluido, dio paso a "Por una tontería" y a que uno pensara que en los estertores del franquismo y la transición se compusieron muchas más canciones sobre los cuernos en pareja que sobre la libertad, la amnistía y el estatut de autonomía. Raphael se sienta en una silla para cantar que "No puedo arrancarte de mí", se vuelve a levantar para reafirmarse en el drama con "Aunque a veces duela" y se pone medio psicodélico para entonar "Estuve enamorado" con prólogo de los Beatles y pedalada wah wah.

Un descanso, por favor. Los músicos, entre la banda heavy y la orquesta de verano, rodean a Raphael para interpretar "La quiero a morir" de Francis Cabrel. Cuando acaba "Adoro" la pequeña multitud corea "Raphael, Raphael" sin olvidarse de la H intercalada. En su versión de "Gracias a la vida" de Violeta Parra el cantante deja lucirse al guitarrista. El teatro que está siendo todo el concierto se convierte en metateatro cuando hace un extraño dueto con la voz de Carlos Gardel saliendo de una vieja radio para cantar "Volver". Continúa el viaje por América con "Fallaste corazón", "Que nadie sepa mi sufrir" y de nuevo Violeta Parra con "El gavilán".

Otra salida por un lateral de apenas unos segundos y Raphael vuelve al repertorio propio con "Estar enamorado" y la estremecedora "En carne viva", cuyo estribillo canta el público en una tonalidad cercana a la de un coro de serafines. Cuando llega "Escándalo", con pequeño rap incluido, ya nadie se vuelve a sentar. "Ámame" no está mal, pero es que después llega "Qué sabe nadie", que pese a la guitarra AOR y los metales pregrabados, suena magnífica y supone el cenit del concierto, con Raphael saliendo del escenario con apenas medio punto menos de drama que James Brown cuando caía de rodillas y le ponían la capa en "Please, Please, Please". Todos los sentimientos se han desbordado, "Yo soy aquel" suena a velocidad ramoniana y canta una "Como yo te amo" demasiado corta con ojitos de cabroncete. Ya no hay más, ya no hace falta, Raphael lo ha entregado todo y la gente pide otra porque pedir es gratis. Por eso, cuando vuelve para hacer un gesto de agradecimiento un poco cursi (hace como si se sacara el corazón del bolsillo de la camisa y lo tira al ruedo) y se va, el público se va con él sin rechistar. Raphael ha cumplido con creces, es su pastor y nada les falta.