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Entrevista

Miguel Ríos: "Soy un medio pensionista de la vida"

El cantante, que actúa en València el día 29, se reinventa para acompañar su música de una orquesta sinfónica y «que las canciones de siempre suenen vestidas con otro ropaje sin perder su esencia»

Entre violoncelos y guitarras, Miguel Rios se presentará en la Plaza de Toros de València el próximo 29 de septiembre (21:30 horas). Será, advierte, un concierto diferente. A Miguel le gusta divertirse sobre el escenario y lo que ahora le entusiasma es actuar acompañado de una banda sinfónica de 50 músicos dirigida por Carlos Checa. Dice, entre risas, que por eso lo hace.

Cualquier mortal acude al gimnasio para liberar adrenalina, pero parece que usted se empeña en descargarla toda sobre el escenario.

En el gimnasio se desprende una adrenalina onanista y sobre el escenario la adrenalina es de puro placer y compartida. Actuar delante de la gente es lo más. Las ofertas que recibí para volver a cantar, al margen de lo que hacía en plan solidario y demás, fue lo del Gusto es nuestro con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat que actuamos en València y luego surgió la posibilidad de este tour tocando con orquesta sinfónica. Fue un ofrecimiento que no pude rechazar. ¡Vaya experiencia! Hicimos un concierto en 2017 en la Alhambra de Granada, en el Festival Internacional de Música y Danza, y de ese directo surgió el álbum Symphonic Rios. Fue una superexperiencia. He vuelto al barro porque la oferta no la podía rechazar. Y no me arrepiento.

Vamos, que actuar es para usted como una droga de la que le es imposible desintoxicarse.

Pues te diría que sí, que sin dudar a dudas, sobre todo si estas en buena forma [larga carcajada]. Actuar es lo más... hace unos días actué en Ponferrada bajo una lluvia increíble, con la gente pertrechada en sus paraguas y fue increíble; como la gente no podía aplaudir, nos inventamos hasta una coreografía y disfruté muchísimo. A los 74 años, seguir jugando me hace la vida más atractiva.

Eso es porque se siente bien y la edad es solo un número.

Vocalmente estoy en uno de mis mejores momentos pero fisicamente [silencio y risas] ya baja todo un poco.

Por lo que cuenta, a usted lo del miedo escénico le debe sonar a chiste.

Lo entiendo pero... El enganche lo engloba todo. En el paquete entra el placer y el displacer. Cuando sales al escenario y ves que no conectas o cuando notas que hay adversidades es... uf. No somos máquinas y sí seres humanos llenos de dudas. El miedo escénico existe y está muy bien porque demuestra que somos seres vulnerables. Lo mejor que se le puede pedir a un artista es que no sea un ser monolítico y que sea como todos los que van a verlo, e incluso te diría más, un reflejo de ellos.

¿Replantearse volver a los escenarios es porque con usted no casaba la vida de jubilado retirado?

Cuando hice Bye bye Rios sí que tenía formalmente el deseo de no seguir siendo un profesional de la música, que no quiere decir dejarlo todo. El cantante se muere siendo cantante. Dejar de ser profesional implicaba que ya no tenía que estar yendo todos los días al gimnasio o dejar de hacer ejercicios vocales a diario; esa nueva vida me iba a permitir poder dedicarme a lo que quería que era escribir que es otro tipo de actividad mental y física. Escribir es un camino de introspección porque no tienes a nadie delante tuyo; ante el papel estas solo delante de tu mismo contándote cosas. Cuando uno sale a cantar se convierte en un reflejo de los que están enfrente y nadie quiere dejar una mala imagen de sí mismo.

¿Quizás el éxito de mantenerse ahí tantos años es el conocer perfectamente a su público y el ya saber satisfacerlo?

Ahí se da un equilibrio difícil de mantener. A cualquier artista le gusta innovar y presentar cosas nuevas. Una de las pegas que tiene el llevar tanto tiempo ahí es que te ves obligado a repetirte porque la gente que va a verte quiere que seas tú mismo, quiere escuchar determinadas canciones y si no las pones en el repertorio les decepcionas. La libertad personal, o la inteligencia en este caso, está en ir metiendo cosas nuevas en pequeñas dosis o, como yo hago, agarrándome a un clavo ardiendo como es el acompañar mi música con una orquesta sinfónica que es algo novedoso tanto para mí como para el género. El equilibrio está en dar con el punto de que no se te escape de la mano el saber que la gente ha ido a verte para obtener placer, pero al mismo tiempo, darte placer a ti mismo; este juego nos retroalimenta y ahí está la mecánica de nuestra relación.

¿Cómo fue el proceso de encajar y fusionar su repertorio con una orquesta sinfónica? ¿el reto fue mayor o menor de lo que esperaba?

En alguna de mis canciones ya había tratado de recrear eso que llaman rock sinfónico, es decir, vestir las canciones con sonido sinfónico. Cuando tuve la oportunidad de fusionar y tocar con una orquesta no pude dejarlo pasar. El planteamiento es que las canciones de siempre suenen vestidas con otro ropaje sin perder su esencia. Hemos tratado que la orquesta se ponga en función de la canción y nunca al revés y eso lo hemos conseguido gracias a buenos arreglistas. Ahí está el éxito de este proyecto.

Digamos que ahora es un rockero clásico.

Esto ya es un galimatías. Ya me cuesta hasta explicarme [ríe].

Pues ayúdeme y ahora que se encasilla a todo el mundo, ¿cómo quiere que lo encasille?

Encasíllame tú.

Miguel Ríos, sin más.

Fantástico. Me gusta.

De todas las etiquetas que le han puesto, ¿con cuál se siente más identificado?

Algunas, la verdad, las he provocado yo mismo. Te diría que me quedo con la de que Los viejos rockeros nunca mueren. Fue un homenaje a Chuck Berry, mi maestro, él fue quien me demostró que había otra forma de comunicarse y de vivir la vida y quien me dio una oportunidad. Esa canción me ha acompañado tanto que se ha convertido en mi propia canción. He trabajado mucho para mantener el género del rock, igual que otra gente se dedica sólo a hacer música y no ha buscado la etiqueta de lo que hacen, yo sí que lo he hecho y por eso casi todos mis títulos tienen que ver con la palabra rock. El rock para mí es algo más que un estilo de música. Al principio, el rock fue mi salvavidas y la tabla a la que agarrarme, pero luego, cuando tomé conciencia, me di cuenta del peso que tenía. Para mí el rock es una cultura más universal que local. En mi tiempo fue una forma global con la que los jóvenes salíamos de la monotonía y la predestinación que era salir del surco del padre. Siempre he querido reivindicar el rock como algo más que un género musical.

El rock le debe mucho.

Y a muchos otros. Aquí se tiene poco gusto por la admiración. Si tuviera memoria este país, Bruno Lomas estaría en la mente de todo el mundo. Bruno fue un tipo fundamental para entender que nos metíamos en una expresión que era mucho más que música, porque se le daba un color diferente a tu propia existencia.

Ser una leyenda viva debe de ser una lata.

[ríe] No hay que tomarse las cosas al pie de la letra. No soy una leyenda, eso es falso. No hay nadie que sea una leyenda. Recuerdo ver u oir a gente que me ha confortado y tipos que me han recordado que no me equivoqué cuando escogí este tipo de manifestación cultural, gente que le ha dado sentido a mi vida. Pero vivir desde el punto de vista personal como un tipo trascendental es absurdo. No hay nada más grande que la vida, aunque algunos se crean más grandes que ella.

¿Qué siente cuando las nuevas generaciones se adueñan de sus canciones?

No miro demasiado hacia fuera excepto en los momentos en los que salgo a actuar. Lo que dices, es algo que no miro demasiado. Yo ya soy un medio pensionista de la vida. Sé que la gente joven del rock me tiene un cierto cariño y en ese sentido sí noto que ellos saben que he contribuido a que estén arriba de un escenario. No me acompaña ese ego tan aparatoso que me impide ver la naturalidad de la vida. Cuando fui más jovencillo igual sí que lo veía de forma diferente porque me creía el rey del mambo pero ya no.

A pesar del paso del tiempo, ¿se sigue identificando con la letra de sus canciones? ¿o ahora simplemente las defiende?

Hay canciones que están tan vigentes, o más, que cuando las hice. En la Frontera la escribí hace treinta y cinco años para El rock de una noche de verano y ahora tiene más actualidad que entonces. Esta canción, en todos los sentidos, la podía haber hecho ayer porque a los países del Primer Mundo nunca les ha gustado tener pobres a sus puertas . El blues del autobus, por ejemplo, traspasa el tiempo y su espíritu sigue vivo por el hecho de ir a cantar a la gente, por el deseo de comunicarse con sus semejantes y aprovechar la oportunidad de moverte con ellos porque sin oficiante no hay ceremonia.

¿Qué le parece la música que se hace y escucha hoy en día?

Ya me puse las orejeras del rock y la otra música me interesa poco. Ahora escucho a gente joven que confieso que me parece acojonante. Las bandas nuevas tocan increíble y suenan fantásticas. La gente ha ido evolucionando con su tiempo y ha ido contando la realidad con sonido y texto. Creo que ahora hay mejor música que nunca. Siempre he convivido con música que ha tenido más éxito que el rock pero cada uno coge lo que quiere.

¿En el coche qué escucha?

Escucho la radio y sobre todo noticias o magazines. Tengo un problema con la música. Te cuento: la música me invade y me posee. Quiero decir que soy peligroso oyendo música en el coche porque me puedo quedar embobado pensando cómo han logrado hacer eso, o cabrearme, en el sentido de pensar 'este hijoputa cómo ha hecho esto tan bueno' y esto, con un volante en la mano, es muy peligroso.

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