Ya quisiera cualquier mortal un funeral como el que se han montado los de La Cubana para enterrar a su Arturo. ¡Qué alegría, qué jolgorio! Un no para de ir y venir, de risas y excesos. Dentro y fuera del escenario.

La calle se convirtió la noche del jueves en una fiesta de mil colores para celebrar el estreno oficial y la función número 100 de "Adiós Arturo", la última producción de la célebre compañía, que ha vuelto al Teatro Olympia (hasta el 14 de octubre).

Como ocurre en otras latitudes, los chicos de La Cubana han querido montarse esta fiesta en su representación que hace el centenar. Hasta desplegaron una alfombra roja por la que desfiló lo más granado de València: «autoridades, miembros distinguidos de la sociedad valenciana, representantes del mundo fallero, actores, políticos y entidades representativas de la ciudad», resumieron. Hasta una banda de músicos llevaron: la Banda de Músicos Amigos de Arturo Cirera, es decir, el finado. En realidad, fueron algunos de los miembros de la Sociedad Musical Santa Cecilia de Chelva los que pusieron la banda sonora al disparatado "photocall" instalado en la calle una hora antes de comenzar la función. El público posaba divertido y los curiosos se asomaban entre la sorpresa y la diversión. La Cubana había tomado literalmente la calle.

El sarao no quedó ahí, en una sencilla alfombra roja. No, La Cubana es más. Hasta hubo normas de etiqueta y protocolo. El "dress code" estaba claro: nada de negros, colores oscuros y lutos. Colorines, colores muy vivos, que para muerto ya está el pobre Arturo.

Y el uso de teléfonos móviles, "tablets" y cámaras fotográficas estaba más que permitido en la función. Que para eso montaron un sarao de mucho cuidado. Como para que no se publique en redes sociales.

Ya en el patio de butacas el público, como si de una posesión de tratase, se metió en el pellejo de la compañía catalana. Entre las filas se pudo ver jeques árabes, indios, cantantes de "country", un grupo de monjas y hasta a un obispo improvisados. Todo por obra y gracia de La Cubana.

Pese al ataúd siempre en escena, posiblemente ningún presente en la sala pensó por un momento en la muerte. O al menos en la tradicional Parca. Los colores, las risas, la música y el loro multicolor (de nombre Ernesto) siempre sobre las tablas no dejaban lugar para otra cosa que no fuera un canto a la vida. ¡Quién pudiera morirse así, como Arturo Cirera! El público se entregó desde el primer minuto. No era para menos. Un exceso detrás de otro.

Las casi dos horas de espectáculo pasaron entre risas, números musicales y humor, en los que los "amigos" de Arturo quisieron darle su particular despedida. Una vez acabado, el público aún tuvo tiempo de intercambiar opiniones en un pequeño cóctel servido como en los funerales a la americana en plena calle. Que para eso Arturo sabía disfrutar de la vida y parece ser que también de la muerte.