Si Frank Sinatra dijo adiós a la música en 1971 y dos años después ya se le había pasado la tontería, o The Band bailaron su último vals en 1976 y después estuvieron haciendo conciertos y discos hasta finales de los 90, ¿por qué voy a tener yo que quedarme en casa?, debió de pensar Miguel Ríos después de un concierto puntual pero la mar de resultón en la Alhambra de Granada acompañado por una orquesta sinfónica. Y así, ocho años después de entonar en la Font de Sant Lluis de València el "Bye Bye Ríos", el sábado por la noche el músico granadino volvió a la ciudad, esta vez a la Plaza de Toros, para hacer saber que sus canciones de "música popular" (así las definió) siguen vigentes y quedan bien incluso con una orquesta de 56 "maestros" (los de la Universal Music Orchestra), más él y los cuatro Black Betty Boys que empuñan guitarra, bajo, batería y teclados. "El rock se ha convertido ya en música clásica", dijo entre los aplausos del público y cierta desazón de este cronista.

Miguel Ríos tiene ya 74 años pero ya hace tiempo que alcanzó esa capacidad oriental de la edad indefinida y quizá también la de permitirse caprichos (o desafíos, vaya usted a saber) como esto del sinfonismo, que no parece que vaya a serle muy rentable económicamente. Sigue cantando muy bien, sigue moviéndose felinamente sobre el escenario y sigue manejando al público -algo escaso en esta ocasión (algo menos de 3.000 personas)- a su antojo a base de "heys" y "no se os oye" y menciones al lugar, a la edad e incluso a la próstata. Apareció primero la orquesta dirigida por Carlos Checa para interpretar una "suite" con fragmentos de sus temas más conocidos, y a continuación irrumpió el cantante con su banda rockera. "Memorias de la carretera" dio paso inmediato a la célebre "Bienvenidos" que el granadino transformó en "Benvinguts" para dedicársela "als fills del rock´n´roll". Uno esperaba que en ese momento se levantase a protestar la señora que el martes le exigió a Serrat que hablase en castellano, pero no hubo tal.

El inicio del concierto fue algo desastrado, con la guitarra de flecha de José Nortes y la batería de Carlos Gamón comiéndose a los 56 maestros de la sinfónica. Conforme fue avanzando el recital el problema se fue atemperando y ya pudimos escuchar mejor los arreglos que (yo creo que para bien) tampoco estaban hechos para dominar el escenario. "Directo al corazón" dio paso a "Boabdil el Chico" y después a "En la frontera", tema de 1983 que le sirvió a Ríos para recordar su concierto de aquel año en el "Ciutat de València" y para reivindicar que su mensaje, por desgracia, es de "una actualidad rabiosísima". "50 años tiene este tema y no pasa el tiempo por él", dijo también tras interpretar la sesentera "El río" a la que siguió "No estás sola", otro tema marcadamente ochentero en el que, esta vez sí, destacaron los metales de la orquesta (llena de valencianos, informó Miguel) y el piano del también valenciano Luis Prado.

Uno tiene la sensación de que, pese a su montón de canciones incontestables, Miguel Ríos tiene también bastantes temas (aquellos con los que se "rejuveneció" en los 80 y que navegaban entre el heavy y eso que se llama "rock para adultos") que huelen un poco a cerrado. Es el caso de "Reina de la noche" o "Un caballo llamado muerte". Pero en "Todo a pulmón" la orquesta ya le daba a la actuación el punto épico que los artistas normalmente consagrados suelen buscar cuando afrontan este tipo de experimentos. Lo cierto es que ya todo sonaba en su sitio y al artista se le notaba a gusto. El "Blues del autobús" es un temazo al que sólo se le notan los años cuando en estos tiempos de hiperconexión canta eso de "si pudiera parar un minuto más, necesito telefonear". "Antinuclear" es otro hijo de su época, pero tiene un ritmo incontestable y la orquesta se lució merecidamente. "Mi momento de gloria viene gracias a la próstata de Miguel", dijo Luis Prado antes de que el cantante se tomase un "descanso" y le dejase cantar su generacional "Estoy gordo".

Siguió el repaso a la carrera de Miguel Ríos con la discotequera "Sueño espacial", "Rock de una noche de verano" y un "medley" del clásicos de Chuck Berry, Bill Haley, Carl Perkins y Ray Charles que hizo levantar a la mayor parte del público para demostrar con sus bailes que el rock´n´roll fue un fenómeno tardío en España. En la recta final llegaron "Los viejos rockeros nunca mueren" con toques de "Quadrophenia", ese baladón llamado "Santa Lucía", una "Vuelvo a Granada" con unos arreglos orquestales muy chulos y, obviamente, el "Himno de la Alegría", un "monumento musical a la dignidad del ser humano" con el que finalizó el concierto. Bye bye Ríos, hasta la próxima.