Francisco Llácer Pla fue -es- no solamente uno de los compositores fundamentales de la larga historia de la música valenciana, sino una de las personalidades más ejemplares y cualificadas de la creación española de la segunda mitad del siglo XX. Hoy, 2 de octubre, hace exactamente cien años de su nacimiento en una vivienda del casco histórico de València. Con tal motivo, sus antiguos discípulos, amigos, familiares y el mundo musical valenciano le rinden homenaje con un concierto en el Teatro Micalet de su ciudad natal en el que se escucharán algunas de sus obras. Actuarán, entre otros, los pianistas Pablo García-Berlanga y Adolfo Bueso, el guitarrista José Luis Ruiz del Puerto y el Orfeó Universitari de València.

Francisco Llácer Pla fue siempre un rara avis en el localista ambiente musical valenciano de su época. Sin en absoluto renegar de él, su universo traspasaba cualquier localismo para arraigarse en las vanguardias. Entre bandas, certámenes y el mundo acomodaticio de lo popular, Llácer Pla optó siempre por la vía de la vanguardia y del rigor consigo mismo y con sus convicciones estéticas. Era un personaje excepcional, de voz temperada y conversación profunda. Amable sin almíbar. Recuerdo bien el día que le conocí, en junio de 1998, cuando la arpista Luisa Domingo preparaba para un recital su «Preludio místico», una obra de 1961 cuyas finas y avanzadas texturas representan en su brevedad sintética el conciso y fascinante universo sonoro de Llácer Pla. El compositor, que ya andaba corto de vista, se quedó encantado con la interpretación y apenas hizo observaciones. «Suena mejor de lo que yo imaginé cuando lo compuse», dijo satisfecho y generoso.

Francisco Llácer Pla era «Don Paco» para todo el mundo. Cuando en cierta ocasión, después de un concierto en el que la Sinfónica de la Radio Televisión Española tocó «Anem de folies» dirigida por Lucas Pfaff, le solté con entusiasmo un «¡Bravo Maestro!». Su respuesta fue inmediata y contundente: «Nada de maestro, llámame Paco, a secas». «Maestro, es que no me sale», le respondí. «Pues entonces, llámame Don Paco, pero de ahí no pases».

En el mundillo musical levantino, bastaba decir «Don Paco» para que cualquiera supiese inmediatamente quien era el referido. Algo así como décadas antes ocurría con su admirado «Don Manuel», que era, claro, de Falla. Un compositor -Don Manuel- con el que Don Paco también coincidía en ejemplaridad y fidelidad a sí mismo, además de compartir una visión vanguardista e insobornable que sobrevolaba sus respectivos entornos.

Había nacido en el seno de una familia sin tradición musical. A los ocho años ingresó como «infantillo» (niño cantor) en la capilla musical del Real Colegio del Corpus Christi (Iglesia del Patriarca) de València, donde recibió las primeras nociones de música. Allí se dejó fascinar por el canto gregoriano y los grandes polifonistas, que le dejaron, como él mismo decía, «una profunda huella en mi personalidad y serían influencias decisivas en el desarrollo de mi obra».

Estudió Piano, Órgano e Historia y Estética en el Conservatorio de València con Juan Bautista Tomás, José Bellver, Juan Bautista Cortés, Pedro Sosa y Eduardo López-Chavarri. Posteriormente completó su formación con José Báguena Soler y siguió «valiosos consejos» de Manuel Palau. No obstante, y como él mismo gustaba recordar, «mi formación en el campo de la música contemporánea y de las vanguardias musicales europeas fue completamente autodidacta».

Fue también un admirado y muy querido profesor. Impartió clases de armonía y de formas musicales en el Instituto Musical Giner -del que luego fue director- y en el Conservatorio Superior de València, que compaginó con su magisterio fuera de las instituciones. Entre la enseñanza oficial y la informal fue maestro y guía de varias generaciones de músicos valencianos, a los que siempre apoyó y alentó con entusiasmo. Figura versátil e incansable, también ejerció la crítica musical, fue jurado en números concursos, agudo conferenciante, jurado en numerosos concursos y premios musicales, colaborador del Instituto Valenciano de Musicología y presidente de Juventudes Musicales en València.

Pero lo más fundamental de su fecunda existencia es su legado como compositor. Un valioso catálogo que abarca más de setenta opus, entre obras para piano, de cámara, vocales, corales, sinfónicas y sinfónico-corales. De su producción cabe destacar la «Sonata para piano» de 1955; el citado «Preludio místico para arpa»; «Nou cançons per a la intimitat» (1966), sobre textos del poeta Xavier Casp; «Lamentació d'amor de Tirant lo Blanch», para coro mixto (1972) sobre el conocido texto de Joanot Martorell; «Tenebrae», para flauta y piano (1985); el «Concierto para piano y orquesta» de 1986 (estrenado por Fernando Puchol y la Orquesta Nacional de España en el Teatro Real de Madrid, el 21 de marzo de 1986), y «Te Deum», para solistas, coro de niños, coro mixto y orquesta, compuesto en 1991 para conmemorar el cincuentenario de la creación de la Orquesta de València, dado a conocer por esta orquesta y Manuel Galduf, quien siempre ha sido uno de los más fieles valedores de la música de Llácer Pla.

Don Paco nunca se dejó seducir por las mieles del éxito y del reconocimiento, y optó por ser siempre fiel a sí mismo, a sus convicciones estéticas e ideológicas. Más allá de conveniencias y oportunismos. En este sentido, se mantuvo a contracorriente del acomodaticio entorno valenciano. Uno de sus primeros reconocimientos llegó de Levante-EMV, que en 1997 lo distinguió con el premio Importante. Un año después, en 1998, con motivo de su 80 aniversario, se le dedicaron numerosos homenajes, casi todos ellos ajenos al mundito político valenciano, que en su cortedad ideológica no tuvo luces para apreciar a su ilustre compositor. Falleció el 14 de abril de 2002. Muy tardíamente, en 2005 y a título póstumo, el Ayuntamiento de València lo nombró Hijo Predilecto de la ciudad y rotuló una calle con su nombre en el distrito de Quatre Carreres.