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Crítica musical

Misteriosa felicidad

Orquesta Sinfónica de la BBC

palau de la música

Orquesta Sinfónica de la BBC. Solista: Martin Fröst (clarinete). Director: Sakari Oramo. Pro­gra­ma: Obras de Shostakóvich (Sinfonía número 9), Copland (Concierto para clarinete y orquesta) y Prokófiev (Sinfonía número 6). Entra­da: Alre­de­dor de 1750 personas (Lleno). Fe­cha: Martes, 23 octubre 2018.

Aunque ni la Novena sinfonía de Shostakóvich y menos aún la Sexta de Prokófiev sean obras precisamente alegres -la primera, en Mi bemol mayor, esconde tras su apariencia desenfadada y burlesca mucho drama; la segunda en la tonalidad relativa de mi bemol menor, es en su fondo beethoveniano abiertamente trágica-, al final del concierto ofrecido el miércoles por la Sinfónica de la BBC y Sakari Oramo en el Palau de la Música latía la misteriosa felicidad de haber sentido y vivido gran música en grandes interpretaciones. En medio, entre ambos símbolos de la poderosa Unión Soviética, el contemporáneo Concierto para clarinete y orquesta del estadounidense de origen lituano Aaron Copland supuso guinda risueña, acentuada además por el virtuosismo espectacular del clarinetista sueco Martin Fröst, solista fuera de serie que hizo maravillas musicales y técnicas con una obra que lleva la técnica del instrumento a extremos inimaginables.

Apunta la pluma certera y clara de César Rus en las notas al programa que las dos sinfonías -¡sinfoniones!- tienen en común haber surgido como reacción al final de la II Guerra Mundial, «aunque de manera bien distintas», matiza Rus. Si en su Sexta sinfonía Prokófiev guiña a Beethoven, Shostakóvich torna la mirada a Mozart y al clasicismo en su inesperada Novena, algo que ya hizo en su primera sinfonía, «Clásica», cuya conocida gavota fue el colofón fuera de programa de este concierto que queda en los anales como uno de los más redondos de los últimos años.

El finlandés Sakari Oramo (Helsinki, 1965) ha convertido a la Sinfónica de la BBC de Londres -de la que es titular desde 2013- en una orquesta maravillosamente ensamblada, con músicos de gran calado técnico y una generosidad artística siempre dispuesta a dar lo mejor en cada concierto. Después de lo escuchado el miércoles, en absoluto se antoja exagerado decir que el conjunto de la BBC nada tiene que envidiar a sus vecinas y prestigiadas orquestas de su filarmónica ciudad. A la calidad del bien galvanizado sonido, se añade el sobresaliente hacer de todos y cada uno de sus solistas. Sin fisuras ni puntos débiles, El excepcional cometido de la fagot solista -Sarah Burnett- en la sinfonía de Shostakóvich simboliza y resume las bondades de una orquesta en la que sin excepción brillaron con fuerza todos sus intérpretes.

Lejos de cualquier gesticulación gratuita o de cara a la galería, Sakari Oramo centra todo su trabajo sobre el podio en servir a la música. Sin distracciones gratuitas. Su dirección es clara y precisa. De una honestidad que fascina en su huída de cualquier falsa retórica o efecto innecesario. Va al grano para servir la música desde su propia esencia y entraña. Tanto Shostakóvich como Prokófiev sonaron bajo sus manos con esa intensidad y autenticidad exclusiva de los grandes directores de orquestas de la vieja Unión Soviética. Tempi, dinámicas, fraseos€Todo es cabal y natural, sin que ello suponga rutina o indiferencia. La música casi sin interpretación, como si fuera ella misma la que se expresa y expande guiada por un maestro que con su hacer da sentido a la palabra.

Con similar maestría y autenticidad sonó el Concierto de Copland, nacido en 1948 como respuesta a un encargo del célebre clarinetista Benny Goodman. Su audición soporta a duras penas el preludio arrollador de la sinfonía de Shostakóvich. Pero la fuerte presencia escénica y musicalidad extravertida y pirotécnica de Martin Fröst (1970) se impuso sobre esta adversidad para lograr imponer, tras la almibarada sección inicial, la subyugante fuerza de su virtuosismo extremo. El público, que abarrotó el Palau de la Música y entre el que abundaban clarinetistas llegados expresamente al reclamo del divo de su instrumento, brindó al final de la actuación de Fröst una de esas ovaciones largas e intensas que únicamente de tarde en tarde se escuchan. Como regalo entrañable y familiar, interpretó fuera de programa la segunda danza de la suite Klezmer Dances, compuesta en 2015 por su hermano el viola Göran Fröst y nuevamente acompañado estupendamente por los profesores londinenses y el admirable maestro finés. ¡La apoteosis!

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