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Crítica musical

Bastó el inicio...

Accademia Barocca Italiana

palau de la música

Solista: Eugenia Burgoyne (soprano). Director: Stefano Molardi. Pro­gra­ma: Obras de Vivaldi, Bach, Händel, José de Nebra y Rameau. Lugar: València, Palau de la Música. Entra­da: Alre­de­dor de 1200 personas. Fe­cha: Jueves, 25 octubre 2018.

Decía Arturo Rubinstein que sobran tres compases para saber cómo toca un pianista. El jueves, en el concierto ofrecido por la denominada Accademia Barocca Italiana en el Palau de la Música, bastaron los compases iniciales de la ópera Il Giustino de Vivaldi que abrieron el programa para sentir la certeza de estar ante un conjunto de sonido discreto y corto aliento, exento de brío técnico y expresivo, y también de ese color luminoso y diáfano propio de los instrumentos originales y de los buenos instrumentistas. Fue, como no podía ser de otra manera después de tan apagado inicio, una velada toda ella monocorde y gris, en la que las músicas de Vivaldi, Bach, Rameau o del bilbilitano José de Nebra se escucharon amalgamadas por un sonido plano y aburrido que no sabía de estilos ni escuelas. No basta fundir con habilidad y buen sentido mercadotécnico las palabras «Accademia», «Barocca» e «Italiana» para trasfigurarse en un conjunto de calidad. Fundada en 2013, los «académicos» músicos no han logrado cristalizar en este lustro de existencia una sonoridad propia y distintiva. Tampoco su director y cofundador Stefano Molardi es un maestro de altos vuelos. Dirigir mientras se toca el clave sin siquiera sentarse ante él es cosa curiosa, además de incómoda y rara vez vista.

La pesadez instrumental de las diferentes lecturas quedaba potenciada por un modo de dirigir rutinario que se limitaba a marcar gestualmente algunos detalles expresivos y a señalar -no siempre- entradas y finales. En medio, una masa sonora en la que los diez contados componentes de la Accademia Barocca Italiana se limitaban a tocar más o menos discretamente lo que pone el papel y marcaba el maestro. Imposible realmente distinguir si lo que sonaba era Bach, Händel -así, con diéresis, y no como tan mal escrito figuraba en el programa de mano cada vez que aparecía el nombre del creador del Mesías-, Brahms o Shostakóvich.

Solista de tan insatisfactorio concierto fue la soprano valenciana Eugenia Burgoyne, que a tono con tan discreto entorno artístico apenas logró recrear las maravillas de las diversas arias que cantó. Ni el Bach de la cantata Schwingt freudig euch empor, BWV 36 (de la que interpretó el aria «Auch mit gedämpften, schwachen Stimmen») sonó a Bach ni el Händel la ópera Giulio Cesare (aria «Se pietà di me non senti») sonó a Händel, ni el gran José de Nebra se reconoció en el aria «Más fácil será al viento» de la ópera Amor aumenta el valor, estrenada en 1728. Su voz remilgada brilla en los agudos, sí, pero anda ayuna en el registro medio y prácticamente muda en el grave. Por otra parte, su expresividad evidente y obvia carece de enjundia y calado, mientras que su gesticulación exagerada y reiterativa (los incesantes y amplios movimientos de brazos y contoneo del cuerpo más recordaban a un practicante de taichí que a una cantante que sirve maravillosas músicas) no hacía sino distraer la atención del oyente. Al menos, tuvo el mérito de haber memorizado todas las partituras. Lástima que apenas alcanzó a interiorizarlas.

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