Tantos años deambulando por las callejuelas del barrio de Gracia y ahora puedo decir sin parpadear que he encontrado mi lugar en el mundo y que pienso quedarme.

A veces cuesta renunciar a la fantasía de «otro lugar». Lo que una imagina puede quitarte un valioso espacio mental e impedirte disfrutar de lo que sí tienes. Y la situación política tampoco ayudaba nada.

Hace meses y dada la tensión que se respiraba en el ambiente, confieso que me planteé marcharme. Hay tantos lugares hermosos en el mundo. Pero afortunadamente logré cambiar la mirada sobre todo lo que sucedía. Dejé de tener miedo y puse el acento en lo positivo. No es que dejara de ver lo malo es que, simplemente, empecé a fijarme también en todo lo bueno.

Dejé de tener miedo cuando entendí que a pesar de los desencuentros ideológicos y de que vivo en un barrio explosivo en esencia donde abunda el asociacionismo político y cívico, nadie está dispuesto a poner en peligro la paz. De repente lo vi clarísimo. Los anarquistas quemarán containers, apedrearán bancos y asaltaran centrales bancarias que provocarán rotura de mobiliario urbano y pérdidas económicas pero la sangre no llegará nunca al río. Cuando entendí esto, me relajé. Y de pronto sentí que a pesar de los problemas aún sin resolver, por una vez en la vida, de verdad quería quedarme.

Os aseguro que decir que estás donde quieres estar es liberador. No hay que buscar nada más. Lo que tenga que ser, será. Pero yo ya encontré mi trinchera en este laberíntico y pintoresco barrio barcelonés.

Un pueblo en medio de una ciudad. Hay barrios más limpios y verdes, o más amplios para corretear con los niños, incluso tal vez más tranquilos y cercanos al colegio. Pero Gracia aún conserva el encanto de ser un pueblo en medio de una ciudad y la autenticidad del proyecto de autor en cada una de sus plazas, calles, locales, tiendas y estudios. Todos los comercios pertenecen a un empresariado artesanal e independiente que se mueve por criterios artísticos.

No me avergüenza reconocer que aún desconozco el nombre de muchas de sus calles. Como siempre pensaba que algún día me iría a alguna otra parte, nunca me esforcé lo suficiente en memorizarlas. Son tantas y algunas tienen hasta tres nombres en según qué tramo. Aún me queda mucho por aprender y eso me gusta.

La estrechez de sus vías protege al barrio de la masificación turística. Desafortunadamente no de la especulación inmobiliaria que en estos momentos afecta a toda la ciudad de Barcelona. Pero a pesar de lo bueno y de lo malo, en cierta forma el barrio se mantiene como suspendido en algún lugar del tiempo. Y por eso me cautiva.

En sus orígenes era un pueblo independiente de la Ciudad Condal de artesanos y obreros. Es muy bonita la historia de la fábrica de la Sedeta que terminó siendo un centro cívico en los años setenta. El barrio fue y en parte sigue siendo un centro de actividad artesanal y textil importante donde vivían muchos artesanos, sastres y zapateros.

Podemos transportarnos mentalmente e imaginar a las mujeres de finales del XIX recogiendo agua de las numerosas fuentes. A sus hombres conversando en las plazas; la del Diamante, la del Sol, la de la Revolución (centro de la reivindicación obrera y hoy día también de la lucha independentista), la de la Vila (donde en el año 1870 se produjo la insurrección de les Quintes, cuando la población se negó a inscribir a sus jóvenes en el ejército). Durante la Guerra Civil se construyeron más de 90 refugios en el barrio para proteger a la población de los bombardeos fascistas. Algunos de ellos se pueden visitar y se hallan bajo algunas de sus plazas. Puedo imaginar la calle Verdi repleta de telares y puestos de fruta. Hoy día, sus preciosos escaparates de ropa y orfebrería artesanal atraen a cientos de turistas. Siempre que paso por allí me detengo a ver la cartelera del cine que lleva su mismo nombre. El emblemático cine Verdi ofrece interesantes títulos de cine de autor en versión original.

Pensándolo bien, no, no me importaría nada hacerme viejita en estas calles, sorteando las acciones de los anarquistas, comprando el periódico en el quiosco de Travessera y tomando el café con leche en la cafetería de siempre.