El metro es el «santo grial» de una subcomunidad muy cerrada de grafiteros que estudian cómo colarse en las cocheras para pintar en los vagones una «pieza» que solo verán quienes la limpien, nada que ver con los «macarras» que asaltan a conductores e intimidan a los pasajeros para «garabatear» su nombre, como ocurrió el pasado 9 de noviembre en Barcelona y Madrid.

«Eso es propio de macarras, que van, seguramente, buscando el enfrentamiento y que les vean. Son 'niños', posiblemente de entre 14 y 20 años, que hacen algo muy raro en este mundo», explica el ingeniero y fotógrafo valenciano Enrique Escandell (1982), que tras 15 años «pintando» decidió documentar profesionalmente las incursiones, un trabajo que ha reflejado en el libro Subterráneos.

Los «escritores» de metro, sostiene, son mayores -«de 30 a 40 años»- y consideran sus «misiones», es decir, las «razias» en las que consiguen colarse en las cocheras para pintar vagones, en un tiempo de no más de 10 o 15 minutos y «en absoluto silencio», un juego, un remedo de las tramas de Ocean's Eleven, «en las que es esencial conocer al 'equipo' y organizarse al milímetro».

Son «reyes» o aspirantes a serlo, los «escritores» más influyentes y consagrados y que se toman el grafiti en el metro como un deporte, como un juego en el que la recompensa es «simplemente» hacerlo, y que las compañías ferroviarias persiguen con ahínco.

Por eso la opinión de la hermética y escogida subcomunidad que se dedica a pintar vagones es que lo que de la última semana les «hace mucho daño»: «siempre se evita el enfrentamiento y mucho más si se trata de trabajadores o de pasajeros», asegura Escandell.