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Crítica de teatro

El efecto Chéjov

Decía Ortega y Gasset que «todo gran autor nos plagia». Es lo que hace Chéjov: sabe expresar lo que los demás solo intuimos. Volver a ver en un escenario un texto suyo es reencontrarse con el sentido del teatro. Sobre todo, en una época, la nuestra, donde la realidad importa mucho menos que los efectos. En concreto, el autor ruso trata a sus personajes de la misma manera que la vida trata a las personas. Es el caso de la última pieza escrita por su autor que murió con una copa de champán en la mano, y en la que sucede algo nuevo con respecto a sus otras obras maestras: se percibe un deseo de liberalización, pero al mismo tiempo no cabe esperanza, solo una mirada nostálgica al pasado: el cuarto de los niños, el jardín de los cerezos?

Esas ideas se deslizan en una puesta en escena de Joan Peris que brilla porque no busca imposibles. Se centra en lo básico de una partitura tierna, poética y algo farsesca (como Chéjov manda) para que todo suene natural (como la versión de M. Molins). No en balde, la pieza está situada en una zona indefinida entre la necesidad de vivir, de bailar, y la melancolía. Los personajes andan como fantasmas por un presente en el que nunca se deja de hablar del pasado. Algo así es el espacio escénico, un gran espacio para poder moverse, para poder bailar, para ser parte casi del mobiliario.

Más acá de la escenografía está la representación misma, la deliciosa palabra escrita y un conjunto actoral que aporta contención y, al mismo tiempo, intensidad a unos personajes con un mínimo común: nadie escucha, cada uno parece perdido en su propio sueño. O peor: nadie se escucha. Pilar Almeria (Andrèievna) expresa con detalles, matices y madurez actoral su personaje. Josep Manel Casany (Lopakhin) se muestra como siempre, efectivo y comunicador. Remarco el buen hacer de Berna Llobell (Firs) y la autenticidad de Laura Romero (Ània), pero sin dejar de señalar que el elenco, en general, convence, y los espectadores nos llevamos un premio, la emoción a cuestas. El efecto Chéjov.

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