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Sin reserva ni tapujos

Orquesta Filarmónica

de Luxemburgo

palau de la música(valència)

Programa: Obras de Beethoven («Concierto para violín») y Mahler («Cuarta sinfonía»). Solis­tas: Vilde Frang (violín) Miah Persson (soprano). Direc­tor: Gustavo Gimeno. Entrada: Alrededor de 1.800 personas (lleno). Fecha: Martes, 13 noviembre 2018.

Se abarrotó el Palau de la Música el martes para disfrutar del regreso del director de orquesta valenciano Gustavo Gimeno (1976), convertido ya en una figura de primer rango en el panorama internacional de los grandes maestros de la batuta. Lo ha vuelto a hacer junto a la Filarmónica de Luxemburgo, un conjunto de inapelable calidad, que bajo el gobierno de Gimeno -es su titular desde 2015- ha crecido hasta el punto de cuajar una versión de la Cuarta sinfonía de Mahler de tanto empaque artístico e instrumental como la escuchada en la segunda parte del programa.

Gustavo Gimeno es maestro de gesto elegante, eficaz, nunca exagerado y siempre preciso, que gobierna desde un sentido musical cuajado durante años en los mejores escenarios, primero como solista del Concertgebouw de Ámsterdam y luego al frente de las mejores orquestas internacionales. En este Mahler decididamente excepcional habita con fuerza poderosa el genio de su admirado maestro y mentor Claudio Abbado, pero también otras influencias igualmente valiosas, desde Mariss Jansons a Bernard Haitink. Gimeno reivindica esta bien digerida tradición al incorporarla con naturalidad a su poderoso y personal yo artístico.

Desde el cascabeleo inicial, dicho a un tempo lento y milimétricamente calculado -«circunspecto, sin prisas», como reclama la partitura-, se siente con certitud la impronta personal del maestro. Un Mahler que, como una pintura puntillista, basa y configura su convincente redondez en la sucesión de mil y un detalles; mil y un motivos temáticos o instrumentales que se acumulan armoniosamente en una orquestación cargada de sutilezas y novedades. El arraigo popular es fascinante y casi reivindicativo. También el presentimiento de un futuro cargado de angustia e incertidumbres. En este aspecto, muy pocas versiones plantean una visión tan precursora del devenir y tan distante del universo positivo de las sinfonías precedentes.

Como Maazel en la inolvidable interpretación que ofreció junto a la Orquestra de la Comunitat Valenciana en la sala principal del Palau de les Arts, el 29 de marzo de 2008, Gimeno explora y subraya los aspectos más camerísticos de la sinfonía, y matiza con claridad los continuos solos y diálogos instrumentales que se suceden a lo largo de sus cuatro movimientos. De ahí, de esta desnudez absoluta, de este tocar a corazón abierto, sin reservas ni tapujos, surge la enorme fortaleza expresiva de una lectura cargada de virtuosismo instrumental que se arraiga en el pasado con la misma rotundidad que apunta al futuro. Gimeno impone, sí, una visión cargada de tensiones y de lirismo, anclada en su tiempo de fractura y crisis, en los albores del siglo XX y a las puertas mismas de la Segunda Escuela de Viena.

Un Mahler que canta y se explaya en su irrenunciable fascinación lírica -¡ésos tiempos congelados casi propios del antimahleriano Celibidache! ¡ése regusto en los portamentos y glisandos! ¡esos pianísimos en la frontera misma del silencio absoluto!- con la misma certeza que enfatiza los rasgos más inquietantes y futuristas. Que se aferra al siglo XIX para infiltrarse con asombrosa precocidad al XX. Como Abbado, Gimeno fortalece así su visión de futuro al remarcar -paradójicamente- los rasgos más románticos, especialmente en el amplio y contemplativo Adagio, uno de los tiempos lentos de más sublime belle­za de toda la producción mahleriana.

Y como colofón, como culminación de tanta dualidad, el prodigioso cuarto movimiento. Un Lied en la mejor tradición romántica que canta la voz celestial de una soprano. Inesperadamente, tras tantas cosas, Mahler prescinde de todo conflicto inte­rior, emocional o filosófico, y remansa su música detallista y ligera sobre palabras juguetonas y placenteras. Una simple cancioncilla que en su tiempo fue el movimiento menos comprendido de la sinfonía. La cantó maravillosamente la soprano sueca Miah Persson, idealmente acompañada por los filarmónicos luxemburgueses y Gimeno. La Sala Iturbi del Palau de la Música rozó el cielo.

Un cielo en el que por una vez desaparecieron las toses de siempre, las salidas de público antes de tiempo, los caramelos y los muchos etcéteras de casi siempre. Es la mejor señal de que se vivió una noche de gran música, en la que también se escuchó el Concierto para violín y orquesta de Beethoven con la solista noruega Vilde Frang, artista de muy importante carrera, cuyo sonido perfecto pero pequeñito careció del brío e impulso que reclama el popular concierto beethoveniano.

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