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Crítica de música

Espinoso reto

Sabido es que la música de Mozart supone, en su desarropada sencillez, uno de los más espinosos restos para cualquier intérprete. Como también el intenso dramatismo que en algunas de sus óperas se parapeta tras la aparente vis cómica. Se requieren muchas tablas -musicales y dramáticas- para no convertir en simple o chistoso lo que en el salzburgués es hondura y drama. Viene esto a cuento a propósito del Mozart trivial escuchado en el concierto ofrecido por alumnos del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo el lluvioso sábado en el Teatre Martín i Soler del Palau de les Arts, junto a una desajustada Orquestra de la Comunitat Valenciana dirigida con monótono énfasis y poca efectividad por Pablo Rus Broseta (Godella, 1983).

Lorenzo da Ponte, cuyo genio e ingenio como libretista se amalgamó felizmente con el de Mozart, se hubiera quedado más pasmado que el rey de Torrente Ballester de haber podido ver y escuchar las interpretaciones de los jóvenes cantantes de Le nozze di Figaro y Così fan tutte. No fueron ellos los responsables de un planteamiento escénico ramplón y tópico, impropio de un centro cuyo objetivo es formar cantantes para la escena profesional. Entre lo bufo y la chocarrería hay un abismo marcado por una finísima línea. El sábado hubo más de lo segundo que de lo primero.

El barítono César Méndez se quedó en la superficie vocal y teatral de la brillante aria de Guglielmo «Rivolgete a lui lo sguardo», extraída de la versión original de Così fan tutte, mientras que el también barítono Arturo Espinosa supuso un discreto y manido Fígaro de Le nozze di Figaro. De esta misma ópera, el prodigio del «Dove sono» que canta la Condesa en el tercer acto fue defendido por la soprano Camila Titinge ajeno a la añoranza y tristeza que destila la que en su día fue pizpireta Rosina rossiniana. Más entidad alcanzó el agitado «Non sò più cosa son, cosa faccio» del Cherubino cantando por la mezzo Juliette Chauvet. La primera parte del concierto se cerró con una vulgar parodia del embrollado sexteto «Riconosci in questo amplesso».

La emoción del canto no llegó hasta bien entrada la segunda parte, cuando el tenor brasileño Matheus Pompeu entonó el aria «Angelo casto e bel» de Il duca d'Alba de Donizetti. No importó entonces que su gesticulación y que los movimientos de sus brazos fueran propios de un cantante de hace cien años, cuando aún el teatro no había cobrado protagonismo esencial en la ópera. Pompeu se adentró en Donizetti con esencia belcantista y un fraseo cálido y amplio de exquisita calidad vocal. Logró así que la emoción de la ópera se impusiera sobre cualquier acción ajena a la misma.

Pero pronto, tras escucharse los más encendidos y merecidos aplausos de la noche, se volvió a la rutina que reinó durante casi toda la velada. El divertido dúo entre Nemorino ( Vicent Romero) y Belcore ( Alberto Bonifacio) de L'elisir d'amore pasó casi inadvertido. Más interés despertó el dúo entre Isabella ( Marta di Stefano) y Taddeo ( Alberto Bonifazio), de L'italiana in Algeri de Rossini, en el que brilló con cierta luz la mezzo italiana. Los aires también rossinianos de La cenerentola y el correcto hacer de la mezzo Andrea Orjuela como Angelina -a pesar de algún agudo más que destemplado, su «Nacqui all'affanno» fue de lo mejor -o menos malo- de una noche escasa de pulso rossiniano y de sugestión mozartiana. Al salir del Teatre Martin i Soler seguía diluviando, pero posiblemente tanta lluvia no respondía a cómo se había cantado. ¿O sí?

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