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"Rosalía hace que los jóvenes se acerquen al flamenco"

El bailaor gaditano Eduardo Guerrero regresa hoy a València para llevar a La Mutant su último espectáculo, «Guerrero» - «La vida es una música a la que tenemos que bailarle», sostiene

"Rosalía hace que los jóvenes se acerquen al flamenco"

Eduardo Guerrero (Cádiz, 1983) hace honor a sus raíces, a su apellido. Hoy sacará sus «armas» artísticas sobre el escenario de La Mutant, a donde se subirá con su último espectáculo: «Guerrero», en el que rinde homenaje a las mujeres que le han rodeado como su madre y sus maestras. Con éxitos como el Premio del Público en el Festival de jerez o la nominación al Max, «Guerrero» ha pasado ya por otras plazas como la tierra natal del artista, Bilbao y repite hoy en València. «Este espectáculo nos ha dado muchas satisfacciones», asegura el bailaor andaluz.

Explica que la idea surgió del «típico homenaje a la mujer, pero no al uso». «Empecé por mi apellido y quería que fuera ese guiño a las mujeres importantes de mi vida, empezando por mi madre. Y darles un especial agradecimiento por todo lo que han hecho por mí las maestras que han pasado por mi carrera. Desde mi primera maestra, que me inculco lo que era el flamenco y que fue Carmen Guerrero; después pasé por Aída Gómez, Eva Yerbabuena y Rocío Molina. Mayoritariamente he tenido jefas», recuerda.

Además, avanza que estará acompañado al cante de tres mujeres: Anabel Rivera, Sandra Zarzana y Samara Montáñez. «Son mujeres que pasan por distintos estados: madre, amiga, amante... hasta llegar al momento de recreo que es donde nos dejamos llevar. Ahí ya olvidamos los roles para disfrutar».

Asegura que no se ha subido al carro de empoderar a la mujer por conveniencia. «Ayudar a la mujer hoy no es necesario porque está en total igualdad con el hombre. No quise sumarme a esta revolución feminista, no busco ser bandera de ello. Yo hablo de mi experiencia personal con la mujer. Ello me llevó a una situación que es algo actual. Las ideas y la energía están en el aire y se van uniendo sobre la pieza», explica.

Sus «armas» artísticas

Dice que lo peleón le viene de sangre. «Guerrero nací por el apellido, pero ya venía con esas ganas de lucha, de estar en la batalla de la vida, de perseguir el sueño que uno necesita desarrollar y que no se puede quedar en una cajita entre algodones. La vida son momentos buenos y malos y hay que sacar las armas para superar batallas».

Guerras que él libra a golpe de taconeo. Y parece que el público le hace las palmas que su duende necesita. «El flamenco no es que esté en revolución», dice sobre la creciente presencia del género en escenarios y discográficas. «Es que ahora se le ha dado a escuchar a la gente joven. Se había quedado en la tradición y a los jóvenes se les contaba que el flamenco era una peña y un guitarrista vestido de negro. En cuanto nos han dejado espacio a que los jóvenes mostráramos cómo sentimos el flamenco -sin desvirtuar la tradición- se ha abierto el público. Al joven, cuando le das la propuesta actual, lo acepta de forma diferente», reflexiona.

Y concreta en la figura de la artista del momento: Rosalía. «Rosalía es una forma de dar pie a que la juventud descubra que el flamenco está evolucionando y que los artistas jóvenes estamos dispuestos a revolucionar este momento. Rosalía es alguien que está sumando y aportando. Y eso es positivo. Así hacemos que la gente vaya al teatro y con ganas de ver cosas nuevas».

Cuando lee que es «uno de los prodigios del flamenco» asegura que «es algo que pesa y que te hace responsable, aunque te halaga. Me gusta que mis espectáculos hablen de alegría y no de pena, que eso ya nos lo pone la vida».

Esas penas las suelta antes de subir a escena. «Cuando subo al escenario entro en momentos de meditación, no llego ni a pensar, me dejo llevar por lo que siento, escucho la música. Intento olvidarme de quien soy para entrar en quien debo ser». «Siento y a la vez percibo que me cargo de una energía muy positiva. Es como si soltaras un pájaro en medio de la nada y lo dejas volar para descubrir cosas nuevas». De ahí que busque salir de los escenarios habituales. Ha bailado en prisiones, iglesias, plazas y hasta en un concesionario. «No busco provocar, sino salir de mi espacio de confort, del clásico escenario donde tienes de todo: luces, un buen sonido... En la calle también puedes disfrutar del ruido de coches, gente que habla, persianas que sube y bajan... Es lo que me da ganas de seguir creando. La vida es una música a la que tenemos que bailarle».

Y él no piensa parar. Ya trabaja en su próximo espectáculo: «Sombras efímeras», que estrenará el próximo 27 de febrero y que reúne todo esos lugares poco habituales en los que transita su arte. Y con él espera regresar, «claro que sí», a València.

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