La Organización Nacional de Trasplantes (ONT) se mostró ayer en contra de que se realice trasplante de útero a las mujeres que carecen de este órgano reproductor femenino y por tanto no pueden tener hijos, dados los «enormes cuestionamientos éticos y riesgos» que implica esta técnica tanto para la receptora como para su bebé.

La directora de la ONT, Beatriz Domínguez-Gil, habló sobre el nacimiento en Brasil del primer bebé del mundo a través de un trasplante de útero de donante fallecida. Pese a que lo considera «un importante avance desde el punto de vista técnico», valora más sus «enormes cuestionamientos éticos».

«En trasplante de órganos como corazón, riñón o pulmón existe un riesgo quirúrgico, y también un riesgo asociado a la necesidad de tomar una terapia inmunosupresora de por vida que tiene una serie de efectos secundarios. Sin embargo, compensan con el beneficio que se obtiene: una mejora de la supervivencia y de calidad de vida. Esos pacientes no tienen otra opción para seguir viviendo o están abocados al tratamiento con diálisis. Ahí el balance riesgo-beneficio es claramente favorable», explica la directora de la ONT que, sin embargo, no observa lo mismo en el caso de trasplante de útero.

Domínguez-Gil defiende que «no es una intervención que salve la vida, es cuestionable si mejora la calidad de vida y, además, su probabilidad de éxito es reducida». «Está destinado a que culmine con éxito el deseo de ser madre, lo cual es loable y respetable, pero para culminar ese anhelo se exponen a dos intervenciones quirúrgicas (el del implante de útero y, posteriormente, su retirada si el embarazo es exitoso) y a una inmunosupresión que la madre, por su estado de salud, no necesitaría», justifica.

Además, recuerda que el feto «nace expuesto a los efectos secundarios de los fármacos inmunosupresores, lo que podría tener un impacto negativo en el desarrollo del bebé». A la vista de estas circunstancias, resume que se trata de un procedimiento en el que «la madre y el bebé asumen unos riesgos para obtener un beneficio (culminación del deseo de ser madre) que se podría lograr de otras formas que no conllevan esos riesgos». «En este caso, el balance riesgo-beneficio no es en absoluto favorable a este tipo de intervención», zanja.

Sobre si su valoración cambia si el trasplante de útero se realiza con una donante fallecida o viva, Domínguez-Gil señala que en el caso de donante viva «se añaden los riesgos para la donante». «En fallecidas, esos riesgos desaparecen, pero no resuelve el resto de cuestionamientos éticos asociados, así como los enormes riesgos para la madre y el feto», añade.