Ricard Camarena nunca ha recibido una subvención por parte de las instituciones públicas. Ni las quiere. Quizás por eso, el dos estrellas Michelín, se siente libre para enjuiciar la labor de las instituciones en las áreas que a le afectan. «No quiero un euro para mí. Nada. Pido que se dediquen a trabajar por la ciudad», lanza. Camarena, propietario del restaurante que lleva su nombre en Bombas Gens, alza la voz para reivindicar que la Generalitat no solo invierta todos sus esfuerzos en atraer a València a un turismo de «sol y playa», sino que también cuide a todos aquellos que, atraídos por la gastronomía, incluyen la ciudad en sus rutas.

«Yo no vendo lujo, vendo excelencia desde 5 a 200 euros», apunta Camarena, reconocido como el undécimo restaurante del mundo por su cocina con vegetales, verduras y hortalizas y nombrado mejor cocinero internacional en la guía 2019 que edita Identità Golose.

«València es una potencia gastronómica nacional e internacional. Hay que aprovecharse de los beneficios que ello implica. Necesitamos ser un destino turístico de calidad. No hay un único modelo de negocio, aunque parece que para algunos solo existe el modelo de sol y playa», explica el cocinero tras reclamar que Generalitat, Diputación y Ayuntamiento trabajen juntos, «como ocurre en Alicante donde si van tots a una veu» y «apuesten» por un turismo que, está demostrado, reporta muchos dividendos allí donde se explota. «Hay una evidente falta de entendimiento y de un objetivo común. Aquí no van todos a la vez y eso se nota», critica. «La promoción de la ciudad no es mala, pero es muy mejorable», apostilla el chef para, desinteresadamente, ofrecerse a promocionar la marca València.

La apuesta por el turismo de calidad sí se hizo en 2007 coincidiendo con la Copa del América y la Fórmula uno, pero este «no era sostenible» y «se colapsó» en 2011 para desaparecer con la crisis. Tras reconocer que su 2018 ha sido «mágico» y «brutal», Camarena reclama que se legisle a quien se le da licencias para abrir nuevos locales.

«Me horroriza lo que está proliferando», lanza en referencia a las grandes franquicias que en los últimos tiempos han abierto en la capital y que, indirectamente, han acelerado el cierre de otros bares tradicionales. «Es una pena que proliferen las franquicias en una ciudad en la que hay tanta y tanta cultura gastronómica. Los bares no pueden desaparecer. Los políticos no pueden ser espectadores de lo que está pasando. Tienen que tomar decisiones», apunta tras reconocer que, si bien a título personal muchos políticos han pasado por su local, «ninguno» lo ha hecho a nivel institucional.

«Cuando gané la segunda estrella, el president Puig me mandó una carta, pero nadie más. Bueno, me llamó el presidente de Mercadona, me felicitó y me pidió que no me fuera de la ciudad», reconoce, sin querer ahondar más en ello.

Hace cuatro años, confiesa, Ricard Camarena Restaurant era «un sueño», «un imposible» en el que pocos confiaban, porque desvela el chef, «muchos pensaban que me iba a pegar una hostia», Hoy, el dos estrellas Michelín, en su local de 1.200 metros cuenta con 28 trabajadores, todos con salario, y da comer a 35 personas al mediodía y a 32 por la noche.