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Crítica de música

Pegamento imedio

Pegamento imedio

Fue un programa interminable y equivocado. ¿Qué diablos pintaba el lacrimógeno Knoxville: Summer of 1915 de Samuel Barber entre dos obras maestras como la Cuarta sinfonía de Mahler y la Tercera de Schubert? Ni siquiera con el Pegamento imedio de toda la vida se hubiera calzado este dulzón postizo tan fuera de lugar, sin más argumento común que el tema infantil que supuestamente vincularía los celestiales angelitos de la Cuarta de Mahler con el infantiloide y relamido texto de James Agee que inspira la pieza de Barber, nacida en 1947 por encargo de la entonces célebre soprano estadounidense Eleanor Steber.

Incomprensible también que se ubicara la Cuarta de Mahler como preludio del programa, en la primera parte. Se podría argüir que Lorin Maazel también lo hizo cuando la dirigió -¡inolvidable!- en la Sala Principal el 29 de marzo de 2008, algo que sí resulta razonable si se piensa que el primer director musical del Palau de les Arts cerró aquel programa con la brillante suite de El caballero de la rosa y no con la aún prerromántica sinfonía schubertiana, de infinito menor calado sinfónico. Finalmente, y ante el estreno inoportuno de la obra de Barber, el crítico aprovecha la coyuntura para denunciar la irresponsabilidad de los gestores de los dos palaus (el de la Música y el de Les Arts) al descuidar casi por completo la creación musical española y valenciana. De ayer, de hoy y de siempre. Casi quince años después de su inauguración, en el espacio de financiación y gestión pública que es el Palau de les Arts permanecen aún inéditas muchas de las grandes obras del repertorio sinfónico y lírico español y valenciano. ¡Menos Knoxville: Summer of 1915 y más Sinfonía Aitana!

Roberto Abbado (Milán, 1954) es músico solvente, honorable y de probada experiencia, particularmente en el universo lírico, ámbito en el que ha centrado su bien labrada carrera internacional. Pero a diferencia de su tío el gran Claudio, no está tocado por los dioses de la suma inspiración. Sus versiones transcurren cercanas a la tierra, sin levantar el vuelo estratosférico a la manera de los grandes maestros. Como, por ejemplo, lo hizo Maazel en su camerística versión de la Cuarta de Mahler, en la que contó entonces con el concurso sobresaliente de la soprano valenciana Ofelia Sala, una voz de infinita más entidad y estilo que el de la discreta soprano sueca Elin Rombo, una cantante ligera «kikirikí» (que diría Helga Schmidt) cuya voz pequeñita también sirvió la parte vocal de la música de Barber.

Sin embargo y pese a las evidentes insuficiencias vocales de la Rombo, Roberto Abbado sí logró cuajar un movimiento final henchido de magia y calidad instrumental. Lo mejor que en el campo sinfónico ha dirigido en el Palau de les Arts, muy por encima de la Séptima sinfonía de Mahler del pasado 25 de mayo. Otorgó aire al tiempo y se explayó en el calmo camino que traza la sinfonía hacía su gozoso y sereno final, bordado por Abbado y el público en un larguísimo y cómplice silencio que certificaba la entidad expresiva de este conmovedor colofón, en el que también hay que aplaudir la belleza melódica y el fiato del corno inglés de Ana Rivera.

En Schubert, en la deliciosa Tercera sinfonía, todo bajó a los acostumbrados territorios que acostumbra el maestro milanés. Faltó gracia, chispa, pulso, vuelo melódico y flexibilidad rítmica, aunque no corrección y sobresaliente calidad instrumental. La Orquestra de la Comunitat Valenciana sigue siendo una formación de primera, a lo que el sábado contribuyó la visita como concertino invitado -pero cabe esperar que preludio del regreso definitivo- de Guiorgui Dimcevski. También el trabajo de casi todos y casi cada uno de sus componentes. Singular mención por su relevante cometido en esta sinfonía merece el clarinete de Joan Enric Lluna.

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