Qué gozo da ver una sala de conciertos llena a rebosar para ver a una banda de gente conocida, de artistas con los que te cruzas por la calle y les dices "ye, ¿cómo va tu chiquillo?" y cosas así. Pero que, a la vez, es gente que hace discos que nadie más sabe hacer, gente que ha tomado suficiente altura para ver las cosas de una forma que se nos escapa a los demás, y de la que nos avisa mediante canciones originales, valientes y comprometidas con la historia de la música, esa música que casualmente a ti también te gusta y que por eso, cuando la escuchas en directo y te hace mover los pies y apuntar con las manos hacia el techo y aplaudir porque en ese momento no sabrías hacer ninguna otra cosa, ni siquiera respirar, dices: joder, qué cabrón.

Si Stanley Kubrick fuera un músico de soul setentero, espacial y en valenciano, y además tuviera empatía por el animal caliente que somos (algo de lo que el director norteamericano a veces iba escaso) se llamaría Carles Chiner y comandaría Gener, la banda que el sábado por la noche llenó a rebosar la sala Moon (que antes fue Roxy, y después Cormorán, y Mirror y€) para presentar "Cante el cos elèctric". Cuando pasen muchos años y nuestras vidas estén colgadas de nubes virtuales y nuestros cuerpos tiernos bailen al sol, y cuando no haya vientres de los que nacer ni caminos de en medio que recorrer porque ya todo es binario, escucharemos este disco e, igual que cuando vemos a las naves espaciales ensamblarse a ritmo vals en "2001", también entonces diremos: joder, qué cabrón.

Carles es un animal del escenario, que se mueve poco y que no habla demasiado entre canción y canción, pero que mira mucho al público y le dice las cosas necesarias para transmitir la emoción oportuna. Y Carles canta como aún no se atreve a cantar nadie por aquí, con voz poderosa y teatral, reivindicando (incluso a veces a gritos) ya no sólo la canción sino lo que se dice en ella. Y reivindicando también el oficio de cantante que quiere que le escuchen cantar bien y vocalizar y distinguir la b baja de la alta, y que no esconde la boca detrás de un micrófono ni su voz tras un muro de acoples y ruiditos chorras. Que ojo, con la banda que tiene, con el grado de cohesión y cariño que demuestra Carles con Enric, César, Pasqual y Vicent, si hiciesen acoples y ruiditos chorras tampoco pasaría nada porque seguro que sería bueno y sería para bien.

Ahora, si ustedes quieren, les hago la lista de las canciones que sonaron el sábado por la noche en la antigua Roxy, empezando por la instintiva "Animal personal" y acabando por "Penjats d'un nuvol" y ese final que, tras llenarnos de dudas sobre el futuro, nos intenta proteger a base del pasado al que nos llevan las notas del "Lady" de Modjo que bailábamos cuando el siglo empezaba a apuntar. Pero pasadas ya unas horas del concierto de Gener, me parece inútil contarles que del disco nuevo sonaron casi todas, y que también nos cantaron "Valents" del su primer disco ("El temps del llop") o "Qui t'estima", del segundo ("Oh germanes"). Y tampoco sirve ya para nada decirles que hubo momentos en los que la banda nos recordó a Tame Impala, y en otros a unos Beach Boys deconstruidos, y en otros a un David Bowie con un pie todo puesto en el "Soul train" y el otro en el muro de Berlín. Y también es inútil relatarles que de repente, cuando parecía que Gener ya no podía ser más Gener, se asomaban los Beatles pidiéndonos no dejarnos caer y Neil Young recordándonos eso de que sólo el amor puede romperte el corazón y quedaba tan bien como si esas notas las hubieran cocido en un horno de Quart de Poblet.

Y contarles todo es inútil porque, al final, esto son sólo cosas escritas con más prisa de lo que se debería, mientras que lo de Gener fue música y un montón de gente sonriendo cuando esa música dejó de sonar. Ante eso las cosas escritas sirven para poco, si acaso para recomendarles que cuando Gener vaya a tocar a su pueblo o festival, no duden en acercarse y escuchar y quedarse mirando estupefactos con cara de estar pensado: joder, qué cabrón.