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Crítica musical

As de la flauta

As de la flauta

Se volvió a abarrotar el Palau de la Música después de varios días consecutivos de llenos absolutos. El Palau de les Arts completa igualmente sus aforos. València disfruta y vive en las últimas semanas una estimulante avalancha musical que los melómanos digieren con avidez y criterio. Da gusto ver ambos palaus repletos de un público cada vez más silencioso y correcto. Hasta los móviles, caramelos y toses de siempre parecen huidos. El domingo el público del Palau de la Música siguió con admirable atención la esperada actuación del flautista suizo Emmanuel Pahud (Ginebra, 1970), que desembarcó en València acompañado por la Orquesta de Cámara de París y el maestro Douglas Boyd (1959).

Solista de la Filarmónica de Berlín desde 1992, Emmanuel Pahud es un as de la flauta y de la música. A su condición de virtuoso excelso, depositario de las mejores tradiciones (estudió en el Conservatorio de París y luego con su legendario paisano Aurèle Nicolet), añade esa condición propia de los más grandes de comunicar de inmediato con el auditorio, con su sola presencia escénica y casi incluso antes de hacer sonar su instrumento. El sonido poderoso, diverso, caudaloso en armónicos y perfectamente afinado, es la base de interpretaciones alentadas siempre por un sentido musical y estético de primer orden.

Así se volvió a escuchar su versión virtuosa y bien teatralizada de la Fantasía sobre temas de La flauta mágica de Mozart que inauguró el programa, escrita por Robert Fobbes (seudónimo del compositor belga Robert Janssens), y que ya ha había tocado en febrero de 2016 con la OV y su entonces titular Yaron Traub en lo que fue el estreno en España de esta vistosa, resultona y brillante transcripción que recoge algunas de las más populares arias del conocido Singspiel mozartiano.

Después de este comienzo lucido y arrollador, Pahud se adentró en los pentagramas refulgentes y extravertidos del Concierto de Ibert, estrenado en 1934 y muy pronto convertido en piedra angular del repertorio de cualquier flautista que se precie. Se enfrascó en la gracia y ligereza del primer movimiento, se explayó en la ambigüedad modal del Andante central y se regodeó con su destreza deslumbrante en el centelleante virtuosismo del Allegro scherzando conclusivo. Contó con el acompañamiento preciso y bien rodado de los músicos de la Orquesta de Cámara de París y de su titular desde 2015, el escocés Douglas Boyd. A pesar de que los muchos flautistas que había entre el público se desgañitaron en bravos y vítores, Pahud no quiso ofrecer propina. Posiblemente más por el agotamiento de tocar sin interrupción dos obras tan exigentes como las de Mozart/Fobbes e Ibert que por racanería. Tras varias salidas a saludar, indicó a la concertino el camino de salida del escenario y ya no se le volvió a ver más.

No acabaron ahí las excelencias de este concierto excelente. En la segunda parte, los profesores parisienses hicieron gala de su calidad y buen hacer en dos obras muy diferentes pero igualmente exigentes. En Le tombeau de Couperin cobraron protagonismo las arcaicas resonancias que tan hábilmente lleva Ravel a su magistral paleta orquestal. Se lucieron ¡y de qué manera! los diversos solistas de madera, con esa calidad centenaria tan distintiva de la mejor escuela francesa. Flauta, oboe, clarinete y fagot fueron cimientos de una versión en la que también destacaron la arpista, los metales en general y una cuerda que luego, en la Sinfonía número 35 de Mozart que cerró la velada, dejó nueva constancia de su clase. Las trompas naturales aportaron color y transparencia a este original Mozart a la francesa liderado por un escocés. Como guinda de tan plurinacional concierto, llegó fuera de programa una coloreada y refrescante obertura de El barbero de Sevilla.

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