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Teatro crítica

Aquí no hay quien viva

A estas alturas de mi vida teatral, hay obras que me gustan más o menos, pero pocas que me sorprendan. Pues Alfredo Sanzol me sorprendió claramente con «La respiración», el primer trabajo que disfruté de este autor-director. Me encantó su dominio de la escena, su capacidad de fusionar un lenguaje contemporáneo con la tragicomedia de siempre. Inteligencia y placer son dos condimentos que se unieron de nuevo en «La ternura». Si bien, con este montaje se rebajó un tanto mi entusiasmo -lo discutí con el propio autor, quien defendió más esta segunda propuesta-, seguí fiel a mi devoción por su absorción del universo cómico de Shakespeare. Pero, al tercer montaje, «La valentía», ha llegado la decepción (la mía, claro). No niego que en esta nueva producción sigan las constantes de Sanzol, ya que vuelve a demostrar su habilidad para componer estructuras dramáticas, lo que hace que el espectador esté siempre atento a lo que sucede en escena. Riendo muchas veces. Tampoco falta inventiva para trasformar un conflicto entre dos hermanas, sobre si vender o no la casa de su infancia, en una comedias de fantasmas. Sí, persisten muchos ingredientes atractivos, pero el guiso finalmente no termina de cuajar.

Por un lado, no termino de ver esas paradojas esenciales del ser humano, como se dice en el programa. Es más bien un divertimento ultraligero. Pero eso no es lo grave, sino el predominio de tonos sobreactuados, más que disparatados, con resoluciones de gags forzados, gritados. Por ejemplo, cuando se tiene ya el gag de las gemelas (homenaje a El resplandor, de Kubrick), no hacía falta exagerar tanto. Ni en esa escena ni en las otras. Es cierto que se busca un tono de cómic, pero, lo cómico no quita lo elegante. Sobraban decibelios. Aquí no hay quien viva. Se desaprovecha también la magnífica escenografía para perfilar el trasiego de fantasmas reales y falsos. Se dice que Sanzol buscaba el espíritu de Jardiel Poncela, pero veo más a Muñoz Seca. O a Pepe Gotera y Otilo.

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