La duda no era saber cuándo diablos acabaría la gala, sino cuándo concluiría el estiradísimo vídeo de presentación de Andreu Buenafuente y señora. Los Irene Montero y Pablo Iglesias televisivos estuvieron desnudos toda la gala. Muy pronto, ninguna tarea deslumbrante será adjudicada a quien no aporte pareja estable, así en España como en Arabia Saudí. Los buenafuentes fueron derrotados en una sola frase por Máxim Huerta, que extrañamente no presentó ni se presentó con acompañante. "No se preocupen, ya saben que yo soy breve".

La disyuntiva de los goyas era premiar al cine o premiar a 'Campeones', acabaron decidiéndose por el revoltijo de costumbre. Las deslumbrantes 'El reino' y 'Todos lo saben' no son solo las mejores películas españolas del año por amplio margen, también sobresalen entre las más destacadas del planeta en dicho lapso. Ha leído bien, y por si acaso, ahí va la repetición. Los títulos que convierten a Sorogoyen en el Aaron Sorkin latino, y que sellan la rehabilitación de Bardem y de la Penélope qué Cruz injustamente eliminada del palmarés, no son superados por ninguna producción internacional. No milita a su altura ni la cacareada Cold war, galardonada por exceso porque The party la supera con amplitud. El reino y Todos lo saben no son películas de Goya, sino de Óscar.

Presentar a Campeones en Hollywood el año de 'Cold War' y 'Roma' insulta a la escueta inteligencia norteamericana. Robarle la estatuilla secundaria a Ana Wagener, extraordinaria en su Dolores de Cospedal, obligaría a desconectar con la gala de no haber mediado la rectificación en el premio al mejor guion. Al anfetamínico Luis Zahera había que premiarlo a la fuerza por su descarnado corrupto en 'El reino', aunque la víctima fuera el sinuoso Eduard Fernández de Todos lo saben. Las obras maestras se distinguen por sus secundarios.

El cine que no avergonzaría al homenajeado Ibáñez Serrador se completa este año con 'Las distancias' y 'Tu hijo', demasiado exigentes para el público de 'Campeones'. En la segunda, el inaccesible José Coronado se veía desafiado por la imponente recreación de Bardem y por un actor que merece la creación del Goya al mejor Antonio de la Torre, que ganará Antonio de la Torre cada año y también este.

Reconfortante vicio ya extinguido

El auténtico Goya caricaturizó a la Familia Real de su época con el mismo cincel utilizado en 'El reino', una película de la que se saborean y comentan las escenas por separado, reconfortante vicio ya extinguido. El fragmento del balcón que premió a Zahera es sublime, no tanto el descubrimiento del espionaje por móvil.

En la pasarela previa a la ceremonia se demostró que la elegancia es una virtud interior, por lo que su exteriorización siempre pecará de deficiente, aunque tal vez Juana Acosta elevó el contraste a hipérbole. Actores y actrices se visten por exigencia del guion y se nota. Imponente la denuncia de la brecha salarial entre los estrellas y las estrellas, intolerable frente a la muy justa brecha entre ambos sectores y el resto del equipo. Por no hablar de la invocación hipócrita al cine de una Academia postrada ante la 'Roma' televisiva de Netflix.

A fin de editar la gala a un nivel aceptable para el tiempo de cerebro disponible por el espectador contemporáneo, solo se debería permitir la mención de los padres y colaboradores a quienes vayan a blasfemar contra sus progenitores o ayudantes. Se podría leer un texto del estilo de "dense por felicitados los familiares en primer y segundo grado de todos los premiados a excepción de...", con una relación de exentos.

Nadie en su sano juicio auspiciaría el maltrato a la prensa en la Venezuela bolivariana. Sin embargo, algún castigo debería programarse para los empalagosos periodistas cinematográficos, que tratan a los peores actores como a hermanos gemelos, y que creen que todas las películas merecen todos los premios en todas las categorías inventadas o por descubrir. Ni un reparo, ni una salvedad. El suicidio del espíritu crítico es más nocivo que la censura homicida.