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Barbero hasta la bandera

«El barbero de Sevilla» Palau De Les Arts

De Gioacchino Rossini. Melodra­ma bufo en dos actos. Libreto de Cesare Sterbini, basado en la comedia homónima de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais. Repar­to: Vicente Antequera (Figaro), Silvia Vázquez (Rosi­na), David Ferri (Conde de Almaviva), Pedro Quiralte (Don Bartolo), Georg Ekimov (Don Basilio), Sebastià Peris (Fiorello), Tanya Durán (Berta). Dirección de escena: Kike Llorca. Orquesta de Cámara Eutherpe. Direc­ción musical: Francisco Valero Terribas. ­Lu­gar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: 1.490 personas (lleno). Fecha: Sábado, 2 febrero 2019.

Se llenó hasta la bandera el Auditori del Palau de les Arts para disfrutar de El barbero de Sevilla de Rossini en una versión semiescenificada con prometedores atractivos. Entre ellos, escuchar a Silvia Vázquez dar vida a la astuta Rosina, conocer el Fígaro del barítono valenciano Vicente Antequera, la propuesta escénica de Kike Llorca y, sobre todo, descubrir qué haría el talentoso maestro Francisco Valero-Terribas con una partitura tan desnuda y cargada de peligros y exigencias instrumentales y estilísticas, «en la que se ve absolutamente todo».

Y de todo hubo en la viña del señor€ Entre lo mejor, la voz valiente, involucrada hasta el tuétano, ligera pero con cuerpo de Silvia Vázquez, la internacional diva del Port de Sagunt, que desde su ágil registro de soprano configuró una Rosina sobrada y gran actriz, en la tradición de las mejores soubrette. Invadió la escena dramática y vocal para erigirse en eje en torno al cual giraba la acción. Pizpireta, seductora y más lista que el hambre, no dudó en proyectar sin reservas sus agudos y pirotécnicos Mi bemoles sobreagudos sin devaluar por ello una línea de canto expresiva, estilizada, nunca banal y cargada de intención y virtuosismo. Ni que decir tiene que la célebre aria «Una voce poco fa» supuso uno de los momentos claves de la noche rossiniana.

Se esperaba mucho del Fígaro de Vicente Antequera, sobre todo tras sus recientes y aplaudidas interpretaciones del Viaje de invierno schubertiano. El canto rossiniano, tan singular y arraigado en su propia naturaleza, y el embaucador y vivales barbero sevillano son harina de otro costal. Por estilo, por supuesto, pero también por vocalidad. A pesar de la contagiosa y bienhumorada interpretación dramática y de los destellos vocales de su atractivo Figaro, el personaje no encontró en València la poderosa y agilísima naturaleza baritonal que requiere. Tampoco una línea melódica matizada, uniforme y pulida en sus diversos registros y colores, algo que se constató ya en la comprometida aria de entrada, el arriesgado y más que acelerado trabalenguas que es el «Largo al factotum della città».

Con transparencia brilló el ágil y armonioso Conde de Almaviva del tenor David Ferri, que ya en la cavatina «Ecco ridente il cielo» dejó entrever sus buenos derroteros. Don Bartolo, defendido por un «indispuesto» Pedro Quiralte, quedó desposeído de ese momento histriónico y estelar que es el aria «A un dottor della mia sorte». El bajo ruso Georg Ekimov resolvió un «divertido y complicado» Don Basilio sin llegar a sobrecoger en su famosa aria de «La calunnia».

A diferencia de lo que suele ocurrir cuando Rosina es encarnada por una soprano (que la sirvienta Berta es entonces cantada por una mezzo en lugar de por una soprano, para así distinguir y contrastar ambas voces), en esta ocasión ha sido también una soprano la encargada de dar vida a la simpática doncella. Lo hizo con enjundia la soprano Tanya Durán, que a su bien proyectada voz añadió madera y chispa escénica. No desaprovechó la gran oportunidad que el generoso Rossini concede a la sirvienta en la vistosa aria «Che vecchio sostettoso».

Gobernada con su acostumbrada pericia, detalle y estilo por Francisco Valero Terribas, la joven y dinámica Orquesta Eutherpe no alcanzó las excelencias de anteriores ocasiones. Rossini, su música transparente y exenta de retórica y secretos, es -como alguien comentó en cierta ocasión- «un peligro público». Especialmente para instrumentistas jóvenes no duchos en el universo singular de la ópera. De ahí entradas de la cuerda poco precisas y algo desajustadas. Fueron detalles que no lograron empañar una función de ópera que, más allá de todo, no fue escasa en bondades y sí rica en saber hacer y en entusiasmos. El público disfrutó de lo lindo y certificó el éxito con una cerrada y larga ovación final. ¡Todos contentos!

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