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Crítica musical

Americanada noche

Americanada noche miguel lorenzo

Clama al cielo la ausencia de música española en las dos grandes orquestas de València. El jueves, cuando aún no había transcurrido ni un mes desde que la Orquestra de la Comunitat Valenciana (OCV) aburriera a las musarañas interpretando música de Samuel Barber, los pentagramas sacarinosos del creador del manoseado Adagio para cuerdas han vuelto a los atriles de la mejor orquesta de España, en esta ocasión en el marco monográfico de un programa de música estadounidense en el que también se escucharon obras de los también judíos Bernstein y Copland. Mientras, músicas de infinito mayor calado y atractivo, nacidas en España y en la C. Valenciana, permanecen inéditas. Un sinsentido en el que deberían tomar cartas los responsables políticas para atajar semejante despropósito. ¿Para cuándo, por ejemplo, la Sinfonía Aitana de Óscar Esplá, o alguna de las sinfonías del valenciano Manuel Palau, o tantas y tantas y tantísimas otras grandes obras de nuestro repertorio sinfónico y lírico que permanecen durmiendo el sueño de los justos?

Para este programa de flaveurs Made in USA volvió el director californiano Christopher Franklin, que tan buen sabor de boca dejó en anteriores visitas con óperas de Francisco Coll ( Café Kafka en 2016) y Britten ( The Turn of the Screw en 2017 y Peter Grimes en 2018). Tampoco ha decepcionado en esta ocasión, en la que ha vuelto a gobernar a la OCV con esa extraña mezcla de precisión, libertad expresiva y naturalidad que él administra con un gesto vehemente que en ocasiones, y a pesar de su espigada figura sobre el podio, puede llegar a parecer hasta rudo, pero que siempre resulta eficaz y efectivo.

Lo mejor del programa fueron, como era previsible, las conocidas danzas sinfónicas de West Side Story. La orquesta se lució en una versión a todas luces excepcional, cargada de virtuosismo instrumental y de vitalidad expresiva, en la que la OCV se mostró maravillosamente calibrada entre sus diferentes secciones pese a la abundante presencia de profesores invitados. ¡Qué orquestón! ¡Qué cuerda! ¡Qué vientos! ¡Qué timbalero y qué percusión! Un conjunto sinfónico que rozó la perfección y en el que todos sus solistas y secciones se mostraron al más alto nivel. Dentro de tanta excelencia, aún hubo espacio para que brillaran la trompeta de Rubén Marqués y el trombón de Juan Manuel Real.

Del resto del programa, apenas destacó la suite del ballet Rodeo, que Copland dio a conocer en 1942, en Nueva York, coreografiado por Agnes de Mille, y cuyos aires mexicanos y músicas sureñas pronto prendieron en el público estadounidense. Ritmos y melodías sugerentes, coloristas, bien tratadas, de acusadas raíces populares y sin apenas más ambición que gustar. Menor interés presenta la soporífera obertura de concierto The School of Scandal de Samuel Barber, estrenada en 1933 por la Orquesta de Filadelfia, y que en su día contribuyó a afianzar el nombre del autor en la escena sinfónica de su país. La bien trabajada versión de Franklin y los sinfónicos comunitarios no logró sacar atractivo de una composición que carece de él. En la obra creativa del gran y plural músico que fue Leonard Bernstein no faltan obras claramente descartables, como la Serenata para violín y orquesta de cámara que compone en 1954 inspirado por El Banquete, diálogo de Platón también conocido como El simposio. Estrenada por Isaac Stern y la Filarmónica de Israel bajo la dirección del propio Bernstein, la serenata consta de cinco movimientos que describen los discursos de los sucesivos personajes que participan en la narración platónica. Un poquito de Mahler por aquí y un poquito de lo otro por allá. A cual más tedioso. En València actuó como solista la violinista italiana Francesca Dego (1989), esposa del director de orquesta Daniele Rustioni, cuya mesurada corrección en la obra de Bernstein se engrandeció en la propina que ofreció como regalo al público que no alcanzó a completar el espacioso Auditori de Les Arts: el bachiano primer movimiento de la Segunda sonata para violín solo de Ysaÿe, inspirado en el principio del preludio de la Tercera partita para violín del creador de La pasión según san Mateo. Apenas unos pocos minutos que se erigieron, junto con el recuerdo de West Side Story, en lo mejor de tan americanada e inoportuna noche.

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