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Crítica musical

Matar al mastodonte

Matar al mastodonte

Mastodonte

sala moon (valència)

El mastodonte es opresión, ansiedad, desasosiego y culpa. Todos arrastramos uno, todos vamos lastrados con una carga de miedo, inseguridades y prejuicios. Asesínelo, cometa un acto tan brutal como el que ese monstruoso animal realiza sobre usted todos los días. Conviértase así en el mastodonte y revele su exclusiva belleza, esa que todos apreciamos excepto usted. En el escenario, Asier Etxeandia no ahonda en estas sus filosofías, no tiene demasiado tiempo que perder y sí un puñado de buenas canciones que defender sobre las tablas, tal y como demanda su primer largo, compuesto junto a un Enrico Barbaro en estado de gracia.

Es ahí en el tablado, hábitat natural de Mastodonte, donde el bilbaíno se deja la piel. Es una rockstar, un frontman magnético que cataliza el combustible anímico de un público entregado desde el primer minuto. Un derviche giróvago que con sus gestos, miradas, muecas, danzas y patadas vende sexo y liberación. Pone sus dotes interpretativas al servicio de las canciones: las acaricia, las golpea, las desgarra, se las folla. Se mueve por el escenario con una fluidez y naturalidad que colisiona con la energía oscura, de envenenada belleza, que desprende todo el show. Y le echa sentido del humor, como si no se tomara a sí mismo muy en serio pese a componer un espectáculo muy profesional, con una exquisita puesta en escena, menudo vestuario, en la que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y cuándo lo tiene que hacer. Eso requiere mucho trabajo, y se nota más allá del primer bofetón kabuki isabelino de manicomio steampunk que recibes en «Glaciar».

Y qué soberbia banda de directo respalda al gachó. Cinco músicos manejando programaciones, un chelo, bajos y guitarras eléctricas, baterías y percusiones acústicas y sintéticas y, además, saxofones. Suenan poderosos y repletos de tonalidades a la vez, facturan un rock electrónico preñado de riffs y épica bailable, de funk que puede disfrazarse de jazz contemporáneo en «Desde que probé de ti» para que Asier tome la forma de un replicante en modo crooner. O de electroclash en «Mastodonte», para que el tipo pasee su trompa entre el público. O de sórdido afterpunk en «Su forma de andar», para apoyar los cambios de registros vocales de un cantante siempre al límite, pero siempre solvente. Momentos delicados, como la maravillosa «Jugando a ser mayor», con ese preciosista chelo sobre el que se apoya Exteandia adoptando el papel de cantautor. Y al final, «Redención», himno heroico que convierte el concierto en una gigantesca pista de baile, en una rave ceremonial en la que sacrificar al proboscídeo.

Después de leer esta parrafada, vayan a un concierto suyo. No se lo pierdan, de verdad. Y comprobarán que la experiencia es mucho más sencilla, gratificante y divertida de lo que yo les haya podido contar.

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