Albert Boadella vive en Jafre, a tan solo tres kilómetros de Verges, el pueblo natal de Lluís Llach. El Ampurdán (el pequeño país de Josep Pla y Salvador Dalí) es un rincón de talento a los pies de los Pirineos. Las visitas de Boadella y Llach eran obligadas para la progresía valenciana. Mientras el comediante sigue llenado teatros, el cantautor hace de misionero de Puigdemont y Torra. El fundador de Els Joglars es consciente que se ha alejado del público progre porque lo puso ante el espejo, pero conserva la misma provocación. «Siempre he dicho lo que me ha dado la gana», porque si queda alguna duda.

«Vivo en un pueblo de 350 habitantes desde hace lustros. Entonces iban a misa unos cien. Hoy no van más de cuatro, pero el 98 por ciento vota independentismo. Han cambiado de Dios». Quizás por esa convicción, «fuera de las paredes de mi jardín, no me quieren mucho». Su posición sobre el manido Procés es bien conocida, tanto como su burla como presidente honorifico de la imaginaria Tabarnia. «No voy a hacer nada sobre Cataluña porque la obra la están haciendo ellos y sería competencia desleal». «La cantidad de patochadas supera la ficción», remata. Su criticas al nacionalismo es antigua. Según cuenta, se remonta a 1970, cuando Jordi Pujol trabajaba aún en Banca Catalana y fue a negociar una letra de Els Joglars. Ha realizado tres versiones de Ubú, el retrato más mordaz del pujolismo. En la última, la de 1998, salen «los niños con unas maletas, y la del pequeño se abre y empieza a caer dinero». Cuenta que entonces muchos catalanes le acusaron de pasarse, pero mantiene «que me quedé corto», visto lo visto. «La inducción de la paranoia funciona muy bien en la política, porque el odio une más que el hambre».

Contra la inquisición

Albert Boadella está en forma y muy delgado a sus 75 años. Hasta el domingo se sube al escenario del Talia con El sermón del bufón, con el que ya triunfó hace un año. Una función donde se interpreta a sí mismo, en un desdoblamiento entre Boadella y Albert. Son unas «memorias representadas», en unos momentos donde asegura que hay serios problemas de libertad. «La ciudadanía se ha vuelto muy inquisitorial» y mantiene que los artistas se autocensuran porque hay grupos muy activos en las redes sociales.

El remedio es rescatar el auténtico oficio de comediante, ese que pone en tela de juicio los tabúes de la sociedad, pero además permite reirse de uno mismo. Eso lo borda en la función. «El humor es una antidoto especial contra el fanatismo, debería estar subvencionado por el Ministerio de Sanidad», apunta.

Detrás de la máscara burlona de uno de los dramaturgos más importante de los últimos tiempos se esconde una enamorado del arte. Escena, pintura y literatura han estado siempre en la piel de Boadella, desde que fundó a los 19 años Els Joglars, una compañía que ha huido desde el inicio del convencionalismo. Un teatro crítico que le provocó prisión y un consejo de guerra en 1977 por La torna, pero que después en plena madurez democrática ha sido objeto de otras polémicas por sus obras.

Boadella es, sin duda, una de las voces más críticas y libres de la cultura española. Está satisfecho a su edad porque «ahora soy más enfant terrible, porque cuando nos hacemos mayores somos más e nfant». En cualquier caso se le ve feliz, algo que le da «el placer del oficio del burlón».