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Crítica de música

Condenados al Olimpo

«El pueblo contra Antonio Arias y Fernando Alfaro»

la mutant

Advertía Josep Pla sobre lo inconveniente de leer novelas pasados los cuarenta. A ciertas edades preferimos la verdad. Y no la verdad trascendental ni las grandes respuestas sobre el sentido de la vida, sino aquella que preocupa a cualquier apasionado por la música pop. Esa búsqueda que nos obliga a poner en bucle una canción de Surfin' Bichos o Lagartija Nick para averiguar quién es el asesino en «La oración del desierto», por qué decía Alfaro que se iba a morir de SIDA en «Dominó» y si había incesto en «Fuerte». Necesitamos saber por qué tú estás fuera y yo estoy dentro en «La curva de las cosas» o cuál es el peso de una tilde en la parte de «Santos que yo te pinte» que Arias sugirió a Los Planetas. Y eso es justo lo que cuentan los acusados con las guitarras en la mano, en una conversación fracturada como el «Aleluya» de Cohen, rota en varias ocasiones a lo largo de casi dos horas de recuerdos, explicaciones y canciones.

Por eso, de mayores leemos no ficción, biografías y ensayos. O acudimos a espectáculos como «El Pueblo contra Antonio Arias y Fernando Alfaro». Para escucharles hablar de epifanías, profecías y distopías. De lo místico. Pero también de flamenco, bandoleros, drogas, muerte y cachondeo en los camerinos. De lo prosaico. De su paso por independientes y multinacionales. De por qué son responsables, señoría, de que una generación asumiera un discurso fresco e imposible de domesticar.

El show tiene un inicio titubeante y muchas interrupciones del manchego, un descubrimiento como humorista, que no dejan hilar la oratoria del granadino, brillante aunque también oblicua. Pero qué quieren, si es una charla de bar con una apuesta de por medio. Y nada que objetar a las canciones, que jamás volverán a sonar así porque no tendría sentido fuera de este montaje, a través del cual conseguimos ver la obra de estos dos titanes, y por ello a nosotros mismos, con ojos nuevos. Para qué contar más, señores del jurado, si el veredicto ya está emitido desde hace lustros. Culpables de todo, claro. Y orgullosos de ello.

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