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Crítica musical

Magia negra

Magia negra

Primer truco. Los Black Belts, una maravillosa banda de seis músicos españoles, ataca un instrumental de soul caliente, rápido y bailable para crear expectación antes de presentar a su cantante. Cuando JP Bimeni sube al escenario y abre la boca, se te derrite el corazón. Su preciosa voz te remite a Otis, Cooke y Al Green. Así se desvela el segundo truco: el tipo es negro, guapo, alto y arrastra una trágica historia. Es un príncipe de una tribu de Burundi que, tras ser herido, escapó por los pelos de las masacres que marcaron a machetazos aquella zona de África. Un refugiado que, con una mano delante y otra detrás y la laringe chorreando talento, estudió becado en una institución benéfica de Oxford. Y tercer truco. Canta sin aparente esfuerzo, se le nota cómodo pero tímido a la vez. Es todo entrega y candor, con una gestualidad fluida cuando interpreta canciones, abre los brazos, señala al público, niega con el índice y se estruja a pechera de su camisa. Es autodidacta pero ha aprendido de los mejores.

El público alucina desde la primera canción y hay quien lo compara con Dave, el que cantaba junto a Sam aquello de «Hold on, I'm coming». La banda suena omnipotente y Bimeni sonríe mientras canta y grita en «Same man», pone su voz al límite en «Madeleine» y se deja la piel en la monumental «Free me».

Todo el espectáculo transcurre en medio de una chirriante sensación de naturalidad. Enfrentarse a ese legado musical no puede ser tan fácil por mucho que el público hable de clase, talento, raza o poderío. Bimeni, que ha salido a pecho descubierto desde el primer compás, comienza a perder cachitos de voz mostrando un destello de los engranajes del invento, los mimbres del show. Y suda a chorros. Disfrazar de sencillez la profundidad y la pureza de una música que ha permanecido básicamente inalterada desde mediados del siglo pasado requiere un sacrificio que, llegado el último tercio del concierto, nuestro héroe parece no tener energías para afrontar.

Se le ve exhausto, se le escucha afónico. Y entonces, el tipo recoge los brazos, se comprime y agarra al micro como si fuera lo último que le queda en el mundo. Cierra los ojos y canta I miss you con un sobrecogedor lamento agónico que arranca escalofríos y lágrimas en la sala. El latido de un corazón superviviente luchando en desigual batalla contra seis instrumentos, seis. En volumen, temple y pundonor. Y así como los magos se sirven de trucos para ocultarnos la realidad, Bimeni utilizó la realidad para desvanecer los trucos que antes les explicaba. El soul no admite trampas. Lo tienes o no. Y él lo tiene de sobra. Las canciones que vinieron después también fueron extraordinarias, pero eso ya daba igual. La verdad había sido revelada.

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