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Duelo de timbales

Obras de Aram Khatchaturian y Carl Nilsen

palau de la música

Nemanja Radulovic, violín. Ari Rasilainen, director.

Soplo de aire fresco en la última entrega de la OV. El Concierto de violín en re menor, del armenio-soviético Aram Khatchaturian (ya escuchado aquí antes) es una obra difícil, compleja, exigente y no al alcance de cualquiera. Se necesita una técnica tan depurada como la de Nemanja Radulovic (Serbia, 1985) para acceder con autoridad a los innumerables desafíos de la partitura. Al igual que sucede en los atletas de élite, la nueva generación supera cada vez mas rompiendo records y batiendo marcas de sus antecesores, los músicos del siglo XXI disparan cualquier reto imaginado y su perfección técnica apura lo imaginable.

Impactante Radulovic, (podría ser hermano gemelo del bailarín Joaquín Cortés) pertenece a ese selecto grupo de instrumentistas que siempre están al borde de la perfección. Sus carreras se apoyan -como antaño se hacía- con las mismas estrategias empleadas con las estrellas del rock o el pop, apoyados en la imagen, que es lo inmediato en nuestro tiempo. Él controla la técnica de una manera milimétrica y desde el decidido y firme inicio de la obra, se apodera del auditorio. Uno quisiera cerrar los ojos para dejarse invadir por ese torrente de sonidos, pero no tiene más remedio que abrirlos para confirmar que lo que escucha se está originando a pocos metros de nuestra butaca. Todas la posibilidades del instrumento se le ofrecen fáciles, como sin esfuerzo, y si la mano izquierda se pasea por el mástil con total determinación, las arcadas de la derecha se ejecutan precisas resultando en un sonido sino excesivo, sí de gran calidad y variado color. La nada fácil trama orquestal fue defendida con intensidad y esmerado sonido de los violines segundos, celli y contrabajos y, por supuesto, los vientos no desaprovecharon sus momentos protagonistas al igual que el concertino y la arpista. Delirio del público que logró obtener un bis del solista: el conocido Capriccio nº 24 (La campanella), de Paganini, en el que el músico serbio encontró las maneras de extraer toda la transparencia musical amagada detrás de su portentoso virtuosismo.

El Adagio de Espartaco y Frigia, tambien de Khatchaturian, es un clásico que llegó al gran público en la década de los 70, cuando la BBC lo utilizó para su serie «The Onedin Line», que aquí vimos en TVE. Es un pas à deux, dentro del ballet, con una melodía realmente inspirada que el maestro Ari Rasilainen (Helsinki, 1959) manejó con destreza y ampulosidad. Exquisita la intervención sin timideces de Dolores Vivó en la flauta, e igualmente remarcables Turlo con el oboe, Herrera al clarinete, Palomares al violín y Luisa Domingo al arpa.

Glinka decía que son las naciones las que crean la música mientras que el compositor solo las arregla. El danés Carl Nielsen es uno de los grandes de la música del norte de Europa, junto a Grieg o Sibelius. Su Sinfonía nº 4, (Lo inextinguible) es, sin duda, su obra más difundida y sirvió para comprobar las maneras de maestro finés, un director con oficio, experimentado, atento a la partitura y a los músicos, si bien podría haber puesto más corcheas en el asador. Intenso y, por momentos, desbordado, se le notó su querencia por esta sinfonía, que es más bien un test orquestal, con sus diferentes despliegues sonoros que finaliza en un dúo/duelo de timbales, que la hace tan dramática como efectista. Gustó aunque sin llegar al entusiasmo extremo. Es habitual que parte del público del Palau se acelere a abandonar la sala en momento suenan las 9 de la noche. ¿Será posible?

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