La primera vez que escuché el nombre de Spencer Tunick fue en un telediario. Era en una de esas noticias que ponen al finalizar cada boletín para arrancar una risa al televidente. El presentador tildaba a Tunick de «controvertido» y enumeraba una lista de ciudades que figuraban en su currículo: Nueva York, Londres, Melbourne, México DF, París... Por eso, nunca pensé que València iba a formar parte de uno de sus trabajos ni que yo iba a posar para él junto a cientos de personas desconocidas.

Participar en una de sus convocatorias requiere aguantar bien el frío, no avergonzarse fácilmente, tener paciencia y fuerza de voluntad, sobre todo para ser capaz de levantarse a las 4.30 horas.

Después de apagar hasta en tres ocasiones el despertador, conseguí plantarme a las 5.10 horas en la calle Museo. No tuve que andar mucho para llegar a la cola de voluntarios que aguardaba ante las puertas del Centre del Carme, el punto de encuentro entre Tunick y los participantes de su gran instalación. Cualquiera que hubiera pasado por allí a esas horas hubiera dicho que estábamos haciendo cola para entrar en una discoteca. Pero nuestras caras no decían lo mismo. Las ojeras formaban parte de aquel paisaje nocturno y los bostezos eran la banda sonora. «¿Van a hacer que nos desnudemos aquí?», me preguntó uno de los participantes. Pronto se confirmó su sospecha.

A medida que entrábamos en el antiguo convento, la organización nos iba separando por sexos. Los hombres, al claustro renacentista, y las mujeres, al gótico. «Perdonad, nunca hago las instalaciones con este frío. Yo no escogí la fecha», aseguró Spencer Tunick a las mujeres congregadas en el claustro. Algunas de ellas buscaron la temperatura en el móvil: 8 grados. Con la ayuda de dos miembros de su equipo y de un traductor, el fotógrafo mostró las posiciones que tenían que hacerse en las cuatro localizaciones. A medida que iba avanzando el reloj, los voluntarios se iban impacientando. «Hay que saltar o hacer algo para entrar en calor». Unas saltaban, otras estiraban y otras optaban por cantar y bailar. En el claustro retumbaban charlas conspiratorias sobre lo que nos pediría hacer Tunick. Algunas de ellas, eran en inglés. De hecho, se conoce que muchas familias y parejas deciden sus viajes según los compromisos profesionales del neoyorquino. El objetivo es vivir el máximo número de intervenciones. Según la organización, 1.300 personas se congregaron en el Centre del Carme para convertirse en modelos de Tunick, 800 menos de las que se habían inscrito. Un 30 % de ellas eran extranjeras.

Las torres y la plaza dels Furs

«¡Desnudaros!», exclamó uno de los ayudantes de Tunick. En pocos segundos, el claustro renacentista de aquel convento del siglo XIII se convirtió en una fortaleza habitada por mujeres. Al salir a la calle, el nerviosismo se transformó en risas descontroladas y carreras por pasar desapercibidas ante los pocos transeúntes que pasaban por la plaza del Carme. Tras recorrer la calle Roteros y llegar a la plaza del Furs, traspasamos las torres. Sobre el puente de Serranos iniciamos una coreografía involuntaria. Todos temblábamos.

«Qué bonito es esto, ¿no? Es una manera de reconocer que el cuerpo humano como algo bello. Sea como sea», aseguró una pareja de alemanes. A otra participante le «alucinaba» lo «normales» que parecíamos. «Pensaba que solo iba a venir gente muy metida en el nudismo. Creía que me sentiría un bicho raro. Pero no».

Los complejos, el color de piel o la condición física dejaron de tener importancia en aquel puente. Se lucieron estrías, cicatrices, vello... También se vieron parejas enamoradas, grupos de amigos, gemelos y hasta una mujer a punto de dar a luz. «Me quedan cuatro días para salir de cuentas. Estoy pasando más frío que él», aseguró la mujer en referencia a su bebé.

La conversaciones se iban dando mientras Spencer, subido en lo alto de la grúa, preparaba el equipo. El frío llegaba a ser insoportable. Las mujeres se ponían los brazos en cruz cubriéndose los pechos y se frotaban los muslos con las manos. Aunque quienes peor lo pasaban eran los pies.

«¡¡¡No se oye!!!», exclamaban los voluntarios. Provisto de sus dos armas, la cámara y el megáfono, Tunick comenzó a vociferar las primeras instrucciones sobre las 6,30 horas. «El hombre tiene que acostarse en el suelo y la mujer tiene que permanecer de pie junto a él. Mirada al frente. No sonriáis, por favor». Tocaba buscar pareja. «Hola, me llamo Jaime», me dijo uno de los participantes. Comenzamos a hablar sobre lo que nos animó a participar en la convocatoria. «Lo más extraño de esto es que no me siento incómodo», aseguró. «Normal, nosotros somos mayoría», respondí. «He venido con un amigo que practica nudismo. Me acabo de encontrar a mi compañera de piso, ¿sabes? No sabía que venía», aseguró entre risas. Se resistía a tumbarse en el suelo, pero no tenía alternativa. A mí me tocó recordar más posiciones que él. Primero permanecí de pie junto a él, después coloqué el pie derecho sobre su pecho y después le agarré de los brazos para ayudarle a levantarse. Una foto por cada posición. Durante los shots (disparos) de Tunick, la tensión era máxima. Los participantes intentaban controlar el equilibrio, la respiración, la mirada al frente y las ganas incontrolables de frotarse las manos. El silencio era sepulcral. Solo lo cortó una frase: «¡Lo tenemos!».

Acto seguido, nos dirigimos a la plaza dels Furs. Fue la más complicada de las localizaciones, y no por las posturas, sino por el libre albedrío del vecindario. En esta ocasión, los hombres tenían que estar de rodillas y posteriormente agachados, en postura de oración. «¡Sumisión!», exclamó uno de los participantes, que arrancó la carcajada de cientos de voluntarios. «¡No os riáis por favor!», pidió el fotógrafo. Después de esa primera gracia, Tunick no calló. No pudo hacerlo a causa de los curiosos que se asomaban. «Por favor señora, métase en casa. Sale en la foto», dijo el fotógrafo por el megáfono. Como si se tratara de un sketch de la tele, aquella vecina salió en batín para ver las nuevas vistas que ofrecía su balcón. No se dio por aludida hasta que los cientos de participantes se lo pidieron al unísono.

Tras aquella intrusión, vino otra más. Cuando Tunick intentó disparar con su cámara de nuevo, un espontáneo que venía de la calle Roteros comenzó a tocar un silbato. Ese sonido fue lo único que se oyó durante dos minutos interminables.

La tercera localización se realizó en Roteros. Aquí solo participaron los hombres. Utilizaron las famosas lonas blancas que adelantó Levante-EMV. Nosotras, nos fuimos al descomunal magnolio situado frente a las torres. Allí permanecimos durante casi 30 minutos. Al menos, la temperatura ya había subido.Pasamos el rato sentadas en los bancos, apoyadas en el arbol y tomando el sol junto al antiguo cauce del río Turia. Una vecina ofreció su chaqueta a una de las participantes, otro transeúnte repartió cigarros entre la multitud de mujeres y un grupo de voluntarias se dedicó a llamar al fotógrafo. «Spenceeeeer, afanyat!». Cuando llegó, pidió que nos tumbáramos a los pies del magnolio, como si fuéramos sus raíces. Tras el último disparo de Tunick, las mujeres estallamos de alegría. «Cassalla, Cassalla», exclamaron varias participantes. Era el momento de vestirse. Todas salimos en tromba hacia el Centre del Carme. Nuestros compañeros nos recibieron entre aplausos. El ruido en el antiguo convento era ensordecedor. Tunick no dudó en grabarnos. Entre tal griterío solo se podía escuchar una frase que las mujeres repetían como un mantra: «¡Els carrers seran sempre nostres!».