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El mejor Ramón Tebar

Obras de Fauré, Stravinski

y Ravel

palau de la música

Orquesta de València. Director: Ramón Tebar. Solista: Leila Josefowicz (violín). Entrada: Alrededor de 1700 personas. Fecha: Viernes, 29 marzo 2019.

Fue un buen concierto. Quizá el mejor de los hasta ahora escuchados a Ramón Tebar al frente de la Orquesta de València. A pesar del desaguisado que se produjo durante el primer movimiento del Concierto para violín de Stravinski, cuando orquesta y música estuvieron a punto de irse al garete, el director valenciano hilvanó con sutileza inusitada las texturas delicadas de dos pavanas tan fragantes y hermosas como las de Fauré y Ravel. En medio, entre ambas remembranzas de la antigua danza cortesana renacentista, el desigual concierto de Stravinski encontró su más ideal servidor en el violín temperamental y perfecto de Leila Josefowicz.

El inicio de la Pavana de Fauré ya presagió que el programa iba a transcurrir por senderos desacostumbrados. Tebar cuidó las fragancias agazapadas en el matemático pentagrama y por una vez dejó respirar y hasta transpirar a los músicos y a la música. Gracias a ello, en ese espacio abierto y sin límites que, sin batuta, propició este casi irreconocible Tebar, Salvador Martínez pudo explayar el canto valiente de su flauta encantada, como también la trompa cantable de María Rubio.

Luego, en la segunda parte, prosiguieron las exquisiteces en esa otra joya que es la Pavana de Ravel, original para piano y estrenada -como recuerda César Cano en las notas al programa- por el leridano Ricard Viñes en 1902. Tebar, pianista como Viñes, no se regodeó en lentitudes excelsas, y fijó el tempo en su punto justo de equilibrio, quizá fiel al original carácter dancístico que recrea Ravel, quien más de una vez precisó, en referencia a la tendencia de los maestros a ralentizar el compás que, «mi obra es una pavana para una infanta difunta, no una difunta pavana para una infanta».

En el suntuoso prodigio sinfónico de Dafnis y Cloé, faltó magia, voluptuosidad y el espacio sonoro que sí se percibió en las pavanas. Y, desde luego, volvieron a sobrar esos grotescos contorsionismos en los que el maestro pone el trasero casi a ras del podio. Aún así, la versión superó con holgura su habitual nivel expresivo. A ello contribuyó decisivamente y de nuevo la fascinación y el rango instrumental de la flauta protagonista de Salvador Martínez. Muy superior siempre la segunda suite del ballet que la primera, la Orquesta de València cuajó notables lecturas de ambas, redondeadas con intervenciones francamente admirables de algunos de sus mejores solistas, como Teresa Barona (impecable solo de flautín), el requinto de Vicent Alós, la trompa de María Rubio, o, como siempre, el timbal de Javier Eguillor y toda la sección de percusión en su conjunto.

El otro atractivo del programa era la presencia solista de la violinista canadiense Leila Josefowicz (1977), verdadero adalid de la música contemporánea para violín, de la que ha protagonizado algunos de sus más resonados estrenos. A pesar de un acompañamiento cogido con alfileres, y por ello siempre al borde del precipicio, en el que hay que resaltar la sustancial participación co-solista de la concertino Anabel García del Castillo, la veteranía, dominio y saber hacer de Josefowicz logró que todo llegase a buen puerto. Como regalo, un virtuosístico solo de su amigo Esa-Pekka-Salonen, de cuyo concierto para violín es dedicataria.

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