En un principio se creyó que sus amigos iban a hacer algún tipo de despedida, pero Sánchez Ferlosio hace tiempo lo dejó claro cuando le preguntaban dónde quería ser enterrado: «Yo, en el lugar más escondido», explicaba ayer en el tanatorio su amigo, el filósofo Tomás Pollán.

Así, Ferlosio, que falleció el lunes a los 91 años, fue despedido de forma íntima por sus familia y amigos en el madrileño Cementerio de la Almudena, donde fue enterrado en la sepultura en la que están también enterrados su padre y hermanos.

Su viuda, Demetria Chamorro, muy afectada y recuperándose de una operación de pulmón, encabezó el sepelio, acompañada por sus familiares y amigos, entre otros, Máximo Pradera, sobrino del escritor; Claudio Aranzadi y su hermano Juan, filósofo; su editor y crítico Ignacio Echevarría; Miguel Ángel Aguilar y su hijo Miguel Aguilar o Nativel Preciado, que se acercó antes al Tanatorio de la M-30, donde estaba instalada la capilla ardiente del escritor.

Por la capilla ardiente pasaron también numerosas personas a dar el pésame a la familia, como el ministro de Cultura, José Guirao, quien destacó que al premio Cervantes no se le había valorado lo suficiente. «No se le ha entendido en toda su dimensión porque era extraordinario», recalcó.

Cubierto de coronas

El féretro del escritor que revolucionó la narrativa de los 50 con El Jarama e Industrias y andanzas de Alfanhuí, novela de las que luego renegó, apasionado de la gramática, ensayista, polemista y uno de los grandes escritores del siglo XX, estaba cubierto de coronas de, entre otros, el presidente del Gobierno, la Asociación de Periodistas Europeos, Coria (Cáceres), donde vivió durante años; la familia Chamorro y un ramo de flores de su nieta Laura.

Minutos antes de partir hacia el cementerio, su viuda explicó a un pequeño grupo de periodistas que vivieron décadas de amor y complicidad. «Nos conocimos en el Ateneo en 1963, cuando yo tenía 18 años y estaba estudiando Filosofía».

«Nos presentó su hermano Chicho, con quien yo estaba haciendo una obra de teatro, y me dijo: 'Mira, este es mi hermano, el escritor', y yo le dije: 'Cómo, ¿el autor de ese peñazo que se llama El Jarama, que no hay quien lo soporte'. Y a él le entusiasmó, y yo ni sabía que a él no le gustaba».

«Rafael se enamoró de mí, y muy rápidamente yo de él. Nadie sabe para una chica de 18 años lo que fue una persona como Rafael, eso es... no hay palabras; pues así, el resto de la vida», comentó Chamorro.

La viuda del siempre polemista y con aspecto de viejo gruñón, pero tímido y tierno escritor, comentó cómo fueron sus últimas horas. «Rafael estaba muy sano para la edad que tenía -ha dicho-, nunca le encontraba el médico nada. Había tenido achaques y una operación de pulmón hace muchos años, pero se sintió mal después de haber pasado el domingo en casa viendo una película con mi nieta, Laura, a la que absolutamente adoraba».

«No he visto criatura hecha más para un abuelo que ella, porque era adoración por ambas partes. Estábamos viendo una película de caballos en la que lo mataban como por tercera vez -ha continuado-, y la niña lloraba, y yo también, y Rafael nos decía: '¿Pero será posible este rollo sentimental que me estáis dando a esta hora?'».

«Después cenó y sobre las tres de la madrugada se empezó a sentir mal», añadió Chamorro, que explica que llamaron a una ambulancia, pese a las reticencias del escritor que le pidió que no le acompañase: «'Ya mañana, venís al hospital', me dijo. Entró por urgencias y le aplicaron el tratamiento que ya le habían dado en otra ocasión y parece que fue todo bien, pero a las 8,30 de la mañana falleció, y estaba solo», lamentó la compañera de Ferlosio.

El ensayista y actual cónsul en Washintgon José María Ridao, amigo del escritor, no pudo acudir al entierro, pero señaló que Ferlosio es «irrepetible no sólo porque deja una obra fundamental en la historia de la literatura y de las ideas en España, sino también porque su formidable erudición guardaba un último secreto que alguien tan tímido y reservado como él jamás querría ver expuesto: una mirada profundamente humana y compasiva».