Nada mejor para escuchar este Domingo de Resurrección que la Pequeña Misa Solemne de Rossini, obra escrita en 1863, cuando el compositor contaba 71 años, y de la que ahora se publica una resplandeciente y palpitante versión discográfica firmada por el director valenciano Gustavo Gimeno (1976). Con un cuarteto vocal de campanillas, el Coro de la Singakademie de Viena y la Filarmónica de Luxemburgo, Gimeno establece una de las versiones de referencia de la gran obra de madurez de Rossini. Un nuevo acontecimiento en la imparable carrera de quien es ya el director valenciano de mayor proyección internacional de la historia. Actual director titular de la Filarmónica de Luxemburgo y de la Sinfónica de Toronto a partir de la temporada 2020-2021, el versátil maestro valenciano actuará el próximo 25 de mayo en su ciudad natal para dirigir al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana la Novena sinfonía de Gustav Mahler.

Tras las muy aplaudidas grabaciones de obras de Bruckner, Shostakóvich, Stravinski y Ravel, este registro rossiniano, publicado por el sello Pentatone, supone un nuevo hito no solo en la discografía de Gustavo Gimeno, sino también en el ámbito rossiniano. El excepcional cuarteto solista -en el que destacan dos figuras tan reconocidas como la soprano Eleonora Buratto y la mezzo Sara Mingardo-; la trabajada calidad del coro vienés, y la disciplinada prestación de los filarmónicos luxemburgueses son elementos coprotagonistas gobernados y ensamblados con mano ciertamente maestra.

Más allá de sus evidentes calidades vocales e instrumentales, la versión de Gimeno se adentra en la sustancia sensible de este Rossini último pero eternamente joven y actual, para cuajar una interpretación cargada de emoción dramática e intenso sentido religioso. Desde el Kyrie que abre la gran Pequeña Misa Solemne se impone el templado impulso dramático que imprime la batuta. El coro canta cuidadosamente empastado consigo mismo y con la orquesta, virtud que destaca a lo largo de los ochenta largos minutos que se prolonga la obra, y que entrañan momentos tan memorables y tan memorablemente resueltos como el enigmático y operístico dúo de soprano y mezzosoprano («Qui Tollis Peccata Mundi»), el «Domine», cantado por el tenor estadounidense Kenneth Tarver, el «Quoniam»; entonado por el bajo Luca Pisaroni o el casi operístico y verdiano «Agnus Dei» -parece que se escuchan ecos de Don Carlo de Verdi o de la Ulrica de Un ballo in maschera- final en el que participan todos.

Es, en definitiva, un Rossini sobrecogedor e intensamente humano. Pleno de pulso y relieve instrumental. Cargado de detalles y destellos. En el que lo más sustancial es su fuste sinfónico-coral y el equilibrio emocionante entre lo litúrgico y lo dramático que impulsa este último gran «pecado de vejez» rossiniano, por utilizar una expresión acuñada por el propio compositor italiano. Una versión que desde su italianità evidente, se establece como nueva y universal referencia en la discografía rossiniana. Una música ideal para cerrar esta llovida Semana Santa.